Capítulo 5. Regreso

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Argentina, Buenos Aires. Septiembre.

Ok, acá estoy. En mi antigua ciudad, mi antigua patria, mi antigua vida. Es como si aquella sensación de sentirme una desconocida se hubiese evaporado. Lara Estrada. Mi nombre cobraba más relevancia que nunca, porque aquel nombre poseía un pasado y una historia.

No fue fácil la decisión, pero ya estaba allí. No iba a ser peligroso, ¿No?

¡Vamos! Que he hecho cosas aún más peligrosas. No va a pasar nada, absolutamente nada. Siempre y cuando me mantenga dentro de los límites y no haga nada estúpido. ¿Escuchaste Lara interna? NADA ESTUPIDO.

«Ja, ¿Tu nada estúpido? Ne dubito» murmuró mi voz interna. Maldita conciencia, y maldita sea la razón que lleva.

Sacudí mi cabeza, intentando sentir las emociones positivas. Estaba extrañamente feliz y entusiasmada, un sentimiento un poco olvidado. Observaba todo, saboreando mi ciudad de la furia, y sintiéndome de nuevo una adolescente que se fugaba para ir a los conciertos y juntarse con sus amigos en el taller de autos.

Una vez salí del aeropuerto, me tomé un taxi para dejar mis cosas en un hotel. No necesitaba grandes lujos, pero aún así reservé una habitación en Puerto Madero; me gustaba estar cerca del río. Me recosté en mi cama e intenté dormir, pero las emociones se agolpaban en mi estomago y no me dejaban en paz. Inquieta, agarré mis cosas y me fui de allí.

Anduve por la ciudad un largo tiempo. Caminando y rememorando viejas andanzas. La melancolía cubría cada espacio como un suave manto de neblina. Aquello se sentía como el hogar, aunque no era mi verdadero hogar. Sin pensarlo, llegue hasta la calle en la que tantas veces estuve y en la cual me juntaba con mis viejos amigos. Ellos, habían sido la única familia que había tenido y los había abandonado.

Observaba frente a mí el viejo taller de Noel, que antes había pertenecido a sus padres y tiempo aún más atrás, a su abuelo. Me apoyé contra la pared y me quedé mirando con ojos soñadores. A mi alrededor, los autos pasaban cada tanto y la oscuridad se volvía más profunda. Suspiré ante los recuerdos, y por un momento tuve el deseo de ir allí, pero ya no había lugar para mí.

— ¿Lara? —oí mi nombre y me quedé de piedra.

Hacía ya mucho tiempo que nadie me llamaba por mi nombre. Un escalofrío me recorrió y mis ojos fueron directamente hacia aquella voz tan familiar que dolía.

Él, un chico de mi edad, con el pelo rizado color miel, ojos verdes y labios carnosos me miraban con una mezcla de sorpresa, horror y felicidad. Yo me alejé de la pared pero no animé a acercarme a él. Era dolorosa esa sensación de traición hacia quienes me habían querido.

«Eso es porque no te dejas ayudar, bella ragazza» susurró mi voz interna.

—Disculpa, pero se equivoca —dije, dando rápidamente la vuelta.

No quería y no podía ver a los ojos a mi gran amigo Noel. No lo había merecido como amiga, ni nadie lo hacía. Un nudo se formó en mi garganta, lleno de dolor y mis ojos ardieron de ira. Una ira que crecía por la insensatez con la que me manejaba. ¿Cómo podía haber hecho tanto daño y no sentir nada?

«Pero lo estas sintiendo Lara. Eres humana, y errar es humano» dijo mi conciencia. Quise hacerle caso, pero, como siempre, no lo hice. En contra del deseo de abrazar a mi amigo, decidí correr de ahí. Correr como una cobarde.

—Sí, sos vos. Lara, espera — escuché tras de mí a medida avanzaba. El nudo en mi garganta me dejó sin respiración ante el reconocimiento.

Pero al mismo tiempo que mi fuerza me gritaba que corriera, sentí una gran fuerza que me empujó hacia atrás. Luché. Luché contra la fuerza de Noel, contra mis propios instintos, y luché contra mi deseo de que mi vida fuese más sencilla.

Crónicas de una estafadora [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora