Capítulo 4: Guardiana

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Un aire frío recorrió el cuerpo del pobre chico que inmovilizado contemplaba cómo su talismán le era arrebatado, impotente cerró los ojos y esperó el certero pero dulce final que aquella mujer de seguro le daría. Sus dorados ojos le condenaban, le atravesaban y le hacían sentir un mísero gusano más del cementerio. Su belleza era insólita, divina, tan bella como mortal, su propio cuerpo la consideraba una deliciosa combinación para encontrar la muerte. Sus labios perfectamente perfilados eran rojos y carnosos, su tez pálida y suave. Bernoz olvidó que se encontraba en un cementerio, olvidó la gema y perdió por completo la noción del tiempo. Solo estaba ella. No era cruel, era solo fuego. El fuego de una cálida chimenea cuando llega el crudo invierno.

La gema azul brilló en las blancas y finas manos de la mujer que hacía de la llama su único vestido. Al percatarse del extraño brillo sonrió, asió a Bernoz del cuello de su camisa, su delicada mano izquierda ahora lucía tan  mortal como la garra de un ave rapaz. La misteriosa mujer cerró los ojos y volviendo su rostro hacia el firmamento inspiró profundamente. Una intensa vibración envolvió el lugar, las venas en la frente de Bernoz comenzaron a pronunciarse. El chico emitió un grito de dolor que resonó en el cementerio, pequeñas gotas de sangre comenzaron a emerger de entre cada uno de los poros de su piel. Bernoz contrajo su cuerpo y lloró amargamente de dolor, no tardó en estar cubierto en su propia sangre. Su rostro aún infantil y redondeado comenzó a afilarse, el contorno de sus pómulos se pronunciaba cada vez más. El oscuro color de sus ojos se aclaraba, el brillo de la muerte podía vislumbrarse en sus iris, como se aprecia en el ojo de un pez que aún se contrae al ser pescado. Los huesos de su muñeca amenazaban con salir de entre la capa de carne que los recubría, su masa corporal disminuía por momentos conforme aquella mujer inspiraba y se concentraba en extraer lo que parecía la energía vital del pobre chico que desfallecía. Las llamas que rodeaban a la atacante habían cercado por completo a Bernoz, parecían acunarle dulcemente mientras perdía la vida en cada sorbo fatal que ella tomaba de su cuerpo.  En el cementerio ya solo podían oírse los gritos demenciales del chico que se agitaba y convulsionaba con los ojos vacíos. El flujo de energía que se dirigía hacia los rojos labios de ella adquiría una tonalidad verde esmeralda a medida que el chico se debilitaba. Las llamas de sus ojos ardían salvajes e indómitas, encontraba placer en la actividad que estaba llevando a cabo. De seguir así, Bernoz no tardaría en morir. Sus dedos habían comenzado a tornarse azulados, el hálito de la vida comenzaba a abandonarle. Su cuerpo ahora yacía inmóvil, rindiéndose a la muerte que casi le estrechaba entre sus brazos, debilitado, pendía de aquella funesta garra que le impedía reposar sobre el camposanto.

Observando lo ocurrido, se encontraba oculta tras unos nichos de piedra una figura encapuchada que  debatía su intervención en el terrible acto que estaba teniendo lugar. Las dos personas implicadas ya se encontraban envueltas en una extraña cúpula de energía esmeralda que parecía girar y emitir una brisa fría, corrupta y que sumía al cementerio en las más oscuras y siniestras tinieblas. Sin esperar un momento más, cuando la figura de Bernoz ya no reaccionaba, la oscura figura encapuchada se abalanzó introduciéndose dentro del torrente de energía que vibraba alrededor de ellos. Aquella entrada inesperada desestabilizó el siniestro sortilegio que estaba teniendo lugar, Bernoz por fin cayó al suelo inanimado, cubierto de su propia sangre  y escuálido como un cadáver.  Ya era demasiado tarde. En el momento en el que los llameantes ojos de la mujer se encontraron con los gélidos fiordos que el desconocido llevaba impresos en sus iris dejó caer la brillante gema al suelo. La esfera de energía desapareció dando paso a un torrente furioso que devolvió el cuerpo del desconocido al nicho donde se había escondido. Un golpe seco contra la piedra no evitó que se volviera a levantar tras recuperarse. Una capa de pieles oscuras recubría al desconocido, tomó de su cinto dos cuchillos de hoja gruesa y retorcida con empuñadura de marfil. Una carcajada fantasmal fue la reacción de la mujer ardiente ante la tentativa de hacerle frente. El encapuchado corrió hacia su objetivo, firme, con las armas empuñadas y esquivando las tumbas que los separaban. Con confianza asestó la primera puñalada al vientre desnudo de la mujer. El vientre en solo un instante había copiado la consistencia de la llama que lo envolvía, una llama que no abrasaba y que había dejado al atacante sorprendido. Pronto se vio envuelto en un círculo de fuego sin forma alguna que aumentaba su calidez peligrosamente. El encapuchado mantenía la mirada fija en el cadáver de Bernoz. La gema aún brillaba, pero se encontraba al otro lado de la muralla de llamas que ahora ardía con gran intensidad. El brillo de la piedra era celeste, contagiaba al observador de un sentimiento de paz imposible de experimentar en las condiciones en las que ahora se encontraban. Sintiendo el calor de las llamas ya abrasándole, el misterioso encapuchado se deshizo de la capa de pieles que le conferían su anonimato.  La capa cayó al suelo dejando a merced del fuego el cuerpo de una chica de complexión alta y de anchura generosa. Volvió a empuñar sus cuchillos de desollar, el miedo a lo desconocido podía leerse en su rostro bronceado por el sol. Las llamas aumentaban su consistencia aproximándose hacia ella, la chica ya sudaba, sus cabellos rubios ahora húmedos se pegaban a su piel.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora