XXIII. Los ebrios dicen la verdad

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Ann

Aún no puedo creer que al multiplicar cinco por cuatro te haya dado veintiuno. —Lola se golpeó la frente y comenzó a mordisquear lo poco que le quedaba de lápiz.

—Creo firmemente que las matemáticas son un idioma antiguo que no entiendo —me encogí de hombros y dejé caer el cuaderno en mis piernas—. Tal vez debamos empezar con algo de historia.

—Tienes razón.

Hace varias semanas que Peter dejó de darme clases. Al principio discutimos, pero terminé aceptando tener clases con Lola. Y aunque odie admitirlo, me está yendo bien en la mayoría de las materias.

Además, he descubierto varias cosas sobre mi nueva tutora; como por ejemplo que le encanta leer novelas de ficción y es alguien alérgica a los gatos y muy simpática y... Pues, no tengo nada más de referencia.

—Necesito descansar de esta tortura —dije mientras me dejaba caer y comenzaba a girar de un lado a otro haciendo un sonido de gato ahogándose.

—Solo quedan quince minutos —revisó su reloj y suspiró—. Bien, terminaremos antes esta vez, Annabella.

—Deja de llamarme así —gruñí y la fulminé con la mirada en modo de juego—. O te arrepentirás.

—Atrévete a hacerme cosquillas y a la próxima haremos Ciencias Avanzadas —me amenazó apuntándome con el dedo.

—No serías capaz —achiné los ojos y ella hizo lo mismo con sus cafés—. Okey, tranquila mujer. No te enojes que a los chicos no les gustan las chicas con arrugas.

Me tiró un cojín en la cara y tomó sus cosas rápidamente. Puede notar que se había sonrojado un poco y rompí a carcajada limpia. El timbre sonó; así que me adelanté y abrí la puerta para encontrarme con un Peter que olía demasiado a vodka. Lola llegó a la puerta e hizo una mueca al ser golpeada por el olor de mi chico. Nos despedimos y Peter comenzó a quitarse el cinturón en mi puerta.

—¡¿Qué haces, pervertido?! —grité y lo empujé dentro de la casa antes de que alguien lo viera—. No puedes hacer eso frente a mi casa. Los vecinos ya creen que este es un club nudista gracias a Jasper y no necesito que lo confirmen contigo desnudándote —fruncí el ceño—. ¿Qué haces aquí?

Sí... probablemente dirán «¿por qué te impresiona que Peter esté en tu casa?». Pero esto era anormal. Este último fin de semana había estado un poco alejado de mí. Tenía que hacerle tutorías a... creo que dos niños de primaria y un chico de secundaria, llamado Zeke. Además de que hoy lunes, los de último año habían hecho un test post-trauma universitario. El pobre debería estar con el cerebro casi explotando.

—Ey..., preciosa —comenzó a acercarse a mí pero le toqué él pecho para que se alejara.

—¿Por qué estás ebrio?

—Lo sien-HIP-to..., pero es que te quiero como las vacas —alcé una ceja—. Muuuuuucho... Y creo que debemos hablar.

Acabo de tener un déjà vu épico.

—Para hablar conmigo no tienes que desnudarte en la entrada —le regañé y me crucé de brazos—. Tampoco tienes que emborracharte.

—¡Cuando estoy ebrio tengo mucho valor! —dijo y apuntó al techo con una cara seria mientras caía al piso de cara.

—Sí, ya lo noté —rodé los ojos.

Me agaché para ayudarlo a levantarse y dejarlo sentado en el sillón. Su cabeza se iba hacia adelante una y otra vez, así que tuve que ponerle el palo de la escoba en el mentón para que no se cayera otra vez. Me dirigí a la cocina para poder prepararle un café bien cargado y cuando volví, el muy idiota estaba abrazando a la escoba y la besaba con lengua. Dejé la taza en la mesita de centro y le quité a Peter la escoba de un manotazo.

Déjame con mi Orgullo [DISPONIBLE TAMBIÉN EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora