Parte 4

520 12 3
                                    

Los largos timbrazos en la puerta sobresaltaron a Catrina mientras lavaba los platos. El susto fue tal que la anciana dejó caer un vaso, el cual se estrelló contra el suelo enviando astillas de cristal en todas direcciones. La mujer se secó las manos y fue a atender, pero sin atreverse a maldecir por el vaso roto. Había algo en los timbrazos que no presagiaba buenas noticias.

Era Miranda, su sobrina-nieta, y tenía un aspecto terrible. La joven entró a la casa sin saludar, y dio algunas vueltas por la sala como si no supiera por dónde empezar.

—Miranda, ¿qué sucede? —dijo Catrina—. ¿Tus padres están bien?

La joven asintió con la cabeza.

—¿Has estado llorando? —preguntó la anciana.

—¿Acaso no es obvio? He estado llorando toda la semana. Gonzalo me dejó por otra, tía. Rompió nuestro compromiso y se fue a vivir con una golfa que conoció quién sabe dónde. Lo he estado llamando, pero quiere que me mantenga lejos por un tiempo, “hasta que me calme”. Pero ¿cómo espera que me calme? ¡Me siento como si me hubieran arrancado las entrañas!

—Miranda, siéntate. Te prepararé un té.

—No necesito tus hierbas. No para mí. Lo he estado pensando mucho, más de lo que jamás he pensado algo en mi vida, y quiero que hagas otra cosa por mí. Ya sabes.

—Ay, Miranda, tú sabes que no...

—¡No me vengas con ésas! ¡Te ayudo a pagar las cuentas de esta casa! Si no haces lo que te pido, igual tendrás que usar tus poderes para evitar que te echen a la calle. ¡Elige!

Catrina supo que su sobrina-nieta hablaba muy en serio. Pero siempre había sido así. Miranda había heredado el carácter obstinado de su padre, y pobre del que la hiciera enfadar o se interpusiera entre ella y su objetivo.

—Querida, tienes que pensar mejor las cosas —dijo la anciana en tono conciliador—. A ver, cuéntame todo lo que pasó. No puedo intervenir sin conocer la historia completa.

Miranda se sentó en el viejo sofá y empezó a describir lo sucedido desde el accidente, intercalando llanto y gritos. Estaba en verdad histérica, y la anciana temió que en cualquier momento se levantara y comenzara a romper cosas para descargar su ira. Por suerte Miranda logró contenerse, y terminó diciendo:

—Ahora está viviendo con ella. A mí me había dicho que era mejor esperar hasta que estuviéramos casados, ¡pero conoció a esa estúpida y enseguida se la llevó a su apartamento! Y yo estoy aquí, queriendo cortarme las venas. No puedo seguir así. Tengo que recuperarlo o me moriré. ¡Tienes que ayudarme!

Catrina observó a la joven en silencio, pensando cuidadosamente su respuesta.

—Miranda —contestó al fin—, si lo que él te dijo es cierto, no hay nada que yo pueda hacer. Conozco a Gonzalo, y sé que es un buen hombre. También recuerdo cómo se portaba contigo. Si te dejó por esa otra chica, es porque la ama de verdad, y tú debes aceptarlo.

—¿Qué? No. ¡No! Él me pertenece, yo lo amo, ¡yo soy su verdadero amor!

—Querida, si él encontró a su alma gemela, tienes que dejarlo ir o los dos saldrán lastimados. Seguro que hay alguien más para ti, y yo podría tratar de...

—¡Basta! ¡Basta! Gonzalo es mi alma gemela, él tiene que volver conmigo, y tú vas a ayudarme a recuperarlo o te juro que te arrepentirás, ¿me oyes?

Los ojos de Miranda estaban encendidos como brasas ardientes, y se había puesto de pie para amenazar a Catrina con su mayor estatura. La anciana supo entonces que su sobrina-nieta no se iría de ahí sin obtener lo que deseaba; eso, o la mataría con sus propias manos.

—Está bien —dijo Catrina—. Es un error, pero haré lo que me pides.

Miranda sonrió.

—¿Lo ves? No fue tan difícil. Quiero que él deje de amar a esa zorra, para que vuelva conmigo por su propia voluntad. ¿Qué necesitas?

—Necesito una foto de ellos dos juntos, y un objeto personal de cada uno. Algo que hayan tocado a menudo.

La anciana rogó porque Miranda le dijera que no podía conseguir esas cosas, pero la joven dijo:

—No hay problema, traeré lo que me pides. ¿Algo más?

—Eso es todo.

—Entonces vete preparando. Volveré pronto, y más vale que sigas aquí.

—Sí —dijo la anciana. Se sentía derrotada. Miranda le echó una última mirada de advertencia y luego se marchó de la casa dando un portazo.

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

Hechizo de odio, hechizo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora