Capítulo 1: Reconocimiento

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El reloj marcaba las 10:47 de la mañana cuando ya me encontraba ubicada en el asiento del avión. Mi destino: Punta Arenas, Chile.

            No sabía muy bien cómo me iba a desenvolver en esa ciudad que no conocía, pero tenía la esperanza de tener la ayuda de Adam, el amigo de Julieta. Lo único que sabía hasta ese momento eran los detalles que ella se había encargado de recordarme cada vez que hablábamos de estar juntas. Siempre me dijo que tenía que estar preparada para los cambios de clima, que fácilmente podía presenciar las cuatro estaciones en un solo día. De esta forma nació mi ansiedad por presenciar una nevada, quería que estemos juntas. Era verano, pero eso parecía ser una simple estación sin importancia en ese lugar. Íbamos a ir a muchos lugares, donde ella iba a ser mi guía turística. Habían muchos planes. Me imaginé muchas fotografías y, en ese momento, un escalofrío me recorrió el cuerpo con sólo pensarlo.

            A ratos parecía olvidar la noticia que había recibido hace unos días atrás. Era como si en cualquier momento fuera a sonar mi celular con ese tono especial. Pero nunca más sonó. Tenía que asumir todo de nuevo. Sabía que estaba recién empezando con el duelo y ya se hacía insoportable. Dudé de mi cuerpo, de mi fuerza y mi postura ante la vida. Dudé en sobrevivir sin ella a mi lado. Todo se transformó en caos, como si alguien hubiese cerrado el telón mucho antes de que termine la obra. Atónita ante mi propia vida.  

            Estaba nerviosa y angustiada, pensando mil veces en alguna razón que me conforme con la decisión tan drástica que ella había tomado. Muy drástica y muy egoísta. Sí, esa mañana su egoísmo se mantuvo flotando en mis pensamientos. ¿Por qué no había sido capaz de llamarme, de pedirme ayuda? ¿Por qué me excluyó de su vida? Me sentía alejada, casi olvidada. Sentí que nuestra relación había perdido validez ante mis propios ojos. ¿En qué momento olvidó que yo estaba esperándola?

            Mientras volaba, sobre nubes espesas, mi incertidumbre no me dejaba dormir. Estaba muy cansada y lo único que quería era que esos relajantes hagan su efecto.

            Tardaron una hora y fue en ese momento donde tuve un sueño con Julieta.
            Fui blanco de mis recuerdos, que se sacaron el polvo y aparecieron en alta calidad dentro de mi mente. De esta forma fue como el día en que la conocí, se reprodujo en mi sueño. Ahí pude verla otra vez. Tímida al moverse e intuitiva con la mirada delineada. Con su pelo largo, liso y negro.

            Era una tarde de Febrero en plena Reñaca, Viña del Mar. Sol hostigoso y quemando más que nunca. Había accedido a ir después de que una amiga fuera a raptarme del departamento. Mis migrañas querían atacarme y ella fue lo bastante rápida como para sacarme antes de que ocurra un blackout en mi cerebro. A la Cony la conocí en la universidad. Nunca pasó desapercibida entre los alumnos, ya que su figura estrictamente cuidada siempre fue su prioridad. Aparte que era una de las únicas chicas que llegaba en moto. Le encantaba sacarse el casco y dejar que brille su largo pelo liso frente a los demás. Aunque ella no lo admita, sonreía satisfecha cuando chicos y chicas la miraban más de la cuenta. No congeniamos en un principio por yo ser muy seria y ella muy loca-rebelde. Por lo que nuestros grupos de estudios o de salidas eran diferentes. Todo cambió una tarde en que unas chicas la arrinconaron al término de una clase y la golpearon duramente afuera de una sala. Sin importarme los tamaños de sus contrincantes, todas mujeres, fui a ayudarla. Todos miraban y grababan con sus celulares. Era un show que no me había gustado y quise cortarlo. Sólo recibí un golpe en la mejilla por mi corta labor de heroína y desde esa vez fuimos las mejores amigas. Ahí nos dimos cuenta sobre muchas cosas que teníamos en común. A ella también le gustaban las chicas.

_ No sé si volver a llamarla – contaba Cony, esa tarde de sol, mientras aplicaba bloqueador en su rostro – Me podría ir presa por estar con una colegiala.
_ Ella te buscó – le recordé, sentándome bajo una sombrilla.
_ Es un encanto de chica... Y lo más seguro es que sufra conmigo.
_ Puede ser – le aseguré, conociéndola. Constanza siempre tuvo ese encanto que enamoraba a las chicas, sobretodo a las más jóvenes que nosotras. Y al no controlarlo, quería estar con todas. Por lo mismo, siempre aparecían lugares a los que no podíamos seguir asistiendo.
_ ¿Sabes Anto? Igual me imaginé con ella – me contó, algo sorprendida – Pero sólo llegué hasta la mitad de la historia. Algo es algo.
_ Algo es algo – sonreí junto a ella, cuando una linda sombra apareció cerca de nosotras.
_ ¿Disculpen? ¿Podríamos sentarnos cerca de ustedes? – habló una voz dulce, con unos ojos sonrientes. Era Julieta, en compañía de la que más tarde sabría que era su prima.
_ No hay problema – respondió Cony, embobaba con ambas chicas. Olvidando su cuento con la escolar.
_ Lo que pasa es que sus papás se fueron al mall y nosotras nos quisimos quedar, pero se acercan muchos viejos por donde estamos – contó incómoda – ¿No les molesta si nos ubicamos al lado?
_ Claro que no – respondió Cony, al segundo, contenta y palpando su costado libre.
_ A todo esto – dijo mirándome – Soy Julieta y ella es mi prima Carla.

WildChild: La BúsquedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora