Capítulo 15: Lutthellbard

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Oí  su pesada respiración. Imaginaba aquel húmedo hocico esperando tras la hilera de árboles nevados que escondían aquella pequeña manada de elks. Aquellos animales vigorosos y mansos simbolizaban el orgullo del pueblo de Hendelborg. Además de que sus pieles eran cálidas, su carne se usaba para preparar el plato tradicional más celebrado por los pobladores de aquella zona de Fjalarr; llamado por algunos el estofado del viajero, consistía en un estofado de tierna carne de elk acompañado de verduras hervidas. Eran unos animales bellos, sus ojos oscuros como negros escarabajos hacían contraste con el blanco del terreno nevado. Cuando era pequeña me apenaba liquidarlos, contemplaba con los ojos llorosos como mi padre separaba la piel y el lanudo pelo del vigoroso cuerpo del animal. Él siempre me enseñó que cada cacería era un ritual de respeto hacia el animal que se quería aniquilar. La ley de la naturaleza cobraba protagonismo y debía de sobrevivir el más fuerte, por ello, mi padre nunca tomaba arma alguna que no fueran sus viejos cuchillos de desollar. Recuerdo cómo se medía con aquellos titanes incluso con sus propios brazos. El decía que se cobraba una vida, pero para que ello tuviera significado había que venerar a la criatura a la que se estaba dando muerte.

Comprobé que mis viejos cuchillos se encontraran a ambos lados de mis caderas, en sus correspondientes fundas de cuero oscuro. No moví ni un músculo. El sentido auditivo de aquellas criaturas era privilegiado, por ello, en muchas ocasiones daba la sensación  de que ellos eran los que elegían a su captor. Mantuve mis pies como muertos sobre el suelo acolchado por la nevada, sentí las vibraciones del terreno, el animal se estaba desplazando. El viento soplaba ahora fuerte, sentí el frío cortante sobre mis mejillas. Dejé de respirar. Debía focalizar mi concentración en aquellas cuatro patas que se desplazaban despacio pero rítmicamente. En algún momento saldría de su escondite, para entonces debía de estar preparada y situada lo más cerca posible. Aproveché el murmullo del viento sobre las ramas de los árboles para avanzar un par de pasos hacia mi objetivo. Continuaba sin alertarse, su paso seguía rítmico, se detenía para comer la hierba que sobresalía entre las rocas y la nieve. Ahora nos separaba la distancia de una rápida carrera que me podía permitir, ya casi podía adivinar la silueta del animal entre la hojarasca. Di rápidas y largas zancadas para saltar sobre mi objetivo que comenzó a bufar enfurecido, resistiéndose a la presa que le hacía con mis propios brazos. Apreté con todas mis fuerzas y rápidamente saqué uno de mis cuchillos para asestarle el golpe que terminaría con mi tarea.

Un rojo torrente sobre el blanco suelo marcó el final de la criatura. Tomé al animal de ambas extremidades e impulsándome con un salto coloqué el pesado cadáver sobre mis espaldas. Mis oídos me alertaron de que había otra criatura aproximándose. Mi corazón aún estaba acelerado y mi estado de alerta me impedía concentrarme para averiguar su localización. No era cuadrúpedo. Me giré y distinguí una mediana figura que se acercaba hacia mí.

—¿Quién va?— grité esperando una respuesta.

—¡Soy yo!¡ Cazurra!— Era Bernoz. Odiaba cuando me llamaba así, cualquier día le zarandearía para demostrarle quien era el más fuerte. Aunque era obvio, con esos delgaduchos brazos no sería capaz de terminar nunca un buen gancho.

—¿Vas al pueblo? Tengo que llevarle esto a mi padre.

Bernoz asintió con la cabeza y juntos emprendimos la vuelta hacia el poblado.

—¿Qué tal la granja de Ben?— Este chico nunca se dedicaba al trabajo familiar, vagaba de aquí para allá con la mirada perdida.

El chico levantó los hombros como respuesta sin levantar la mirada del suelo.

—Mirando las musaraña como siempre, ¿No?— dije riéndome mientras transportaba el pesado animal.

Al llegar al pueblo un escalofrío me hizo temblar. Los puestecillos de castañas humeantes estaban abandonados. El mercado de pescado en salazón estaba recogido, al igual que la verdulería de la esquina. No había nadie en la plaza del mercado, ni siquiera caminantes ni ancianos deambulando de aquí para allá curioseando la vida de los viandantes. Caminé seguida de Bernoz hasta el pequeño barrio de artesanos, donde se encontraba la peletería Drachenblut. Los locales estaban cerrados a cal y canto. El blanco cielo se preparaba para lo que sería una terrible tormenta de nieve.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora