Parte 11

456 11 1
                                    

Había patos en el lago artificial de la ciudad y los niños les daban pedazos de pan y galleta. Era una bonita escena; Gonzalo, sin embargo, la contempló con el rostro inexpresivo. ¿Iba a ser así el resto de su vida? ¿Vacía y miserable? Tal vez debiera engordar a propósito, para morir de un ataque cardíaco a los cincuenta. Cualquier cosa, con tal de escapar del pozo en el que estaba metido.

Tardó bastante en darse cuenta de que alguien lo observaba. Era una mujer, una anciana de aspecto demacrado. A Gonzalo le pareció vagamente familiar, pero recién cuando ella se le acercó se dio cuenta de que era Catrina, la tía-abuela de Miranda.

—Hola —dijo la anciana, y se sentó junto a él.

—Hola, Catrina. Hacía tiempo que no nos veíamos.

La mujer no respondió.

—¿Has estado enferma? —preguntó él.

—No exactamente.

—Miranda no está conmigo, si querías hablar con ella.

—Es contigo con quien quiero hablar. Sobre tu matrimonio. Y sobre esa joven con la que estabas antes. Hay cosas que sientes que no deberías sentir, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo soy responsable de eso. Tengo mucho que contarte.

—Adelante —dijo él con voz grave, y la anciana habló.

Gonzalo escuchó en silencio. Un año antes no habría creído una sola palabra porque el relato de Catrina era demasiado fantástico, pero considerando lo que había vivido, aquello sonaba perfectamente natural.

—Te juro que todo es cierto —finalizó Catrina. El hombre asintió con la cabeza antes de preguntar:

—¿Hay alguna forma de deshacerlo?

La anciana hizo un gesto negativo.

—Lo lamento. Es magia muy poderosa. Los hechizos sólo se romperán con la muerte.

La luz de esperanza que se había encendido en el pecho de Gonzalo dejó paso a una oscuridad infinita. Sin embargo, el hombre dijo:

—De acuerdo. Eso puedo aceptarlo. Ya estoy muerto, así que da lo mismo. Pero al menos sé la verdad.

—Aún puedes hacer algo —dijo ella, y le dio a Gonzalo un papel escrito a mano y un colgante de hueso—. Sigue estas instrucciones al pie de la letra. Es otro hechizo. No anulará los anteriores, pero te servirá para hacer justicia.

—¿Y el colgante?

—Un amuleto. Se supone que es para tu protección. Dudo que pueda salvarte, pero al menos no te perjudicará.

—¿Por qué me ayudas?

—Te lo dije, yo soy responsable por tu desgracia. Tengo que redimirme de alguna manera. Si te sirve de consuelo, ya estoy recibiendo un castigo por mis acciones.

—¿Cuál castigo?

La anciana no respondió, pero el sufrimiento era evidente en su cara. Gonzalo sintió compasión por ella, a pesar del daño que les había causado a él y a Laura.

—Gracias —dijo él, poniéndose de pie—. Y buena suerte.

—Lo mismo digo. Ambos la necesitaremos...

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

Hechizo de odio, hechizo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora