Capítulo 2

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El Origen del Invierno

Trecientos años atrás, antes de que todo comenzara...

—Mi padre... ha elegido el camino del mal, Emyl —susurró la princesa mientras con sus dedos inquietos, creaba pequeñas decoraciones gracias al poder del hielo, heredado de la, ahora extinta, raza de su madre.

—El camino del rey, es irrelevante para mí, princesa Syri. Mi espada es para usted, yo sirvo y me apego a sus comandos, no a los de vuestro padre. —Respondió sucinto, mientras se preparaba mentalmente para las ordenes de su señora.

La antigua reina, Mariotte, madre de la princesa, lo había recogido siendo apenas un bebé de entre los escombros de un campo de guerra, de la aldea de "malditos" que habían sido masacrados por el rey, por nacer con algo que el mismo codiciaba y que jamás podría conseguir.

La inmortalidad.

El rey Umir, estaba trastornado y obsesionado por obtenerla, al punto que se casó con la heredera del clan de hielo, en busca de que su hija, quién estaba previsto por un oráculo, sería la usuaria de magia más poderosa que pisaría la tierra, fuera capaz de darle lo que ansiaba.

Emyl, que acompañaba a los caballeros de la reina, fue entrenado desde joven para ser el protector de la princesa, pues todos los que se oponían al rey, buscaban deshacerse de ella, quién le podría otorgar al tirano lo que ansiaba.

Pero a él eso no le interesaba. La reina lo había tratado con cariño y le había pedido cuidar de la princesa cuando el rey decidió que ella era una mala influencia para su hija, y la mandó a decapitar.

Afortunadamente, la pequeña creció con el corazón bondadoso de su madre y ahora, cuando el depravado que tenía por progenitor le pidió finalmente su maligno deseo, el motivo por el que se había molestado en traerla al mundo en primer lugar... ella sabía perfectamente las implicaciones que ello traería.

—Este mundo está corrupto, Emyl. Todos los hombres... la tierra llora porque la han saqueado hasta dejarla casi yerma y ellos siguen preocupándose sólo por obtener algo que no está destinado a los humanos ¡En lugar de sentirse agradecidos, porque de todas las razas ellos son los únicos que podrían entrar al paraíso definitivo! —Exclamó, mientras sus mejillas se teñían de un suave rosa, contrastando con la increíble blancura nacarada de su piel.

La princesa se aferró a él, hundiendo la cara en su pecho, como hacía desde niña, como un hábito para calmarse cuando la situación era demasiado agobiante para ella.

—Sabes que yo jamás te juzgaré... —Se atrevió a decirle en un tono menos formal, ese que usaban cuando sólo eran ellos dos, mientras sus dedos comenzaron a jugar con los rizos azabaches de sus cabellos.

—Lo sé. Mi destino estuvo decidido desde que nací en este mundo... la tierra me lo pide, me lo implora... grita en mi cabeza que la salve de la agonía en que los humanos egoístas la han sumido... y de su trágico final. —Suspiró. —Debo convertirme en un verdugo, Emyl... pero no es algo que pueda hacer sola.

Él levantó su rostro por el mentón, los prístinos orbes azul violáceo, eran como espejos de las aguas mágicas de su pueblo natal.

—No es algo que tengas que hacer sola.

Ella sonrió con tristeza. —Pero te condenaré a mucho tiempo de soledad, mi Emyl.

Eso lo hizo feliz... su preocupación.

Levantó su mano enguantada y depositó un beso en el dorso de ella.

Si es así, ¿Puedo pedir una recompensa cuando mi deber se realice?

Syri soltó una risita y acarició su mejilla con el guante helado. —Te la hubiera dado, aunque no la pidieras.

—Entonces así sea, haré lo que me ordenes. —Juró.

De esa manera, ambos escaparon de la ciudad hasta las profundidades del bosque, dentro de un laberíntico entramado de montañas y cuevas, allí, encontraron un templo subterráneo.

El templo del verdugo.

Lugar mágico, donde un guerrero y un sacrificio tomaban la prueba de los Dioses.

El sacrificio, dormiría mil años sobre el altar, mientras su magia podía —sanar o destruir— al mundo, según su deseo.

Y el guerrero, obtenía una bendición divina para proteger al sacrificio de todo aquel que intentase interrumpir con su ritual.

Se convertía en su guardián.

De esa manera comenzó...

El Invierno de Mil Años de Istarya.

Helada PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora