Los Cofres del Saber (capítulo 12 y 13)

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12

Eduardo se pasó tres cuartos de hora intentando que su mujer reaccionara, pero Svet parecía internada en un estado de agitación continúa, como si reviviera una y otra vez aquel lejano día en el que su vida cambió.

Sentada a los pies de la cama, con la mirada perdida en algún lugar lejano y las lágrimas cuajando en sus ojos, Svet se sentía desamparada. Su mente se ancló en un torbellino de sensaciones que vapuleaban su interior de manera frenética. Volvía a ser una niña asustada, escondida tras el sofá del salón, espiando a una figura sinuosa que se escapaba a su escrutinio. Luego las llamas inundaban la tranquilidad de la casa y los gritos histéricos de su familia quemándose se introducían por sus pabellones auditivos para despertar una terrorífica sensación de impotencia.

Y esa voz de la televisión, esa voz nasal que pellizcaba las sílabas de una manera especial, como si hubiera aprendido a esconder un acento distintivo a base de clases de dicción, se entremezclaba con las imágenes de su pasado y creaba una alarma interna que ella no llegaba a ver, sólo la sentía como un dolor en el corazón, una punzada intensa, un recuerdo que se perdía en los laberintos de la desmemoria.

Repasó la cara que pronunciaba esas palabras en aquel programa de la televisión, era una cara perfecta, con un cutis cuidado,… Los inmensos ojos azules que refulgían a la luz de los focos le parecieron una puerta al pasado, aquella nariz perfecta, obra de un cirujano, el maquillaje exacto para resaltar su belleza, el carmín rosado en los labios. ¡No la conocía! Lucía una larga cabellera rubia que se recogía en una graciosa coleta sobre la nuca, aguantada por hebras de su propio cabello que se enroscaban en la base de la cola.

¿Quién era esa mujer? ¿Por qué le despertaba ese recuerdo que ella quería erradicar de su mente? ¿Qué le sucedía?

No podía controlar su cabeza ni los recuerdos dolorosos que la asolaban en un bucle atemporal que mezclaba aquella mujer con el incendio, sobreponiendo ambas imágenes, como si a partir de ellas se ocultara una verdad necesaria, una verdad que podía desentrañar la parte oscura que la invadía de noche en sus sueños, que la obligó a enterrar bajo capas de nuevas experiencias lo sucedido en su casa, que no la dejaba vivir sin el resquemos de aquel suceso horrible que trastocó los cimientos de su existencia.

         Eduardo no sabía qué hacer. Caminaba de un lado a otro de la habitación, intentando entender la reacción de Svet. Al descubrirla desnuda ante la televisión la acunó entre sus brazos para consolarla, pero ante sus palabras tartamudeadas entre lágrimas de angustia ella le pidió que la dejara adentrarse en ese recuerdo en soledad, que la calidez de su abrazo la hacía perder la conexión con el pasado y borraba un poco las impresiones que parecían encender una luz en su cerebro capaz de iluminar aquella caverna oscura donde guardó lo sucedido tantos años atrás.

Los recuerdos del día del incendio también se presentaron en  Eduardo. ¡Aquel día la conoció! Al entrar en la casa en llamas se encontró con Svet, estaba descompuesta y un tanto histérica, susurraba palabras sin sentido en su idioma, palabras en un tono exaltado, histriónico, aterrado. El médico recordaba perfectamente aquella mirada de grandes ojos grisáceos que clamaban a gritos la angustia y la desesperación que se diluía entre las lágrimas. La cara estaba tensa, agarrotada, como si hubiera envejecido de golpe por las arrugas de terror que la constreñían.

Svet tenía en ese instante la misma expresión del pasado. A pesar de no estar emborronada con los restos del humo, sucia por las cenizas que se repartieron de manera desordenada por todo su cuerpo y con las quemadas en el torso que le dejaron las huellas visibles de lo sucedido impresas en la piel, Svet mantenía aquel pánico absoluto asido al rostro, como si a través de su expresión pudiera conectarse con el instante que cambió su vida por completo.

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