Parte 13

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Había una radiografía en el negatoscopio: la cabeza de un hombre vista de perfil. Todo era normal en ella excepto una forma nítida, de color blanco, en medio del cerebro. El neurólogo examinó la imagen un rato, comparándola con otra más antigua, y luego anotó algo en la ficha clínica del paciente.

—La bala no se ha movido desde los últimos tres controles —dijo el médico—. Creo que ya podemos darlo de alta, señor Torres. De todas maneras, tendrá que seguir ciertas indicaciones por el resto de su vida.

—Me parece bien —replicó Gonzalo.

—Igual debo decir que su recuperación ha sido excelente, considerando su estado inicial.

Gonzalo asintió. Aquel doctor era bastante moderado en sus observaciones, porque otros se habían atrevido a mencionar la palabra milagro.

Tras oír los disparos, un vecino había llamado a emergencias. Los policías dieron a Gonzalo por muerto ya que no tenía pulso, pero más tarde el forense descubrió que aún vivía. El hombre estuvo en coma por varias semanas, y cuando despertó no recordaba nada de su vida anterior, ni siquiera el lenguaje. Tuvo que aprender a hablar y a caminar de nuevo, como un bebé. Recién al año y medio fue capaz de entender lo que le había sucedido. Sin embargo, nadie pudo decirle por qué su esposa había tratado de asesinarlo. Tal vez fuera mejor así.

—Bien, señor Torres, si no tiene ninguna pregunta, nos vemos en dos meses para su siguiente control.

—No, no tengo preguntas. Gracias. Hasta la próxima.

Ambos hombres se estrecharon las manos y luego Gonzalo se puso de pie con ayuda de un bastón. Aún tenía el lado izquierdo del cuerpo un poco débil, pero no dejaba de mejorar.

Laura lo esperaba fuera del consultorio. Gonzalo la había conocido en el hospital y estaba perdidamente enamorado de ella, aunque a veces la joven se comportara de manera extraña. En varias ocasiones la había sorprendido llorando, pero él no sabía decir si su llanto era de tristeza o felicidad. Sonaba como si hubiera perdido y encontrado al mismo tiempo algo muy valioso para ella.

Al verlo, Laura se levantó de la silla y sonrió.

—¿Y bien? —preguntó.

—Me dieron de alta.

—¡Fabuloso! Vamos a casa. Esto tenemos que celebrarlo.

Ella lo besó y luego ambos caminaron por el pasillo hasta la salida. Afuera estaba lloviendo.

—Espera aquí —dijo Laura—. Acercaré el auto a la entrada y traeré los paraguas. Enseguida vuelvo.

La joven salió del hospital.

Mientras Gonzalo esperaba, vio a una anciana en una silla de ruedas. Tenía muy mal aspecto. El hombre se acercó a ella y le preguntó:

—Señora, ¿necesita algo? ¿La han dejado sola?

La mujer parpadeó al verlo, un tanto desconcertada, pero luego su expresión se normalizó. Hubo un momento de silencio y luego ella dijo con voz muy débil:

—Estoy bien, gracias. Vendrán a buscarme en unos minutos.

A Gonzalo le pareció que aquella mujer estaba muy enferma, pero se veía en paz, como si hubiera puesto en orden todos sus asuntos.

—¿Qué te sucedió? —preguntó ella.

—Me dispararon hace cuatro años. No recuerdo nada antes de eso. Desperté aquí en el hospital como si hubiera vuelto a nacer.

—Oh.

—Dicen que estuve clínicamente muerto. Pero no vi ángeles ni nada por el estilo. Supongo que no era mi hora.

—¿Sabes qué es eso? —dijo la anciana, señalando el colgante que pendía del cuello de Gonzalo.

—No tengo idea. Lo llevaba puesto cuando me dispararon.

—Pues es un amuleto de buena suerte.

—¿De verdad? —Gonzalo sostuvo el objeto en su mano para observarlo mejor—. Si usted tiene razón, señora, quizás este amuleto me salvó de la muerte.

—O quizás te dio una nueva vida. Te liberó de las cargas de tu pasado.

Gonzalo contempló a la mujer fijamente, buscando en su memoria un nombre y un rostro que ya no estaban ahí. Al final no tuvo más remedio que preguntar:

—¿Nos conocemos?

—Yo diría que no —respondió ella. Había una pequeña sonrisa en sus labios.

Gonzalo se quitó el amuleto para ofrecérselo a la mujer, pero ella lo rechazó.

—No me hace falta, gracias. Yo ya estoy de salida. Pero ojalá no vuelvas a necesitarlo.

—Lo mismo digo —replicó Gonzalo, y entonces vio a Laura en la puerta—. Me tengo que ir, señora. Buena suerte.

—Gracias. Adiós.

—Adiós.

Gonzalo tomó la mano que Laura había extendido hacia él y juntos abandonaron el hospital, sonriéndose uno al otro bajo la lluvia.

FIN

Gissel Escudero

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SINOPSIS:

¡Bienvenidos a Huru, nobles viajeros! Se dice que no existe un lugar más mágico o repleto de maravillas, con genios de agua y de aire, hermosos caballos dorados que corren entre las dunas y reinas y reyes poderosos. Es el hogar de la reina Mazina, cuyos brazaletes controlan el fuego; también es el hogar del rey Agalur, un hombre sabio, valiente y poderoso. Las tribus nómadas viajan de un lado a otro y los mercaderes ofrecen objetos extraordinarios. Pero ¡cuidado! En Huru hay otras criaturas mucho menos amigables, como los bandidos en busca de tesoros, los monstruos cazadores de cabezas y un malvado rey cuyos planes podrían acabar con la paz del desierto. Además, según el hechicero del castillo errante, está escrito en un libro que una gran catástrofe se aproxima. ¿Podrá un joven esclavo fugitivo usar el libro para detener a tiempo dicha catástrofe? Y mientras tanto, ¿será capaz el rey Agalur de conquistar a la bella reina Mazina, la dama pelirroja de sus sueños? Estas aventuras y muchas más aguardan a quienes se atrevan a leer las HISTORIAS DEL DESIERTO...

Hechizo de odio, hechizo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora