Día 16

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No estaba seguro de que hacer con el cadáver, quería que le diéramos buena sepultura y lo ideal era llevarlo a un cementerio. Los maullidos en la noche tampoco ayudaron a mi concentración, al amanecer cesaron gradualmente, pero perdí suficiente sueño para ponerme tenso por la mañana.

-¿Qué hacemos?- le pregunté a María, mientras los hermanos seguían dormidos aunque el sol ya había salido. Los envidiaba.

-Debe haber un mapa impreso por aquí, en la recepción, muchos lo tienen para los visitantes extranjeros. Como emergencia cuando no sirve el internet.

Salimos cautelosamente, no tenía ganas de partir un gato a la mitad pero llevaba el machete por si acaso. El sol salió más intenso ese día y el reflejo en el pavimento rebotaba su efecto entre los pedazos de vidrio que aún tenían los ventanales. Revisamos la recepción y encontramos el mapa, María lo tomó y comenzó a buscar, mientras encendía la computadora. Si bien no había internet podría encontrar algo ahí.

-Son unas veinte cuadras para llegar.

Busqué en el ordenador y revisé las carpetas, había respaldos de las rentas de los pisos y oficinas, memorándums en formato pdf, y el archivo de videos del circuito cerrado que contenía muchos. Íbamos a pasar días mirándolos así que me enfoqué en la recepción.

-Tal vez esto nos dará respuestas.

María tomó una silla y se sentó a mi lado mientras comenzamos a buscar. Solo había respaldos desde aproximadamente la fecha después del brote, abrí la carpeta y habilité la vista previa en tamaño grande. Algunas en sus imágenes previas no mostraban personas, abrí un par de ellas para percatarme que no tuvieran un hecho importante. Las que si las tenían solo mostraban entrada de gente, interacciones como saludos pero nada más. Salté a los videos de dos semanas después y abrí uno donde tampoco sucedía nada pero las puertas de vidrio ya estaban rotas, así que regresé a días antes de ese hecho.

En el día que comencé a revisar vimos la expresión en pánico de una mujer, cambié a otra carpeta para ver la segunda cámara y el ángulo mostraba la vista de la calle desde adentro. Tal como lo dijo Pedro vimos un cuerpo cayendo en alta velocidad y destrozándose apenas tocaba el pavimento, la expresión de la mujer era la sorpresa de verlo. Dos días después y no había más hechos sobresalientes, en el tercero vimos saliendo a un grupo de personas, corriendo, con tal velocidad y horror que rompieron otra puerta. No fue un auto el que lo estrelló ni alguna arma como lo imaginé, eran personas, a los cuales los vidrios les rasgaron el cuerpo al pasar, una de ellas no podía salir por completo entre la multitud y sus rostros se mostraban desesperados al empaparse de sangre. Era como si todos quisieran salir al mismo tiempo.

Sin siquiera haber logrado salir vimos a un hombre con los síntomas del virus, apenas se acercaba y lo golpeaban, lo aventaban huyendo de él. Pero el hombre no se veía agresivo, hacia señas que parecían más una solicitud de ayuda. Avancé el video con el mouse hasta ver que el lobby había quedado desierto.

Otros dos días no tenían actividad, esta vez nadie entraba ni salía, los adelantaba y repasaba por si había saltado algún momento. En el día siguiente Pedro limpiaba el lobby con un trapeador, quitaba los vidrios y los residuos de sangre. Adelanté hasta lo que parecía la mitad del día. Lo vi y no lo creí, lo regresé para verificar y miré a María desconcertado. Lo dejé correr de manera normal y fuimos testigos. Dos chicas entraron al lobby, miraban de un lado a otro, caminaron fuera de cámara. Revisé la carpeta de la planta baja para encontrar la otra parte del rompecabezas digital. Pedro las atacó con el machete, a una de ellas en la pierna y le dificultó correr, el siguiente golpe fue en la cabeza, cortándole la piel. No quisimos ver lo que continuaba. Y no había archivos más recientes a una semana. Miré a las cámaras de vigilancia pensando si aún estaban filmando, parecía una locura porque el circuito cerrado a veces no almacena tanto.

Oscar y Claudia ya estaban despiertos cuando regresamos a la oficina donde dormimos.

-Tomen algo para romper puertas y busquen entre las puertas de seguridad la sala de circuito cerrado

-¿Circuito cerrado?- pregunto Claudia.

-Debemos encontrarlo.

Mientras todos buscaban regresé a la habitación de Pedro, me acerqué a la cama, el cuerpo seguía tapado de pies a cabeza. Tomé el teléfono fijo que había en el buró, porque no lo pensé bien y no sabía con que protegerme. Me acerqué y destapé su rostro. Ya sus labios se estaban volviendo morados y el mal olor que desprendía aumentaba, estaba muerto. Tan solo quería asegurarme de que no estaba fingiendo.

-Lo encontramos- dijo Oscar interrumpiéndome. Brinqué del susto, y corrí a dicha habitación. Las cámaras aun funcionaban y estaban grabando. El cuarto tenía una veintena de monitores, cada uno registrando un piso. Busqué en aquella que grababa el lobby los archivos de antier, cuando llegamos.

Ahí estaba Pedro mirando hacia la entrada con machete en mano, según el registro minutos antes de que llegáramos. Después lo vimos caminar hacia el fondo rumbo a los ascensores.

-¿Cómo supo a donde iríamos? No escuchamos el elevador al lado, porque si subió al mismo tiempo no tiene lógica, debíamos llegar sincronizados pero él ya estaba ahí. Y ¿por qué no nos mató?- pregunté.

Corrí hasta la habitación donde lo habíamos dejado, entré y cerré la puerta con seguro. Tomé el machete que de manera descuidada dejamos en una silla junto a la cama, ni siquiera moví la sabana que lo cubría y alcé los brazos a punto de cortarlo como un pedazo de leña, pero mis extremidades no respondían, como si estuviesen trabadas. En ese momento sentí rabia, por haber puesto en peligro a mis nuevos amigos, por confiar ciegamente en alguien por segunda vez en estos días, porque la vida después del apocalipsis ya no era el paraíso de hace una semanas atrás. Tomé el mango de madera del arma con tal fuerza que sentí como algunas astillas se introducían un poco en la piel. Como al abrir una presa, los pensamientos siguieron como una corriente sin pausa, a máxima velocidad. Di golpes con el machete a los muebles, a las paredes, mientras escuchaba los golpes en la puerta y los gritos de los demás pidiéndome abrir. Recordé a mi padre humillándome, a mi prometida cancelando la boda un mes antes, a un ex novio robándome el dinero que ahorré para una camioneta, mi madre quejándose de cualquier acción que no le parecía apropiada, del jefe que tomaba crédito por mis ideas, del compañero que tomó una vez mi almuerzo en mi primer trabajo, del conductor que casi me atropella por estar distraído, de los chicos que vi patear un perro e insultarme cuando trate de defenderlo y del golpe que me dieron minutos después; de no tener dinero para llegar al siguiente pago y no poder ahorrar, por los ahorros para el retiro que ya no sirven para nada porque el sistema cayó y la vida cambió. Porque no quiero ser un líder, no quiero enfrentarme al nuevo orden social o económico, porque ya no tengo fuerzas para nada, porque me siento más débil que cuando sucedió el fin.

Salí de la habitación.

-Vámonos- dije

-Pero, el cuerpo- reclamó Oscar. Pero no contesté, caminé hasta los autos y me encerré. Quince minutos después los demás arribaron trayendo una cosas del edificio, solo vi un par de cajas medianas que colocaron en los asientos traseros de mi auto. Cuando vi que todos estaban adentro de los vehículos arranqué y salimos de esa ciudad, no pronuncié una palabra en el camino, entre la rabia que me carcomía y unas intensas ganas de llorar. 

30 días después del fin del mundo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora