Capítulo 2

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Al ver que se acercaban a mí, me terminé el Martini de un sorbo.

Juro que en mi vida no había visto un tipo así. Era alto, cerca del metro noventa diría yo, con el pelo de un color muy oscuro y desordenado, y unos ojos oscuros que mostraban mucha seguridad en sí mismo. Y en menos de tres segundos estaban los tres delante de mí. No había podido evitar sonrojarme, ¡joder! Siempre me ocurría lo mismo.

-Te estábamos buscando – dijo mi hermana, con una sonrisa.

-Estaba con tus amigas – dije, intentando sonar tranquila, aunque no lo estuviese en absoluto.

Aitana se dio cuenta de mi nerviosismo, pero Marco y el desconocido seguían mirándome con una sonrisa cordial.

-Blanca, te presento a Álvaro, testigo y amigo de Marco – dijo al fin mi hermana.

-Mucho gusto – dijo el aludido.

Si en ese momento hubiera estado en una serie de dibujos anime, la sangre habría salido a borbotones de mi nariz. Sí sin oírlo hablar ya me había impresionado, no os podéis imaginar cómo me sentí al oír su voz. Era profunda y masculina, muy muy sexi. El rojo de mis mejillas iba aumentando a medida que iban pasando los segundos, ¡Madre del amor hermoso! ¿Estaba tonta o qué?

-Igualmente – logré decir, tragando toda la saliva que tenía acumulada en la boca.

-Bueno, nosotros vamos con los demás – dijo Marco -. Hasta luego, amor – le dio un beso a Aitana.

-Hasta luego, Blanca –dijo Álvaro sonriendo sesgadamente.

Yo sonreí como una tonta. Y entonces Aitana me dio un codazo para que volviera al planeta Tierra. Volví al planeta Tierra y miré a mi hermana, que se estaba partiendo de risa.

-Ale, sécate la baba y vamos a cenar.

La cena fue tranquila y amena. Habíamos comido platos muy típicos de la zona con unos excelentes vinos, también del pueblo. A parte, estaba sentada con las amigas de Aitana y no paré de reír en toda la cena; tanto, que me olvidé de la presencia del amigo de mi cuñado.

Ya eran las dos de la madrugada, y la verdad es que estaba bastante cansada.

Después de la cena, me había pasado el resto de la noche junto a las amigas de Aitana ¡eran tan divertidas! La comida estuvo riquísima y luego bebimos unos combinados, mientras una banda de jazz tocaba en un rincón de la carpa.

-Bueno chicas, creo que ya es hora de que vaya a descansar… ¡Llevo un día de locos! – dije ya levantada y mirando a mis acompañantes.

-Nosotras también nos vamos, ¡todavía nos queda una pequeña fiesta con los amigos guapos de Marco en el hotel!

Me reí ante la respuesta de Valeria. Di dos besos a cada una, y volví a la casa.

El camino de grava estaba iluminado por unos focos que estaban clavados en el suelo, produciendo una buena visibilidad.

Estaba tranquila y relajada, supongo que el alcohol consumido había tenido algo que ver. El cielo estaba despejado, y las estrellas se veían con facilidad. Qué bonito era estar en medio de la naturaleza, y más si estábamos en plena Toscana italiana.

En unos cinco minutos llegué a la casa. Antes de ir a dormir pasé por la cocina para tomar un vaso de leche fresquito.

Me senté en una de las sillas y me quité los zapatos con torpeza. Hacía horas que los llevaba, y a pesar de que fueran cuñas ya me hacían daño. Solté un suspiro de satisfacción al notar el frío suelo plano bajo mis pies.

-¡Qué gustirrinín! – exclamé con una sonrisa.

Pero no estaba sola. Una carcajada me sacó de mi pequeño placer personal, y me quedé de piedra al ver que era Álvaro, el amiguísimo de mi cuñado. Estaba apoyado en el marco de la puerta y con los brazos cruzados.

-¿Estás a gusto sin esos zapatos? – dijo en tono burlón, mientras iba entrando en la cocina.

-Eh… Sí – dije, sin saber muy bien que hacía Álvaro en la casa.

Vi que se dirigía a la nevera y cogía la botella de agua, y me fijé en cómo iba vestido. Llevaba una camisa de rayas azul claro y blancas, y llevaba unos pantalones de un gris claro, con unos zapatos en color beige. Le sentaba tan bien esa ropa… No pude evitar morderme el labio.

-Me podrías sacar el brik de leche, por favor – dije, con una sonrisa tímida.

Álvaro se giró y, con una irresistible sonrisa, asintió. Con la botella de agua y el brik se acercó a la mesa de la cocina, donde yo estaba sentada.

-¿Puedo sentarme contigo? – preguntó. Yo asentí, un poco sonrojada.

Eran las tres y media de la madrugada y seguíamos en la cocina, los dos con un vaso de leche.

Álvaro era un hombre agradable, inteligente y serio; y a pesar de su físico imponente, era mucho más terrenal de lo que pensaba, también supe que tenía la misma edad que Marco, 33 años. Estuvimos hablando un largo rato. Hablando de Marco y de Aitana, y de nuestra vida profesional.

Supe que también se alojaba en el caserón, pero que había llegado poco antes de la cena, por eso no había comido con nosotros ni había estado por la tarde en la piscina. También me explicó que era ginecólogo. Solamente al decírmelo pensé que se decidió por esa profesión porqué cuando era un adolescente no ligaba ni a la de tres, pero pareció que me leyó la mente al decirme que no era ningún pervertido y que se especializó en ginecología para hacer una investigación sobre el cáncer de útero. Sonreí al ver que no era ningún pervertido.

-¿Y tú a qué te dedicas? – preguntó Álvaro con curiosidad.

-Soy profesora de primaria en una escuela pública – dije, evitando su mirada.

-Creo que no hay ninguna profesión que te sienta tan bien – sonrió.

Yo también sonreí, sus palabras, para mí, fueron uno de los mejores piropos que me habían dicho nunca. Estuvimos unos segundos en silencio, pero era agradable; nada cargante ni tenso. Álvaro era de esos tipos que veías por la calle y que no podías evitar girarte. Y yo había tenido el ¿honor? de conocerlo en uno de los lugares más bonitos en los que había estado nunca.

Miré el reloj que estaba colgado en la cocina y vi que ya era tarde, estaba cansada y era hora de ir a dormir. Me terminé de un trago el vaso de leche y me levanté de la silla. Álvaro hizo lo mismo y quedó delante de mí. Sin los zapatos pude observar que había una diferencia de altura bastante grande, y eso hizo que me sintiera un poco incómoda.

-Bueno, me voy a dormir – dije, levantando la cara para observarlo.

-Yo también iré a la cama – dijo.

Con una tímida sonrisa salí de la cocina, dándole las buenas noches a Álvaro.

Al entrar en la habitación noté como mis mejillas ardían. Su presencia me atraía y me intimidaba a la vez. Su voz me erizaba el vello y me provocaba un nudo en el estómago. Y su sonrisa… me derretía.

Intentando olvidar a Álvaro y todo lo que tuviera a ver con él, me puse el pijama y me quité las lentes de contacto para poder dormir tranquilamente.

Volveré, te lo prometo #NikéAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora