-Pictadura 11-

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Al final del pasillo había una cortina de color rojo. La mujer a la que Claudia estaba siguiendo la atravesó, y allí se quedó, pensativa sobre qué hacer entonces. La música de jazz se oía justo al otro lado. La sala de la reina debía de estar ahí.

Tomó valentía y se acercó. Movió un poco la cortina y asomó lentamente la cabeza para no se descubierta.

Lo que allí descubrió no era lo que esperaba. La sala era grande y cuadrada, rodeada de cortinas de color dorado, y con una cama de tres metros de ancho en la pared de enfrente. Sobre ella descansaba una mujer delgada, rubia, de unos cuarenta años y completamente desnuda. Su cabeza se apoyaba sobre decenas de cojines de colores cálidos, y sus piernas estaban separadas. Desde donde se encontraba, Claudia podía ver sin problemas su sexo, como si estuviese esperando a que alguien fuese a jugar con él. Seguramente ella fuese La Reina.

No había nadie más en la sala. La mujer que había entrado anteriormente había salido de allí, o se encontraba oculta tras una de las numerosas cortinas. Claudia alargó el brazo y movió las cortinas que tenía más cerca para comprobar qué había al otro lado: nada. Sólo pared. Al otro lado de una de las cortinas habría una puerta, o un pasaje para pasar a otro lado...

Atendiendo a su sentido del olfato, Claudia percibió un olor que jamás había conocido. Era el olor del sexo, de la lujuria, de la mujer. Era algo desconocido para ella, pero rápidamente lo relacionó con los pecaminosos actos que allá se cometían. 

De repente la mujer sobre la cama habló:

-Oh, sí... Más, más, dame más... -dijo, retorciéndose sobre la cama.

Claudia la observó boquiabierta. Ya no quedaba lugar a dudas que aquel amplio palacio era en realidad un "antro" de la perversión. Era un lugar en el que el sexo se practicaba a todas horas, y aún así, La Reina deseaba tener más... tanto, que soñaba con que cualquier hombre o mujer se acercase a ella y jugase con su cuerpo, su sexo.

Sin olvidar su cometido, Claudia decidió revisar la estancia y encontrar alguna pista. El Mago no había sido muy específico en el modo de actuar contra el degenerado, y así liberar a las personas de su pervertido castigo. Así que, confiada en si misma, salió de su escondite de terciopelo y se acercó a los muebles cercanos a la cama. 

La reina seguía gimiendo de placer. Seguramente hubiese encontrado el perfecto amante de sus sueños, y ahora estaba disfrutando de él. 

A un lado de la amplia cama había una cómoda de tres cajones. Se acercó y abrió el primero, pero allí dentro no había nada importante, tan sólo flores aromáticas cuya función era inútil, ya que su bello olor quedaba oculto por el olor animal de las decenas de personas que habrían copulado encima de la cama y cogines, la gran cantidad de doncellas que habrían pasado por la entrepierna de "La Reina Pervertida", que era como recién la había bautizado Claudia en su mente.

Cerró el cajón y se dispuso a abrir el segundo, pero algo que no entraba dentro de su plan sucedió. Un pequeño chirrido despertó de un sobresalto a La Reina, que en seguida clavó su inquisitoria mirada en la joven intrusa. Si las miradas matasen, Claudia estaría ardiendo en los mismísimos siete infiernos.

-¡Doncellas! ¡Una intrusa! -gritó La Reina señalándola con su dedo acusador.

Antes de que terminase de gritar, Claudia ya estaba a punto de salir de la estancia, no sin antes haber echado un vistazo rápido en el interior del segundo cajón: un sobre cerrado y una llave dorada... ¿la que abriría la celda de la entrada?

Justo cuando estaba a punto de alcanzar la cortina de salida, casi una docena de mujeres salieron del otro lado de las cortinas (incluso creyó ver a la mujer que inconscientemente le había llevado a la trampa en la que acababa de caer presa). ¿De dónde salieron aquella mujeres? ¿Había puertas al otro lado, o quizá la habitación era más grande de lo que aparentaba ser? Se maldijo a si misma por no haber revisado al completo las cortinas antes de haber continuado en su investigación...

-Vaya, qué es lo que tenemos aquí -dijo La Reina levantándose y acercándose de forma sensual hacia donde se encontraba Claudia, que ya había sido apresada por tres doncellas, todas desnudas-. Tu debes ser una de las emisarias de El Mago. Pobre... Se cree que con gentecilla como tú podrá detenernos...

-¡Ayuda! ¡Soco...! -gritó Claudia esperando conseguir auxilio, pero una de las doncellas le tapó la boca rápidamente.

-No sé que hacer. Podríamos usarte como juguete sexual, o deshacernos completamente de ti -al escuchar aquello, Claudia se retorció con temor, intentando escapar inútilmente de sus captoras-. Se me ocurre algo mejor.

La Reina se acercó a la cómoda. Cerró el segundo cajón y abrió el tercero. De su interior tomó una pequeña botellita llena de un líquido rojo y brillante. Regresó al lado de Claudia con una sonrisa diabólica en sus labios.

-Mis chicas y yo te vigilaremos de cerca. Gracias a este líquido, perderás la memoria y podrás vivir sin las cadenas de El mago. Aparecerás lejos de ese lugar absurdo llamado el "Madrid Etérico". Viajarás a un lugar real, a una ciudad contaminada y humana. Conocerás el mundo tal y como es, sin que ningún ser te oculte la realidad -la voz de La Reina sonaba demoniaca. Claudia temió por su vida. Por primera vez en su vida sintió terror en sus huesos-. Abridle la boca. ¡Ahora!

Una de las doncella se acercó y con violencia separó los labios de Claudia. En cuestión de segundos, La Reina vació el contenido del frasquito en la boca de la joven, que sin poder evitarlo tragó al completo la sustancia, mientras todas las mujeres presentes empearon a soltar carcajadas al ver la escena.

Rápidamente cayó en un rápido sueño. Las risas se transformaron en motores de coches, y el olor a sexo dejó paso a la polución y al humo de los tubos de escape. 

Sintió su rostro mojado. Abrió los ojos y pudo ver que estaba lloviendo. Frente a ella, un arco metálico sobre el que se podía leer una palabra: "Sol".

Aquello ya no era el Madrid Etérico...

-PICTADURA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora