Capítulo 23; La verdad

858 82 9
                                    

            No tengo miedo al despertar. Ya no veo oscuridad en mi interior y puedo verlo todo con claridad. Tengo las manos extendidas, como siempre, pero ya no siento ese dolor ni brota sangre de mis manos. La rosa aparece sin hacerme ningún daño, y se seca poco a poco hasta que sólo queda un fino polvo que se marcha volando hacia ninguna parte. Observo en silencio, bajando las manos a mis costados, lo que antes fuera una rosa. Sonrío.

            A mi alrededor todo es amplio y está completamente iluminado. No hay nada, pero a la vez está todo. Y cuando creo que mi sueño ha terminado, una mano se posa en mi hombro. Giro un poco la cabeza aunque reconocería esa mano en cualquier sitio. Vuelvo a sonreír.

            ― ¿Estoy… muerta? ―pregunto sin poder evitarlo. Aún no me atrevo a girarme.

            ― ¿Tú qué crees? ―preguntó con suavidad.

            Mis ojos volvieron al frente y, pensativos, miraron hacia el suelo. Segundos más tarde, me giré y miré esos ojos que tanto había añorado. 

            ― Jordi… ―murmuré. Su sonrisa me tranquilizó al instante.

            ― Él está bien ―dijo―. Y tú también… hija. Ya no volveremos a causarte ningún daño. ―Mi madre se alejó entonces de mí y se paseó con tranquilidad por el espacio iluminado.

            ― Es bonito, ¿verdad?  ―dijo mirando a su alrededor―. Es la primera vez que puedo verlo a la luz. La oscuridad lo teñía de miedo e inseguridad, y me mantenía encerrada en este rincón de corazón.  

            Las palabras de mi madre hicieron que dejara de mirarla a ella para prestar atención a todo lo demás. No había reconocido el lugar porque nunca lo había visto a la luz, pero lo supe de todos modos. Era allí donde residían mis sueños, mis pesadillas… ella.

            ― ¿Tú me llamabas en sueños?

            ― Quería advertirte del peligro que corrías. Pero era más fuerte que yo. Nunca pude controlar el corazón que tenía en mi interior. Mucho menos el de él ―dijo resignada.

            Absurdamente, apareció una mesa pequeña con dos sillas con decoraciones vegetales en los bordes de madera. La mesa era de mármol, lo mismo que la base de las sillas, sin embargo estas estaban cubiertas por un suave cojín bordado. En el centro de la mesa había una tetera. Mi madre se acercó y sirvió dos tazas de, curiosamente, chocolate caliente. Mi favorito. Señaló la otra silla para indicarme que me sentara. Seguramente era lo más absurdo que había hecho nunca, de todos modos obedecí.

            ― Mamá… yo… ―murmuré sin apenas voz.

            ― Siento muchísimo todo lo que has tenido que pasar. Las mentiras, los engaños… ―murmuró con la taza entre sus manos como si hablara del tiempo. Yo callé de golpe―. Nunca he querido hacerte daño. Eras, eres y serás lo más importante y el más valioso de mis regalos. Pero ella…

            ― ¿Quién es ella? ―pregunté sin poder evitarlo. Mamá me miró a los ojos con una chispa de alegría.

            ― Mi yo interior. La que fui en antaño. El instinto de dragón más poderoso que pueda existir en un dragón ―murmuró―. Me dominó gran parte de mi vida, pero tu padre y tú me disteis una paz que nunca pensé que podría tener. Me hizo recordar que podía ser algo más que un dragón. A pesar de que esa fuera mi naturaleza.

            Sus labios se posaron en la taza de chocolate y bebió un poco. Por consiguiente, yo hice lo mismo. El chocolate estaba más delicioso de lo que había imaginado.

La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora