XXV

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«¡TONELES! ¡TONELES! ¿QUIEN VENDE TONELES?


Continuación del relato del Persa

Ya he dicho que aquella cámara en la que nos encontrábamos el señor vizconde de Chagny y yo era regularmente hexagonal y estaba completamente adornada de espejos. Luego se ha visto, sobre todo en ciertas exposiciones, esa clase de cámaras así dispuestas y denominadas «casas de los milagros» o «palacios de las ilusiones». Pero su invención le corresponde a Erik quien, ante mi vista, construyó la primera sala de este tipo durante las Horas Rosas de Mazenderan. Bastaba disponer en las esquinas algún motivo decorativo, una columna, por ejemplo, para tener al instante un palacio de mil columnas, porque, por efecto de los espejos, la sala se veía aumentada en seis salas hexagonales, cada una de las cuales se multiplicaba hasta el infinito. En otro tiempo, para divertir a «la pequeña sultana», Erik había dispuesto un decorado que se volvía el «templo innumerable»; pero la pequeña sultana se cansó enseguida de una ilusión tan infantil, y entonces Erik transformó su invención en cámara de tormentos. En lugar del motivo arquitectónico colocado en las esquinas, puso en el primer panel un árbol de hierro. ¿Por qué era de hierro aquel árbol que imitaba perfectamente a la vida, con sus hojas pintadas? Porque debía ser lo bastante sólido para resistir todos los ataques del «paciente» al que encerraban en la cámara de los tormentos. Ya veremos la forma en que, por dos veces, el decorado así conseguido se transformaba instantáneamente en otros dos decorados sucesivos, gracias a la rotación automática de los tambores que se encontraban en las esquinas y que habían sido divididos por tercios, uniendo los ángulos de los espejos y soportando cada uno un motivo decorativo que aparecía alternativamente.

Las paredes de aquella extraña sala no ofrecían ningún asidero al paciente, dado que, salvo el motivo decorativo de una solidez a toda prueba, estaban únicamente adornados por espejos, y espejos lo bastante gruesos para que no hubiera nada que temer de la rabia del miserable al que encerraban allí, con las manos y los pies desnudos, además.

Mueble, ninguno. El techo era luminoso. Un ingenioso sistema de calefacción eléctrica, que luego ha sido imitado, permitía aumentar a voluntad la temperatura de las paredes y dar así a la sala la atmósfera deseada... Me dedico a enumerar todos los detalles precisos de una invención completamente natural que daba esa ilusión sobrenatural, con algunas ramas pintadas, de un bosque ecuatorial abrasado por el sol de mediodía, para que nadie pueda poner en duda la calma actual de mi cerebro, para que nadie tenga derecho a decir: «Ese hombre se ha vuelto loco», o «ese hombre miente», o «ese hombre nos toma por imbéciles».

Si hubiera contado las cosas de la siguiente forma: «Habiendo descendido al fondo de una bodega, encontramos un bosque ecuatorial abrasado por el sol de mediodía», habría logrado un buen efecto de asombro estúpido, pero no busco ningún efecto, dado que, al escribir estas líneas, mi objetivo es contar lo que exactamente nos pasó al señor vizconde de Chagny y a mí en el transcurso de una terrible aventura que, por un momento, tuvo ocupada a la justicia de este país.

Prosigo ahora los hechos donde los he dejado.

Cuando el techo se iluminó y a nuestro alrededor se alumbró el bosque, la estupefacción del vizconde sobrepujó cuanto se pueda imaginar. La aparición de aquel bosque impenetrable cuyos troncos y ramas innúmeros nos abrazaban hasta el infinito, le sumió en una consternación espantosa. Se pasó las manos por la frente como para expulsar una visión de pesadilla y sus ojos parpadearon como harían unos ojos a los que, al despertar, les costara tomar conocimiento de la realidad de las cosas. Por un momento, se olvidó de escuchar.

Ya he dicho que la aparición del bosque no me sorprendió. Por eso escuché lo que ocurría en la sala de al lado. Finalmente, mi atención se veía atraída de forma especial menos por el decorado, que mi pensamiento dejaba de lado, que por el espejo mismo que lo producía. Aquel espejo estaba roto en algunos lugares.

El fantasma de la óperaWhere stories live. Discover now