Capítulo 3

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Ofrenda

Año 564 del Invierno de Istarya,

Ramia se aovilló más entre las mantas, recordando una escena que no dejaba de dar vueltas en su mente. La sacerdotisa de su ciudad había hecho un anuncio el día anterior y desde entonces, un silencio pesado cayó sobre toda la ciudad.

¡Los antiguos Dioses se están vengando! Cuando el último Rey blasfemó, cambiando la fe arraigada en esta tierra, los Dioses enviaron su castigo contra todos nosotros... Año tras año, siglo tras siglo... no hemos visto más que crudos inviernos... si hemos sobrevivido hasta ahora, ha sido para que podamos encontrar una manera de pagar por nuestra ofensa... —Había exclamado la respetada mujer. —He recibido instrucción de la Gran Oráculo... y los Dioses han encontrado en sus infinitamente misericordiosos corazones, la capacidad de perdonarnos, si sacrificamos una esperanza... algo amado... por cada año de castigo que nos han dado.

Durante unos momentos, su discurso pasó a ser persuasivo, instando a todos a ser receptivos con la "ofrenda" que sería dada a los Dioses... entonces finalizó con: —Las casas que tendrán el honor de servir a los Dioses, serán seleccionadas por el azar de la providencia y deberán llevarla al Templo Real, mañana antes de medianoche. Rogamos a todos su colaboración para que esta maldición, castigo de nuestros Señores, llegue a su fin. Serán ampliamente recompensados por ello.

Ramia no tenía idea, por las crípticas palabras de la mujer, cuál sería la ofrenda exactamente. Esperaba que no costara demasiado si eran seleccionados... pues sus padres y ella trabajaban arduamente en largas jornadas bajo el clima helado y ahora, que tenía un hermano o hermana menor en camino, el dinero que ya era bastante escaso y que apenas les daba para una comida al día, lo sería más.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando sus padres, con una expresión seria, llegaron a la pequeña habitación que llamaban hogar, después de trabajar.

—Cálzate y abrígate Ramia, tenemos que salir. —Le ordenaron y ella, obediente y presurosa, estuvo lista en un instante.

Tomando las manos de sus padres, estuvo callada todo el camino, notando que iban hacia el Templo Real.

Así que habían sido seleccionados...

Cuando estuvieron en la entrada vio una larga fila... casi todos eran adultos que tenían un niño con ellos. El aire se sentía un poco pesado y más frío que de costumbre y ella se acomodó el abrigo y se pegó a sus padres, para que su calor la ayudara a mantenerse cálida.

Tardaron quizás una hora... pero finalmente llegaron a la puerta del templo, al pasar, una de las sacerdotisas menores, les entregó a sus padres una bolsa cuyo tintineo era reconocible.

¿La recompensa por la ofrenda? ¿Pero si ellos aún no...?

—Que los Dioses los bendigan. —Dijo la mujer y sus padres hicieron una pequeña reverencia que ella imitó automáticamente.

Entonces su madre la hizo mirarla y con sus ojos sin brillo murmuró: —Haz caso a todo lo que te pidan, Ramia. Haz a tus padres y a los Dioses felices ¿Está bien?

—Recuerda que siempre debes obedecer —reafirmó su padre y tras decirle que la amaban se fueron... dejándola allí, sola, sintiéndose tan sorprendida y perdida, que no alcanzó a conseguir decir algo... o a reaccionar cuando la sacerdotisa la tomó por la mano y comenzó a llevarla a la cámara posterior del templo.

Sólo pudo mirar las espaldas de sus padres hasta que ya no pudieron ser vistas y notar... que nunca miraron atrás nuevamente.

La mujer la dejó en una enorme sala, con colchas y mantas por todo el suelo donde muchos niños, algunos de su edad, otros un poco mayores y otros más pequeños, abarrotaban el sitio.

Algunos lloraban... otros estaban jugando, otros reían... y pocos, como ella, estaban tranquilos. Callados. Pensativos.

Faltando una hora para la medianoche, comenzaron a ir a buscarlos.

De uno en uno... el salón se fue vaciando.

¿A dónde los llevarían? ¿Algún tipo de misa o ritual? Esperaba que le explicaran primero qué tenía que hacer... pues su familia vivía un poco lejos de los templos y acudía poco a los servicios. La última vez había sido quizás hacía un año y Ramia no recordaba muy bien que había sucedido, puesto que el aroma a incienso siempre la hacía sentir adormilada.

Fue una de las últimas a las que buscaron... y caminó por un largo pasillo oscuro que la hizo sentir intranquila.

Cuando alcanzó la sala de la misa, un aroma que ella reconocía bien, pues su familia trabajaba en los cotos de caza, llegó a sus fosas nasales.

Sangre.

Instintivamente, comenzó a luchar. Pero las mujeres adultas fácilmente pudieron reducirla. Camino al altar... lo vio todo de rojo...

Los cuerpos de cientos de niños igual que ella, apilados a los lados del altar mientras creaban pilas que seguramente quemarían, como cuando había una epidemia e incineraban a los muertos.

Ella sabía que ese sería su destino, sabía qué clase de "ofrenda" era... pero no pudo dejar de rebelarse, aun, en el momento en que la ataron de pies y manos al altar y la ungieron con aceite ceremonial en todo el cuerpo.

Mientras la sacerdotisa hundía el cuchillo en su corazón, recordó a sus padres diciéndole que la amaban.

¿Era esta la forma de amar que tenía este mundo?

Mientras la mujer retorcía el arma, alargando su sufrimiento, sólo pudo pensar que no había manera en que los Dioses quisieran este tipo de ofrenda.

Los adultos estaban mal.

Estaban ciegos... y quizás el invierno eterno era justo el castigo que se merecían por su egoísmo.

Ese fue su último pensamiento antes de que todo se volviera oscuridad.

Helada PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora