-Pictadura 8-

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La residencia de El Mago era bastante curiosa. Cuando la góndola había llegado al minúsculo puerto que allí se encontraba, subieron por una pequeña escalinata de color blanco.

Lo que desde lejos era un castillo flotando sobre el agua, una vez dentro resultó ser una obra surrealista. Todo era de color blanco, azul, azul marino, cielo, celeste… era difícil acertar el color, variaba de un momento a otro.

Lo mismo sucedía con la ubicación de las paredes, las columnas, todo lo que allí se encontraba. Todo estaba en movimiento. En un abrir y cerrar de ojos las habitaciones cambiaban de forma, tamaño y orientación.

Claudia llegó a pensar que aquel inmenso edificio se trataba de un ser vivo. Los techos se contraían y extendían como si estuviese respirando, los cuadros que se encontraban colgados parecían observarla.

Ella se limitaba a seguir los pasos del joven piloto a través de las inmensas estancias. Sin embargo, no pudo calmar su curiosidad y se detuvo. Se giró para contemplar de cerca uno de los cuadros.

Para su sorpresa, el cuadro tenía vida. Mostraba el pequeño paisaje de un bosque en otoño. Las hojas de los árboles caían con suma naturalidad, y a lo lejos, entre los troncos de los árboles, creyó ver a una pequeña niña corriendo detrás de un perro.

–¿Cómo es posible? El cuadro tiene vida –dijo Claudia al joven piloto mientras señalaba el cuadro.

–Así es. Todas las creaciones de El Mago están llenas de vida. Aunque te cueste creerlo, todo lo que aquí ves es orgánico –explicó el chico señalando a las columnas cercanas que en ese momento se contraían.

–Me cuesta aceptarlo. Es algo verdaderamente increíble.

–¿Y has podido aceptar todo lo que te ha sucedido hasta ahora? Claudia –el chico soltó una pequeña risa–, has aparecido en mitad del desierto, te he rescatado y con un avión te he llevado a España en cuestión de minutos. Una vez en el Madrid Etérico has cruzado un mar en góndola hasta llegar a este sitio. ¿Acaso era este el mundo tal y como lo recuerdas?

–A decir verdad, no…

–Y aún hay más –siguió diciendo el chico como si no la hubiera oído. Su voz empezó a resonar a lo ancho y alto de las estancias, todas desiertas, sin ninguna persona que no fuera uno de ellos dos–. En este sitio todo lo increíble puede pasar, pero sólo para recordarnos una cosa: que tú y yo estemos vivos en este momento es igual de increíble que ese cuadro de ahí tenga vida propia. Que las paredes de esta habitación se estrechen y ensanchen no debería sorprenderte tanto como que puedas ver, oír o hablar.

–Pero no te entiendo –le interrumpió Claudia–. Todas esas cosas de las que hablas son perfectamente corrientes. No hay nada de especial en poder ver, oír o hablar, como tú dices. Lo verdaderamente especial es este lugar, tú, ¡todo!

–Aún te queda mucho por aprender –dijo él tomándola del brazo–. Ven, prosigamos el camino.

Siguieron caminando por las diferentes estancias. Como ya habíamos dicho, todas se encontraban desiertas. Los que Claudia había visto al llegar al castillo (o palacio) era solamente la fachada frontal. Por nada del mundo se había imaginado que pudiese tener tanta profundidad, pero, en el Madrid etérico, al parecer, todo era posible.

Por fin llegaron a la sala de El Mago. Atravesaron la gran puerta blanca y allí estaba él, sentado en un trono de madera de color azul en mitad de una habitación pequeña, minúscula en comparación con el resto del castillo.  El que supuestamente era El Mago en realidad era un chico joven, de unos veinte años, vestido con vaqueros y camisa a cuadros.

Claudia se quedó extrañada al ver aquello, ya que, a excepción del piloto, los habitantes del Madrid Etérico vestían trajes completamente diferentes.

–Aquí la tengo –dijo el piloto adelantándose e inclinándose un poco hacia delante a modo de reverencia.

–Ya lo veo, muchas gracias –dijo El Mago devolviendo el saludo–. Bienvenida Claudia, espero que no lo hayas pasado mal hasta llegar aquí.

–Esto… verá, estoy confundida. ¿De qué se supone que va todo esto? –preguntó ella extrañada. Dudó si inclinarse hacia delante también, pero finalmente optó por no hacerlo.

–Verás, no recuerdas lo que sucedió hace tiempo, pero yo poseo cierta información que te interesará –dijo El Mago gesticulando al aire como si fuera un actor de comedia barata.

De repente, del techo descendieron tres pantallas de televisión planas. Se encendieron y empezaron a mostrar imágenes, algunas estáticas, otras eran vídeos, algunos caseros, otros más profesionales.

–Lo que aquí ves –empezó a explicar El Mago señalando las pantallas–, son los diferentes intentos del Gobierno de tratar de inculcar su moralidad en la sociedad. Ya sea por medio de publicidad, debates políticos, inversiones en diferentes tipos de empresa (como la cinematográfica), siempre han intentado implantar su modo de ver las cosas.

A medida que El Mago decía esas palabras, en las pantallas se mostraban imágenes que ayudan a explicarlo mucho mejor. Claudia miraba atontada a las pantallas.

El piloto había desaparecido.

–El hombre, el culpable de que ahora te encuentres aquí, sufriendo la amnesia que te caracteriza, pertenece a las altas esferas del Gobierno de España.

–¿Y dónde se encuentra esa persona ahora mismo? –preguntó Claudia.

–En el Madrid Etérico no está, y es necesario que lo encontremos antes de que su poder se extienda a más mentes.

–¿Qué significaría eso?

–Habría más personas como tú, encerradas contra su voluntad, siendo esclavos de los deseos impuros de ese degenerado –El Mago se levantó y se llevó las manos a la cara. Dio dos pasos al frente y entonces observó fijamente a Claudia–. Quizá haya una forma de ayudar a toda esa gente...

–¿Cuál? –preguntó ansiosa acercándose a él. Fue en ese momento cuando pudo observar un toque angelical e inocente en los ojos de El Mago.

–Esto que ves –dijo levantando los brazos señalando a las paredes– es mucho más que mi hogar. Todo está vivo, y como todo ser vivo, está interconectado con lo que le rodea.

El Mago se quedó pensativo, estático, como si se hubiese convertido en una estatua de marmol.

–¿Por... cables?

–No, por cuadros –Claudia abrió los ojos de par en par, aunque recordó el cuadro que había visto antes, tan real su movimiento que parecía que podía meterse dentro a pasear–. Así es, como estás pensando, vas a tener que saltar al interior de las cuadros, como si fueras a pasear.

Claudia se quedó muda, otra vez.

Ya no sólo el piloto, que no sabía a dónde había ido, podía leerle la mente. También lo hacía El Mago... ¿y si lo podían hacer todos los habitantes del Madrid Etérico?

–Todos no, Claudia, pero debes saber que el degenerado a por el que vamos puede hacerlo –el joven se adelantó, tomó a Claudia del brazo y la hizo acompañarle a la sala de los cuadros–. Has de iniciar el viaje para detener a ese terrible hombre...

-PICTADURA-Where stories live. Discover now