Día 30

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-¿Y entonces, que vamos a hacer?- fue la pregunta con la que Claudia me levantó, mientras limpiaba al bebé- y hay que comenzar a hacer un calendario para cambiar los pañales.

Oscar soltó una carcajada que Claudia le cortó con la mirada.

-Sabía que llegaríamos a eso, muy bien, hablemos- dije

-Ya nos acostumbramos a viajar, y ya estamos más curtidos para enfrentar los problemas, quizá deberíamos tomarle la palabra al hombre. No hay prisa, podemos ir recolectando en el camino lo que se presente.

-Me agrada la idea, me agrada más que no tengamos prisa.

-¿A qué te refieres?

-Antes del virus íbamos de prisa a todos lados, a la escuela, al trabajo. Me salieron canas cuando menos me di cuenta y sentí que mi vida se acabó. Llegó el virus y hubo momentos de tranquilidad, después la prisa volvió.

-Nosotros

-No, la prisa. Vamos a viajar pero primero disfrutémonos como familia, tomemos las vacaciones que siempre quisimos, no para tomar fuerza y regresar a la rutina, sino para vivir, ser parte de la nueva etapa de este planeta. Fallemos o no, lleguemos o no, estamos ante una oportunidad única. Sí, yo digo que vayamos a recorrer el mundo, antes que este niño comience a caminar. A encontrar amigos, el amor. ¿Puede ser peligroso? Sí, no obstante siempre estuvimos en peligro sin salir siquiera de nuestra ciudad, cada día nos jugábamos la vida, cada día podíamos no regresar a casa, ahora en perspectiva no se ve tan mal.

Me miraban atento.

-Pero no nos duele quedarnos unos días más, nunca supe pescar, quiero aprender. ¿A quién más escucharemos en la radio? Vamos a agotar las posibilidades sin quitar el dedo del renglón en irnos a viajar- agregué

-Tú lo que quieres es atascarte con la comida de aquí- dijo Oscar cortando la melaza que salió de mi boca y estaba a punto de estallar en carcajadas. Sus rostros también se veían ansiosos.

Para desayunar nos esperaban unos tacos con tortilla recién hecha y un caldito de pollo. El café estaba riquísimo y llevaron fruta para el postre, una sandía que se desbarataba en la boca. Caminamos a la playa y jugamos con los perros. Había momentos en que me quedaba quieto y cerraba los ojos para sentir la brisa. Mientras un centenar de palomas se postraron en la arena, estábamos rodeados pero no se mostraban agresivas, como si solo reclamaran su lugar y nada más.

Ahora solo quería conservar esas risas, esas pláticas, y tomé montonal de fotos; no podía predisponer lo que pasaría, quizá algún día las enmarcaría, o las volvería a compartir en línea, corrijo, por primera vez las compartiría en línea. La próxima aventura parecía igual de interesante pero en el momento solo quería pasar tiempo con nuestros nuevos vecinos. El mundo está desierto, ya no hay gente en el poder, porque ya no existe el poder, ya no hay celebridades prefabricadas porque ya no hay quien las siga, ya no hay líderes porque no hay algo tangible para idolatrar. Habrá quien quiera ocupar con ansias esos lugares, y lo averiguaremos quizá más pronto de lo que esperábamos, pero no quería preocuparme de ellos ahora. Todo este mes me sorprendió, logré lo que jamás supe era capaz, sufrí como nunca. El fin del mundo me transformó y el futuro no podía ser más que brillante.

30 días después del fin del mundo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora