Capítulo 2: El Despertar del Dragón Helado

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Era su día libre. Tras pasar toda la semana yendo y viniendo a las minas de cobre y carbón con Reva, estaba decidido a dar un paseo por el lago helado de Fammdrüsken. En aquella época del año en la que las tormentas de nieve se apaciguaban, era el momento perfecto para llevarse algo de comer, pasar el resto de día en el lago tomando algún que otro rayo de sol que tímido se dignase a regalar un minuto de su tiempo a los lugareños de aquel poblado. Las granjas de los alrededores comenzaban a convertirse en lugares de trabajo en los que cultivar verduras y hortalizas resistentes. Los niños ya salían a las calles a jugar con sus juegos de tablero y otros corrían desafiándose en imaginarios duelos. Esa ya era una época pasada para Bernoz, una vez terminó sus estudios básicos en la escuela del pueblo comenzó a trabajar para Reva. En su casa la situación no era muy buena para poder permitirse enviarlo a aprender un oficio o ciencia, ya era difícil a veces darle de comer cuando estaba en la escuela.

Tomó un poco de pan con tocino que compró en el mercado y lo metió en una bolsa que se llevó  a la espalda. Caminó desde las granjas hasta las afueras del poblado donde se encontraba el lago Frammdrüsken. Metió su mano en el bolsillo, sí, allí seguía...La extraña gema de brillo azul de formas geométricas. Después de pasar un tiempo junto a ella se había convertido para él en una especie de talismán personal, nunca salía de casa sin ella. Salió a las frías estepas de la periferia, algunos carros llegaban a la ciudad para comerciar o incluso algunos familiares llegaban de visita después del frío invierno.

—¿A dónde vas Bernoz?— Una rajada pero  familiar voz le hizo girar la cabeza de inmediato. Se trataba de Elianne, una chica corpulenta que se educó con él en las granjas y que gustaba de cazar y salir con los hombres de cervezas.

—Voy a comer algo al lago, hace buen día—dijo el muchacho. Casi cruzó los dedos para que no decidiera acompañarle. Sabía que lo haría.

—¡Voy contigo!

La chica era más alta que él y vestía con pieles de venado que había conseguido en sus cacerías, su cabello era rubio y lo llevaba recogido en una trenza. A sus espaldas llevaba un enorme arpón afilado que daba miedo con solo verlo.

No fue efusivo, el chico no aplaudió su decisión, le estresaba su presencia ya que le  hacía sentir como un niño pequeño. Por el gesto facial que le dedicó a su amiga no debía de ser muy difícil de adivinar su opinión. La chica sonrió sin importarle lo más mínimo aquella reacción.

Caminaban hacia el lago cuando un extraño olor  a podredumbre llegó a las sensibles narices de Elianne.

—Huele a podrido Bernoz.— La chica olisqueó como un animal, un claro gesto de asco apareció en su rostro sin tardanza.

 Ambos anduvieron hacia al lago hacia donde procedía el terrible olor estancado. Las distancia que había desde el poblado hacia el lago no era grande, disfrutando de una grata conversación a penas te dabas cuenta y ya te encontrabas junto a las congeladas aguas.

—Quizás es un cadáver— dijo Bernoz sin expresar ninguna emoción, haciéndose el impasible.

—He olido muchos cadáveres Ber y no...Así no huele un cadáver...¡Mira el agua de entre las grietas! ¡Qué color más extraño!— La chica señaló con su dedo índice las extrañas aguas que no parecían corrientes.

El lago era una gran superficie de agua congelada que nunca llegaba a descongelarse del todo aunque se registrase el verano más caluroso de Hendelborg. Se habían hecho algunas grietas en los bordes del lago y agua verdosa salía al exterior provocando aquel repugnante olor. Bernoz se acercó a la orilla y olisqueó la extraña sustancia.

—Hay algo podrido aquí dentro, ¡Qué asco!

 Buscó un sitio donde no llegase el olor y se sentó a untar el tocino en su pan. Elianne, no satisfecha con la pasividad de su compañero, tomó su arpón y trató de romper un poco más la superficie de hielo, salía más y más agua verdosa y espesa. La chica tras no encontrar nada profundizando con el arpón en el agua helada, se volvió hacia Bernoz, el olor del tocino untado había llegado a sus fosas nasales.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora