Día 11

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Saliendo del pueblo nos encontramos con la primera jauría que había visto, mientras María rezaba algo yo miraba curioso y me preguntaba, ¿si el virus no afecta los animales por qué se comportan así? ¿El simple hecho de comer carne humana los volvió agresivos? El gato que recogimos no se comportaba así, pero ¿sucederá también ahora que está en la calle? Y me rompe más el corazón pensar si sobrevivirá. Por otra parte, tengo buenas memorias de las mascotas, siempre tuve perros, desde que era pequeño, y aunque siempre fue difícil despedirme cuando morían, nunca dudaba en adoptar otro. Sé que tienen un gran corazón, por eso me inquieta su actitud actual. Sus ladridos son fuertes, rasgan el auto y saltan como si quisieran entrar por las ventanas cerradas, no puedo acelerar ni hacerles daño, conducimos lentamente, bien pasaramos una hora en ese tramo.

En otra parte de la carretera nos encontramos con un sembradío de fresas y frambuesas, cubierto pero solitario. Había una pequeña choza cercana y tocamos.

-Hola, ¿buenas?

Nadie contestaba. Oscar se acercó a verificar que la puerta estaba abierta. Con precaución ingresamos, abrimos las ventanas ya que estaba muy oscuro. Encontramos una litera con un colchón gastado, imaginamos que el lugar era habitado solo por ocasiones por algún velador cuidando los cultivos. Había algunos ejemplares de esas revistas amarillistas con fotos graficas de accidentes o personas asesinadas, las hojas estaban gastadas y sucias. Gritamos en el campo esperando reacciones, tan solo las vacas se acercaron un poco. Sin rastro alguno de otro humano procedimos a lavar algunas de las frutas que encontramos en los árboles y probarlas, eran deliciosas, hacía mucho que no comíamos algo tan fresco, que no saliera de una lata. Había olor a tierra mojada dentro del huerto, las fresas estaban jugosas, las frambuesas un poco ácidas pero deliciosas.

Nos lavamos las manos pegajosas y llenamos un garrafón de agua para más tarde. Desviamos un poco el rumbo hacia un camino interno para revisar bien las instalaciones, no podía ser el único cultivo del lugar, y quizá nos encontraríamos con los dueños. Pasamos un camino empedrado y después un tramo de tierra. La mañana estaba clara y el sol pegaba sin sofocar. Fue un día de suerte porque encontramos papas, manzanas y naranjas, no todo estaba en la mejor condición pero podíamos elegir. Llegamos hasta la hacienda e hicimos el mismo protocolo esperando una respuesta. Entramos a las habitaciones que estaban desiertas, no había ropa, parecía una casa abandonada mucho tiempo atrás. Encontramos un establo sin caballos y una granja con gallinas, patos, cerdos, no todos estaban vivos.

-Murieron de hambre- sugirió María.

Encontramos unos sacos de alimento y procedimos, haciendo ruido con los granos para apartar a una parte de la granja a los animales vivos. El olor era muy desagradable. Había pensado en aprovechar las instalaciones para comer pero no estaba seguro que el olor lo permitiera.

-Mi idea no era ponerme a trabajar- dijo Oscar con tono jocoso.

Percibí algo pero no quise darle mucha importancia, algunos animales estaban fuera del corral, los patos saben volar y algunos estaban afuera también, sin embargo otros yacían muertos. El virus no los habría matado, pero tampoco el hambre. No quise asustar al resto así que guardé silencio.

La cocina era enorme como lo esperaba, pero el olor era intenso, ni siquiera el hecho de que hace un día que no nos bañábamos lo disimulaba. El hambre ya estaba alterándonos y decidimos tomar un comal, algo de leña y volver más cerca del camino de la carretera. María tomó una gallina para prepararla. No éramos vegetarianos pero el proceso para cocinarla no nos parecía llamativo, ella lo comprendió e hizo todo el trabajo.

Fue como una de esas reuniones de amigos, un poco de música con las guitarras que tomaron de la tienda, pollo asado y frutas. Cuidamos evitar caer en excesos, ya que hay otro elemento que encontré complicado al salir, cómo y en donde ir al baño. Algo tan trivial en este escenario resultó muy importante.

Regresamos a la carretera y seguimos toda la tarde hasta el anochecer, donde cruzamos por otro poblado que se veía más grande. Dimos vueltas a algunas calles para verificar que estuviera desierto. La noche llegó y decidimos descansar, tocamos en varias casas en una cuadra hasta cerciorarnos que no estuvieran habitadas. Entramos a una por la ventana, que después cerramos cubriendo con la mesa de madera del comedor. Y echamos a dormir.

30 días después del fin del mundo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora