Capítulo 3: La señora de la llama

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Las horas de luz interminables del verano habían dado paso a periodos cada vez más duraderos de oscuridad. La preparación para el crudo invierno comenzaba. El aire gélido proveniente de la zona glacial enviaba sus ahora débiles saludos a las regiones más norteñas. El pueblo de Hendelborg se preparaba expectante como cada año para la festividad de Serdöian. Los druidas y sabios del lugar explicaban a los más pequeños de la importancia de aquella fecha en el calendario estacional. Se trataba de una tradición bien arraigada y practicada no solo en la región del norte, se celebraba ampliamente en cada rincón de Himmalia. Con la caída de las secas hojas de los árboles, se recordaba el final de la senectud , conmemorando que la madre tierra ofrecía a sus hijos un nuevo periodo en el ciclo eterno , un periodo de esfuerzo y preparación que culminaría con una nueva cosecha, una nueva vida tras las tinieblas. La noche de Serdöian no solo era una ocasión perfecta para comer y compartir anécdotas con la familia, desde tiempos antiguos se comentaba que los sucesos más extraños e inverosímiles acontecían durante la mística noche. El comienzo del calendario, el inicio del año y el día de los que ya no se encontraban entre los vivos.

—¡Es ridículo!— Bernoz golpeó con el puño cerrado sobre la mesa donde estaban preparándose los manjares para la cena. El golpe fue secó, enseguida las miradas de sus padres se clavaron en el malhumorado joven.

Su madre que troceaba un verde calabacín se mantuvo callada, suspiró y trató de evadirse de la realidad.

—Bernoz, cada año la misma cantinela... Te tengo dicho que es muy importante que muestres tus respetos a nuestros antepasados.— la voz grave y cansada de Ben, el padre del chiquillo, resonó una vez más en la pequeña cocina de los Solberg.

—Soy respetuoso con mis antepasados padre. Es solo que...¡Odio toda esa parafernalia mística sobre los muertos! Los muertos, muertos están, las larvas se alimentan de ellos y solo perdurará aquello por lo que lucharon en vida.—el chico de pelo oscuro miró a su progenitor desafiante, su escepticismo minaba a su madre e impacientaba sobremanera a su padre.

—Vredda, vete a tu habitación.— la pequeña abrazaba una muñeca de trapo hecha a mano, de facciones rudimentarios llevaba dos pequeños botones azules cosidos a su rostro haciendo la función de ojos.

—No quiero mamá.— la pequeña de rizos oscuros miró a su madre rogándole con la mirada que no la recluyeran a la oscuridad del dormitorio.

—Cariño, haz caso a tu padre. Tenemos que hablar con tu hermano.— la chiquilla se levantó de su asiento y mirando con los ojos medio cerrados a Bernoz abandonó la estancia a regañadientes.

Ben posó sus brazos sobre la mesa, respiró profundamente y armándose de paciencia contempló a su hijo mayor.

—Bernoz, no se trata de ...parafernalias, tenemos el deber de apaciguar a los espíritus. La seguridad de nuestros hogares está en juego, la vida te lo enseñará cuando tengas familia muchacho.— tomó un trago de espumosa cerveza, depositó la jarra sobre la mesa y aguardó la réplica del rebelde muchacho.

—¡ Es una estupidez! Si salgo durante la noche al cementerio, no veré nada fuera de lo usual. Cada año se ofrecen alimentos a personas que no van a disfrutarlos porque están muertas. Millones de historias sobre fantasmas pululan por la aldea como si la gente se hubiera vuelto loca...¡Jamás he visto a un espíritu! Es más, desearía ver uno con mis propios ojos.

—Presentarás tus respetos, toda la familia acudiremos al cementerio esta noche. Vendrás con nosotros y no hay más discusión.— Ben  aumentó el volumen de su voz intencionadamente conforme la orden a ejecutar se pronunciaba de sus labios. El joven cabizbajo acató la orden de silencio implícita en aquellas palabras, pero aquello no evitaría que no cambiase de opinión sobre aquella pantomima que cada año se representaba. La idea de una comilona en el cementerio protagonizada por  una panda de esqueletos polvorientos casi le provocaba risa.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora