Capítulo 6, segunda parte.

923 25 23
                                    

Capítulo 6. Segunda Parte

Vino a recogerme al aeropuerto de Bagdad y seguía siendo una mujer espléndida; la edad la había mejorado. Aquellos preciosos ojos azules seguían luciendo sin haber perdido un ápice de su belleza. Llevaba el pelo igual de largo; ahora con un flequillo corto que le llegaba a mitad de la frente, tal y como imponía la moda en ese momento. Iba vestida de manera bastante informal, con zapatillas de deporte, vaqueros y una fina chaqueta de hilo que no podía ocultar su espléndida figura.

No me sonrió, al verme solo arqueó ligeramente las cejas y su cabeza asintió también de forma breve. Eso fue todo.

Tras unas frases vacías de contenido y unas estúpidas formalidades nos pusimos en camino. Ella conducía un viejo coche y me llevó hasta mi hotel.

—¿Aún me guardas rencor? —le pregunté yo mientras atravesábamos el centro de la capital de Irak.

—No, ¿por qué debería guardarte rencor? Me utilizaste para tu trabajo, usaste mi cuerpo para tu placer, arruinaste mi asignatura y después te largaste sin más explicaciones —su voz no denotaba rencor, pero a través de sus palabras quedaba claro que sí; que aún lo recordaba.

—Bueno, era otra época —no me dio la gana de disculparme de algún modo; esa deferencia era la única que recibiría. Si la aceptaba, bien, y si no, allá ella.

—¿Cuánta pasta te has gastado para conseguir entrar aquí? ¿Y a cuántos has sobornado?

No contesté a su pregunta, estaba claro que estaba dolida y me estaba fusilando.

—¿Qué haces aquí en Irak? —pregunté yo, intentado cambiar de tema.

Frenó de golpe. Las ruedas del coche derraparon ligeramente sobre el asfalto.

Me miró y me propinó una bofetada en pleno rostro.

—¡Maldito cabrón egoísta! Hay gente asustada, gente que lo pasa realmente mal. Y que solo nos tiene a nosotros —hablaba a gritos, con la frente ligeramente arrugada y la mirada más fría aún—. Y ahora viene el señor hijodeputa egoísta para que le haga de guía turística.

Me dio otra bofetada y se quedó a gusto; ella relajó su frente al tiempo que mi mejilla adquiría un tono rojizo y comenzaba a hincharse.

—¿Qué haces aquí? —pregunté de nuevo.

Respondió de forma más relajada.

—Trabajo para la ONU. Formo parte de un grupo que da asistencia psicológica a gente desesperada tras la guerra; gente que lo ha perdido todo y que no encuentra un motivo para vivir.

—Entiendo. Y ahora me echas la culpa de que no puedas continuar dando esa asistencia.

Ella no respondió, por lo que yo continué hablando.

—Pues deberías estar enfadada con tu jefe, chata. Es él quien te ha puesto de perrillo faldero a mi servicio.

Ella se giró; parecía dispuesta a darme un tercer bofetón, pero se contuvo.

—No te confundas. No estoy a tu servicio —al acabar apretó los dientes fuertemente para contener su odio hacia mí.

Se me escapó una sonrisa mientras ella arrancaba el coche otra vez.

—¿Encuentras esta situación divertida? —esta vez su tono en absoluto era frío.

—No me burlaba de eso. Es que creo que aún sientes algo por mí.

La frialdad volvió a su voz. Y con ella el temple que tanto la caracterizaba.

—Nunca he sentido nada por ti; aparte de aborrecerte y desear que estés muerto. Si eso cuenta, claro.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 09, 2012 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hybris. Los Últimos Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora