Parte 1

4.8K 19 6
                                    

La foto ocupaba un lugar privilegiado en el apartamento: colgada en la pared frente a su cama. Era lo primero que Miranda veía al despertar y lo último que veía antes de irse a dormir. La había hecho agrandar para que tuviera más presencia y detalle: la sonrisa de ella, confiada y luminosa, y la de él, algo tímida pero también alegre; cada uno tenía un brazo sobre los hombros del otro, en un gesto de camaradería infantil. Tenían diez años por ese entonces. Ahora ambos eran adultos y la camaradería se había convertido en algo más profundo.

Miranda besó su anillo de compromiso. Iban a casarse en dos meses, al comienzo de la primavera, sellando así un amor que sin duda sería eterno. Juntos por siempre, en la vida y en la muerte.

La mujer sonrió. Por fin se cumpliría lo que tanto había soñado.

Miranda se puso un abrigo, tomó su bolso y le echó un último vistazo a la foto antes de ir al encuentro de su prometido.

*****************************

Habían acordado verse en el restaurante donde él almorzaba para decidir la lista de invitados a la boda. Gonzalo ya estaba ahí cuando Miranda apareció, sentado en una mesa para dos, con un plato vacío frente a él y una taza de café en la mano. Sonrió al verla llegar, pero parecía preocupado. Miranda le dio un beso y ocupó el asiento libre.

—¡Ya almorzaste! —dijo ella—. ¿Te entendí mal? ¿No habíamos quedado a las dos?

—Perdona. Terminé un poco antes lo que estaba haciendo, y tenía hambre. Espero que no estés enojada.

—Está bien, no importa. Yo ya almorcé de todos modos. ¿Cómo van las cosas en el trabajo? ¿Qué tal la nueva jefa?

—Parece buena gente. Tiene unos cincuenta años. Nos presentó a su marido esta mañana. No tengo mucho que contar aparte de eso. ¿Empezaste a escribir la lista de invitados?

Miranda asintió con una sonrisa y sacó un papel de su bolso, que le entregó a su prometido. Gonzalo leyó la lista en silencio.

—Creí que Lucía no te caía bien —dijo él.

—Es verdad. Es una bruja envidiosa. Por eso quiero que venga a la boda, para verle la cara de envidia.

—Tus primos no están en la lista.

—¡Claro que no! Tienen la mala costumbre de emborracharse en las fiestas, y yo quiero que nuestra boda sea perfecta.

—Parece que has pensado en todo —dijo Gonzalo, y le devolvió la lista a Miranda—. No tengo nada que agregar o quitar.

—¡Excelente! Entonces ya podemos ir pensando en el diseño de las invitaciones.

—Como quieras —dijo él, y terminó su café.

—¿Pasa algo?

—¿Como qué?

—No sé, es que suenas... indiferente. ¿No te entusiasma nuestra boda?

Él se esforzó por sonreír.

—Claro que me entusiasma. Sólo estoy un poco cansado. No dormí bien anoche.

—Ay, pobrecito mío —replicó ella, y dejó su silla para sentarse en el regazo de su prometido—. ¿Hay algo que pueda hacer para que te alegres un poco?

—Tal vez.

Ella comenzó a besarlo, tirándole un poco del cabello con ambas manos. Él la tomó de la cintura, pero al cabo de un minuto la apartó de sí con suavidad.

—Oye, que estamos en un restaurante. No querrás que nos echen...

—Francamente, no me importaría. Pero antes quisiera hacer el amor en la mesa. Eso sí que les daría algo para contar en casa.

Él rió.

—Eso no lo discuto, pero no olvides que mis colegas también vienen a comer aquí. No quiero líos en la oficina.

—Nos vemos esta noche en tu apartamento, entonces.

—De acuerdo. —Gonzalo consultó su reloj—. Ya tengo que irme. Hasta luego.

—Hasta luego, amor —replicó Miranda, y lo besó una vez más antes de dejarlo marchar. El hombre pagó la cuenta y salió a la calle, levantando el cuello de su abrigo para combatir el frío invernal.

Ella lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista, sonriendo para sí. Qué maravilloso era él, siempre dispuesto a complacerla, siempre de acuerdo con ella. Su vida de casados sería un sueño hecho realidad.

De pronto se oyó un chirrido y luego un estrépito de metal chocando contra metal. Miranda casi saltó de la silla... y supo entonces que algo malo había sucedido. Salió corriendo del restaurante, dio la vuelta a la esquina y contuvo un grito, porque Gonzalo yacía en el piso, con la cabeza ensangrentada, inconsciente...

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

Hechizo de odio, hechizo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora