Día 29

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El día nos dio una perspectiva más clara de esta pequeña comunidad. Me sentí avergonzado de predisponer cómo vivían ahí. Tenían las herramientas básicas.

-Ya sabemos que hay luz, pero queremos enseñar a los niños a ser responsables y valerse por sí mismos, porque no sabemos lo que pueda pasar. No creas que no la usamos, solo lo indispensable.-me compartió en confidencia mientras le ayudaba a tender la ropa en el techo, la cual era lavada a mano por turnos entre los adultos y los adolescentes. En la casa contigua en el techo vi un telescopio.

-¿De dónde sacaron eso?

-Del mismo lugar de donde ustedes sacaron, me atrevo a decir, ¿los libros?

Me puse rojo y ella rio a carcajadas.

-Traemos las cosas sin que los demás niños lo vean, no queremos darles ideas.

-¿Son ustedes los únicos sobrevivientes de este lugar?

-Hasta el momento, pasamos días y días revisando, buscando y solo encontramos a ellos.

-Pero hubo muertos, ¿Qué hicieron con los cadáveres cuando nadie vino por ellos?

-Pozole- se rio de nuevo- Nadie vino por ellos, eso nunca pasó. En este pueblo siempre fuimos olvidados, se acordaban cuando estábamos en tiempos de elecciones y ya. Son de esas cosas que prefiero olvidar.

-¿Y la basura?

-Somos menos, así que hacemos menos basura, la llevamos a ese lugar donde la echaban, cada semana hacemos viajes.

-Lo que aun no comprendo, ¿cómo es que el virus llegó a partes tan remotas? no tiene sentido. ¿Se incubó durante mucho tiempo y después se esparció? Y ¿por qué nosotros no fuimos infectados?

-¿Eso te deja sin dormir?

Guardé silencio y miré el telescopio.

-Pueden quedarse cuanto quieren, se les nota que no será mucho tiempo, pero esta es su casa.

-¿Por qué confían en nosotros?

-¿Por qué no?

Ya no supe que contestar y fui a mirar de cerca el telescopio, me acompañó una de las jóvenes y me instruyó sobre cómo usarlo.

Me platicó que ella ve las estrellas por la noche, pero mi duda iba más sobre observar lo que había en las calles del pueblo. Soledad, algunos perros y gatos por las calles. En otra parte vi vacas y caballos deambulando, pero ni otra sola alma humana.

-¿Qué hacen en un día normal?

-Los más pequeños van a la escuela

-No te refieres al edificio como tal.

-Sí, ¿por qué? Ahí tienen pizarrones, los adultos nos enseñan cosas, ahí tienen muchos libros también.

No quise mostrar lo extraño que me parecía al ser menos de una docena de personas y disimulé.

-Hoy descansamos, porque ustedes llegaron.

-¿Entonces es nuestra culpa?- dije como broma- perdón, te interrumpí.

-Por la tarde el resto trabajamos de alguna manera, vamos por provisiones ya sea a las tiendas, a los huertos, pescamos. Leemos, platicamos, jugamos.

-Como si nada hubiera pasado.

-No somos tontos, vimos muchas cosas muy feas durante el virus, e hicimos cosas de las que no queremos hablar más. Pero no miramos atrás, no tiene caso, no sirve de nada.

-No extrañas a quienes se fueron, tu familia, por ejemplo- apenas terminé esa frase me sentí mal por ser tan imprudente. Se quedó callada y sabía que cometí un error.

-Todos los días, son mi fuerza para seguir adelante, ahora que el mundo es nuestro.

Ya no quise agregar algo más, solo contemplé la ciudad con el telescopio.

Teníamos la idea de conectar la radio con la esperanza de encontrar alguna señal. Nos sorprendieron al llevarnos, a Oscar y a mí, a una mejor opción. Existía una estación de radio local, que tocaba música regional. Sin mucho que hacer decidieron experimentar con el equipo, conocerlo y donde nosotros fallamos, ellos triunfaron.

-Sí, hemos platicado con mucha gente, a unos no les entiendo- nos compartió Javier, el esposo de Lupita.

-¿Hace mucho que se contactaron?

-Unas semanas, si, la verdad queríamos oír música, pero no nos funcionó.

Llegamos al lugar, la puerta del edificio estaba forzada, había tres cabinas y entramos con él a una de ellas, pasamos a la sala de control y como todo un profesional encendió el equipo. Me perdí entre sus movimientos y si me los pidieran repetir quizá fallaría.

-Brendon, ¿estás ahí?- preguntó

Se escuchaba como si modularas una estación de radio normal.

-¿Brendon?

-¿Javier?- respondió una voz con un acento diferente

-Es gringo- nos dijo

-Tengo aquí a unos amigos que quieren preguntarte algo

-¿Hola, prefieres que hablemos en español o en inglés?- le pregunté a él-¿no hay problema?- le cuestioné después a Javier quien subió los hombros en señal despreocupada.

Ahí descubrimos respuestas a muchas de las dudas que me habían mantenido en vela, la crisis al menos más allá de la frontera era similar, las ciudades solitarias eran la constante, así como la peste por los cadáveres, y los grandes grupos de animales en las calles. La taza de crimen era menor a la nuestra, por otra parte no se había dedicado a husmear como nosotros cada lugar que visitaba.

-No hay tráfico, ¿sabes qué es eso?, ya fui a México dos veces, ya no hay fronteras. No me quiero aventurar más allá si necesito regresar, no me quiero desprender todavía.

Entendía su dilema.

-Me falta probar más cosas, encontrar más gente, aquí es su casa, los espero cuando gusten.

-Tal vez te tomemos la palabra.

¿Es cierto? ¿El mundo ahora estaba en la palma de nuestras manos?

Platicamos toda la tarde, sobre un incidente en el zoológico con una manada de leones por las calles, sobre encontrarse a un par de actores famosos de televisión, y una manada de animales que ahora vivían con él. De su nueva familia, y de sus planes para convertir su ciudad en lo que siempre soñaron. Regresamos al anochecer y cenamos unos tamales acompañados de un atole que quise repetir varias veces, me recordaron a mis abuelos. Y cantamos por unas horas, Claudia y Omar con instrumentos en manos, hasta que el cansancio nos venció. 

30 días después del fin del mundo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora