Ella es mía Cap II

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Trueno hacía rato que había aminorado la marcha, necesitaba descanso, dos días de marcha  y la tormenta estaba haciendo mella en él.

Como Anthony había prometido, tras la próxima colina apareció Stongcore. Una edificación imponente de piedra gris, rodeada por una enorme muralla. La fortaleza pertenecía al clan McKlain desde hacía ya siglos, cada laird había aportado algo a la edificación, la muralla que ahora rodeaba la parte sur. era obra del actual laird, el padre de Anthony. Las contiendas con otros clanes le había hecho fortificar los puntos débiles. El laird Kennet había sido un joven guerrero dispuesto siempre para la batalla, ello había hecho que las tierras del clan prosperaran de manera notable. Los años le habían hecho volverse más tranquilo, aunque seguía siendo un hombre de armas tomar, aun provocaba temor con tan solo levantar la voz.

 Actualmente las esperanzas de Stongcore estaban puestas en Anthony, había sido entrenado en el campo de batalla, e instruido en las obligaciones de un laird para con su clan. En los años que el clan McKlain llevaba en paz, se le había permitido unirse al ejército de  Robert Bruce y aumentar así su entrenamiento. La fama adquirida como guerrero temerario le había convertido en un héroe para los aldeanos de las Highland y un atractivo partido para los laird vecinos con hijas casaderas.  

Anthony detuvo a Trueno sobre la colina. Necesitaba ver de lejos la fortaleza y comprobar si algo sucedía en ella. El puente levadizo estaba bajado, la fortaleza no corría peligro. Si todo estaba en orden, estaba enferma.

Con el pensamiento en la mente incitó a Trueno a agotar sus últimas fuerzas y llegar cuando antes a casa.

Los guerreros que vigilaban en la muralla rompieron a gritos y vítores cuando Trueno cruzó a galope el puente y se detuvo en la plaza frente a la puerta principal. Ignorando toda bienvenida y cegado por la desesperación, se abrió paso entre los habitantes del interior de la muralla que comenzaban a amontonarse a su alrededor para  mostrarle su alegría por su vuelta. Para él no había vítores, ni gritos de alegría, su corazón estaba contraído por la preocupación, por el miedo. Anthony corrió hacia el interior de la casa.

Nadie le esperaba, nadie sabía que estaba en tierras del clan.

Kennet McKlain, el señor del clan y padre de Anthony se apresuró a su encuentro, emocionado por tan repentina aparición de su hijo. El joven McKlain ni siquiera le vio, su mirada, su preocupación, su ira, su desesperación estaban fijas en las escaleras de la torre, nadie bajaba a verle, no se oyeron pasos. Tras unos segundos de espera, segundos que parecieron horas, corrió escaleras arriba.

—Anthony – gritó Kennet. No hubo respuesta y corrió tras su hijo. No entendía que pasaba. Un fuerte golpe le hizo detenerse.

Anthony estaba de pie frente a una puerta destrozada en el suelo.

 —¿Dónde está? ¿Dónde está? – preguntaba frenético.

—Aquí no. Las noticias vuelan. Está en su nuevo hogar. – le contestó su madre. – Me alegro de tenerte en casa.

— ¿Y tus hombres? ¿Han caído en batalla? – las preguntas brotaban de la boca de su padre una tras otra sin descanso, la vuelta de su hijo solo le había preocupado.

—Mis hombres están bien, ha habido solo una baja. Pero ¿dónde está ella?

 Margaret McKlain alzó los brazos para abrazar a su hijo, la euforia la embargaba y Anthony ni se inmutó.  Abrazó a una piedra.

—Está en el clan McDouglas. Pronto será la esposa de Liam McDouglas.

Los ojos de Anthony se encendieron como llamas por la furia que albergaba. No quería pensar, no podía pensar, la furia no lo dejaba pensar, crecía y crecía en su interior. Varios truenos sonaron en la lejanía, truenos ahora distantes.

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