Los Cofres del Saber (capítulo 2 y 3)

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                                                                       Capítulo  2

         Ignacio estaba en su camerino, acababa de representar la última función de la temporada en Barcelona y estaba enrarecido, agobiado, como si algo le rondara por la cabeza y no lograra saber qué era. En sus múltiples giras por el mundo, pisando escenario tras escenario, Ignacio siempre había sido feliz, como si ante el público todo él se transformara en otra persona y sus miedos, sus angustias y sus traumas se fundieran con el clamor de las personas que lo corean y lo aplaudían.

        Pero sus viajes a Barcelona siempre lo ponían nervioso. Ahí su vida cambió de una manera implacable a los quince años. En esa ciudad perdió a su familia, a su amiga del alma y toda una vida plagada de mentiras y trampas. Barcelona fue el lugar donde su devenir sufrió una catarsis, donde inició su nueva andadura y dejó todo un mundo atrás, donde se transformó en Magus Ignio y abandonó a Ignacio. Barcelona escondía el secreto que lo obligó a cambiar, a buscar una salida, a pasarse la vida escapando.

         Se miró al espejo con las manos llenas de crema desmaquillante para deshacerse de los restos de pintura negra que ensombrecían un poco más sus ojeras para resaltar el aspecto fantasmagórico que presentaba en el escenario. Se miró y no puedo encarar la imagen que le devolvía el cristal, como si su pasado quisiera atraparlo de golpe, como si la amistad que había abandonado lo llamara, clamara su presencia, lo instara a buscarla con urgencia.

         Esa visión en el espejo, con su cara de antaño acompañada de Sara, medio borrosa entre unas rayas difuminadas parecidas al codificado de un canal de pago, aparecía hacía tres días, desde que en medio de su actuación en un programa de variedades el susurro impertinente de la voz de su amiga lo instó a acudir a una cita. Las palabras entrecortadas de Sara le habían  llegado medio apagadas, como el murmullo de un río que discurre a kilómetros de distancia, pero anuncia su presencia con el discurrir de sus aguas por un cauce invisible.

         Cerró los ojos con saña, evitando ver, sentir y, sobre todo, recordar. Pero cada vez que sus ojos disipaban el mundo que lo envolvía e intentaba hacer desaparecer la escena del espejo, Sara ocupaba la negrura de su mente. Estaba demacrada, con la cara pálida y enferma, los labios pintados con un rojo que casi dolía en su rostro lúgubre, ojeroso, triste. Los ojos estaban apagados, sin luz, como si se hubiera fundido la bombilla que los iluminaba y ahora sólo pudieran mostrar un mundo extinto.

      Durante diez minutos Ignacio intentó con todas sus fuerzas aplacar la imagen, deshacerse de ella, hacerla desaparecer, pero esta vez no pudo, los murmullos de Sara empezaron a subir de intensidad, adquiriendo una tonalidad fría y real que envolvía todo el camerino, como si saliera de unos altavoces instalados en la pared. Ignacio se reveló, se levantó, pataleó, se golpeó la cabeza con la mano y le suplicó a su amiga que desapareciera. Sin embargo la voz enfiló en unos gritos desgarrados, fuertes, rozando la desesperación.

           -Ven a buscarme al bar de siempre, te necesito

                                                                         Capítulo  3

         El tercer día tracé un plan de huida que parecía viable en unos minutos e hice una lista mental de los pocos recuerdos que deseba conservar: una foto de mis padres, la cajita de joyas, el reloj de papá, el Mont Blanc que me regaló por mi doceavo cumpleaños y la libreta de poemas.

         Aquella noche cené como si fuera un autómata y permití que Úrsula me condujera a mi habitación como si ella se hubiera convertido en mi titiritero. Metí en el bolso las cosas que había decidido llevarme y esperé dentro de la cama a que las luces de la casa se cerraran. Sólo quedaba encendida la de la habitación de Úrsula cuando me puse en marcha.  

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