Capítulo 11: Dulce despertar... de una pesadilla

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            Siento ese temblor en mi piel y esa oscuridad que lo invade todo cuando el miedo me llena. No puedo ver nada, mis manos están extendidas hacia delante y sólo puedo sentir un dolor extraño. Me atraviesa algo punzante las palmas y logra que estas sangren.
Es entonces cuando puedo verlo, la sangre brotando de mis manos más blancas de lo normal. Horrorizada, las examino en busca de heridas, pero no hay nada en ellas. La sangre sigue en mis manos, brotando sin cesar. Luego, una rosa blanca aparece de entre la sangre, teñida por gotas rojas. La rosa crece y crece, florece y florece. Sé que no está bien, pero no temo a la rosa. No me da miedo.  Es mi rosa. Mi rosa blanca. Una rosa que va tiñéndose de rojo poco a poco hasta que…

― Alex… Alexandra… despierta… ―Una voz suave cerca de mi oído logró despertarme de otro extraño sueño―. ¿Estás bien? Parecía que quisieras morder a alguien.

Abrí los ojos poco a poco hasta ver un hombro desnudo seguido por un pecho musculoso y bronceado con algunos cabellos negros esparcidos sobre él totalmente desordenados. Alcé la mirada hasta ver su cara. Unos ojos amarillos con la pupila alargada me observaban con atención. Entonces me di cuenta de que no era su brazo el que me apretaba contra él, sino su ala derecha. Me encontraba recostada sobre su cuerpo, totalmente desnuda. Dios mío… totalmente desnuda.  Y entonces, lo ocurrido horas antes golpeó mi cabeza con fuerza. ¡Dios mío! ¿Cómo he podido hacerlo? ¡He hecho el amor con… con…!

― Veo que los remordimientos vienen antes de lo que esperaba ―dijo con una media sonrisa―. Pensaba que al menos lo dejarías para después de cenar.

Me levanté de golpe. Mi cabello cayó a lado y lado cubriendo parte de mis pechos, y miré el horizonte donde el sol ya se ha puesto.

― ¡Dios mío! ¡Es tardísimo!

― En mi defensa diré que me he pasado más de media hora intentando despertarte ―puntualizó sin cambiar su posición en el suelo, ahora con las alas completamente abiertas y extendidas―. Por cierto, roncas.

Yo me giré con el ceño fruncido y haciendo un pequeño puchero.

― ¡No ronco! ¿Cómo puedes decir que ronco? ―le dije enfadada.

― Porque es verdad. Roncas. Y bastante. ―Mis mejillas empezaron a arderme de lo avergonzada que estaba en esos momentos. Sin embargo, gracias a su sonrisa de medio lado y su posición casual, con los brazos por encima de los hombros y con las manos debajo de la cabeza, recordé su insufrible costumbre de tomarme el pelo―. Pero… debo admitir que es el ronquido más sexy que he escuchado nunca.

― Los ronquidos no son sexys ―lo recriminé intentando que dejara el tema. Al parecer, era misión imposible.

― Entonces he dado con el único ronquido que sí lo es ―dijo encogiéndose de hombros. Lo que le daba, en esa posición, un aire todavía más arrebatador.

            Sin querer seguir con el tema, me levanté del suelo como pude. Teníamos algo más importante que hacer que hablar sobre… sobre nada. Segundos más tarde, escuché ese silbido que se emite ante algo que parece increíble. Y al parecer era realmente increíble, porque había olvidado que estaba desnuda.

            ― No sé para qué narices os ponéis vestidos las mujeres ―comentó―. Realmente os queda mucho mejor el estilo natural.

            Avergonzada, empecé a correr, o más bien a tropezar, por el pequeño espacio en busca de mi vestido. ¡Oh, claro! ―recordé mientras me acercaba a lo que quedaba del vestido poniendomelo por encima para cubrir mi desnudez―.

            ― ¿Por qué tenías que romperlo? ―dije frustrada. Él se incorporó hasta quedar sentado, y me miró por encima del hombro. Encaró una ceja y sonrió con aire burlón.

La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora