Capítulo 3; Rosas rojas

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El miedo me paralizó por un segundo. Las manos que sujetaban mis muñecas con fuerza empezaron a deformarse bajo el contacto de mi piel, sus ojos, antes normales, se veían cada vez más brillantes. Al principio no entendí por qué no había podido verle los ojos, esos ojos amarillos, pero ahora sabía por qué. Cuando había empezado a hablar conmigo era un hombre, pero ahora... ahora ya no.

Pude escuchar el batir de unas alas enormes cerca de mí, y la fuerza de su cuerpo me tiró al suelo cuando dejó de tener cuerpo humano. No podía verle todavía, pero sabía que ya no era un hombre. Su aliento era potente e invadía la cueva, sus ojos eran cada vez más grandes, sus manos ahora eran garras enormes. Fue entonces cuando reaccioné. Si había un momento para correr, estaba segura; ¡era ese!

Con el arma improvisada en una mano, cogí el extremo del vestido y me lo levanté a la altura de los muslos para no tropezar con la tela. Me puse en pie a trompicones y eché a correr con todas mis fuerzas hacia la luz que había visto antes. Tal vez era inútil, tal vez era lo más estúpido que había hecho nunca, pero era lo único que podía hacer. Escuché los pasos del ahora dragón pisándome los talones. Una llamarada de fuego pasó raspando mi cabeza y me obligó a tirarme al suelo. Sentí mis rodillas arder, seguramente llenas de raspaduras, y aunque me dolía horrores no me detuve. Seguí corriendo a pesar de todo.

Al llegar al final descubrí que no existía ningún camino. Únicamente un precipicio de varios metros. Imposible huir por alli. Por eso el dragón había dicho que no podría escapar. Era imposible. No sin morir o ser... como él. Me di la vuelta con el bastón en la mano. Entonces lo vi, lo que había utilizado como arma no era un bastón. Era... era...

― ¡Un hueso! ―grité tirando inconscientemente el hueso tan lejos que cayó por el precipicio.

Estupendo, tú única arma y la tiras al vacío ―me dije― ¡Así me gusta Alexandra! Miré por todas partes buscando alguna otra cosa que pudiera servirme y maldije por lo bajo al no encontrar nada. Aunque daba igual, ya no tenía tiempo porqué el dragón ya me había alcanzado. Medía por lo menos diez metros de alto, sólo su garra ya era más grande que yo. Sus ojos brillaban con un tono amarillento con destellos dorados. Debo admitir que a pesar de la conmoción del momento, sus ojos me parecieron lo más bonito que jamás había visto. Algo que contrarrestó por completo al ver sus dientes. Unos dientes afilados que sobresalían de su enorme boca. Sus alas estaban plegadas, pero sabía perfectamente que las tenía del tamaño de un barco. Su piel era entre el verde y el castaño oscuro, un color que destellaba con la luz y arrancaba tonos diferentes. Sus ojos me miraron directamente, ojalá pudiera adivinar qué pensaba hacer.

― ¡No dejaré que me comas! ―grité sin saber si iba o no a entenderme―. ¡Si te acercas a mí e intentas devorarme me tiraré!

Me quedé quieta un instante intentando averiguar qué estaría pensando. Vi cómo daba un pequeño paso hacia mí y al instante yo di otro hacia atrás.

― ¡Te lo advierto! ―grité de nuevo.

¡Ya claro! ¡Como si fuera a importarle algo que te suicides! ―Dijo mi consciencia. Últimamente tenía demasiadas veces razón― Era cierto, ¿Qué le importaba si moría aplastada o devorada? Seguramente terminaría muerta de todos modos, o devorada de todos modos. Menuda mier... de amenaza...

El dragó miró al vacío y luego a mí. Su expresión reflejaba tantos sentimientos que me sorprendió no poder descifrar ninguno. Justo cuando dio otro paso dispuesto a ignorar mi amenaza, escuché un grito procedente del interior de la cueva. Gritos humanos. ¿Víctimas? ¿Escondía a la gente del pueblo en el interior de la cueva? ¿Por qué? Tal vez no los mataba inmediatamente ¿Los recolectaba? Fuera como fuese, esa voz podía ser de cualquiera de la gente que había sido entregada al dragón. Sin ninguna posibilidad de escapar, sin un alivio inmediato como el que yo tenía a mis espaldas.

La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?Where stories live. Discover now