Capítulo 7: Monstruo

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Aún me es muy complicado focalizarme. Las energías de mi entorno hacen que me sumerja en una red de pequeños hilos que me atraen hacia la inmensidad del torrente vital. Estuve ciego durante tanto tiempo... ¿Cómo pude ser tan ajeno al maravilloso entresijo del que todo ser viviente forma parte? El estado de equilibrio tan inherente a la naturaleza. Eterna. Perfecta. Pero no imperturbable. He tenido pesadillas, horribles sueños en los que descorazonados llantos infantiles me advierten de un mal que acecha a cada paso que doy al frente. Ahora observo mis pueriles motivaciones pasadas desde la cima de una helada montaña en la cual me encuentro confortable. Un retiro el cual solo comparto con ella. Puedo oír su voz en cada susurro del viento sobre mi piel. Ella me muestra mi norte, ella me dirige hacia mi destino, un destino hacia el cual ahora estoy preparado. Su aliento es frío, su corazón cálido.

Mi profundo estado de meditación se vio interrumpido por una nueva y terrible sensación. Me encontraba sentado junto a una alta colina blanca cuando una tormenta de nieve cercana me trajo un fatal mensaje. Pude sentir como centenares de almas se desvanecían, desaparecían del inmenso flujo que ahora sentía mejor que la piel sobre mi  maltrecho cuerpo. Mi funcionamiento vital había pasado a una esfera más compleja de existencia. Aquella evanescencia caló en mi, sentí como si ahora existiera una inmensa oquedad dentro de mí incapaz de ser colmada. Mi cuerpo inconscientemente se apresuró a aproximarse hacia el plano material donde aquel extraño suceso estaba teniendo lugar. Casi no fui consciente de mi llegada. Sentí la energía del elfo, era cálida y olía a enebro. Mis pesadillas se materializaron . Otra potente fuerza ensuciaba el suave fluir del universo. Era una llama, y la había percibido antes. Una llama oscura que abrasaba todo a su paso, destructora y atrayente al mismo tiempo. El terror me paralizó. Aún no podía observar lo ocurrido cuando los recuerdos de mi muerte acudieron a mí tan vívidos como ocurrieron. Aquella flama que eran sus cabellos, la maldad que inspiraban sus dorados ojos...Sentí de nuevo como mi alma emergía a través de mi cuerpo hacia sus fatales fauces. Mi cuerpo quedó consumido, convertido en una cáscara vacía.

Rugidos. Heridas desgarraban la tierra. Percibí su voz como un dulce cántico. Debía vencer mis temores y aproximarme hasta ellos. Eran como demonios recién salidos del averno. El pueblo había sido reducido a cenizas, se habían cobrado las vidas de cada aldeano.  Aquel gran vacío que sentí tomaba forma ahora ante mí. Los vestigios de mi pasado ardieron en furia al contemplar los cadáveres calcinados de aquellas pobres criaturas. Como pequeños residuos de existencia, el poblado de Brodain volvió a la vida ante mí, como si nada hubiera pasado. Son conceptos imposibles de asimilar para una mente humana, pero lo entendí, mi mente lo descubrió. Aquellos sonrientes niños que jugaban en el mercado formaban parte del inmenso flujo vital  y ahora habían vuelto de nuevo. Yo podía contemplarlo al mismo tiempo como si formara parte de un todo eterno que se mantiene en constante movimiento. Aún así, Bernoz los lloró. Bernoz lloró contemplando como aquellos pequeños cuerpecitos se descomponían entre las fatales llamas. A pesar de que ella me aconsejaba que me mantuviese en calma, no había palabras de consuelo, ni fuerza alguna que aliviase mi dolor, pues sentí el dolor de cada uno de los que allí murieron en Brodain. Ya no existía en mi corazón que latiera, pero sentí los suyos acelerarse cuando aquellos seres oscuros aparecieron en las inmediaciones del poblado. No tenía por qué sentir miedo, solo ira. Debían pagar por lo que habían hecho. Debían pagar por aquellas madres que desesperadas trataron de proteger a sus hijos. Hice caso omiso de aquella amable voz interior que había quedado eclipsada por tantos gritos de dolor. Los contemplé avanzar. Llegaban desde la cima de las montañas y habían abierto las entrañas mismas de la tierra para hacer su entrada en escena, una entrada orquestada por la señora de la llama. Sus brillantes y titánicos cuerpos brillaban con el resplandor del ardiente fuego que destilaban ellos mismos. Como sombras descendían los helados picos como depredadores acechando una nueva presa. No pude contenerme más. Había una fuerza en mi interior que deseaba ser liberada junto con aquella ira que sublimaba mi espíritu.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora