Capítulo 32

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Un año y tres meses después...

- ¡No puede ser!

Me había salido un grano del tamaño de Australia en la mejilla, y precisamente el día de mi boda, ¡no podía haber empezado peor uno de los días más felices de mi vida! Me eché a llorar delante del espejo, ¡aquellas cosas solamente me podía pasar a mí! Aitana me consolaba, aunque ella también lloraba como una descosida, debían ser las hormonas. Porqué sí, Aitana estaba embarazada de 8 meses y medio en mi boda, poco después de convertirme en una mujer casada me harían madrina de Lluis, mi sobrinito.

Mi madre al entrar se puso a reír, el espectáculo que estaban dando sus dos hijas era digno de grabarlos para un programa de risa o algo parecido. Le señalé mi espantoso grano, y mi madre se acercó para ver el desastre de mi cara.

- No exageres, tonta. Esto, con el maquillaje que te van a poner, no se verá – mi madre nos dio un cariñoso beso a las dos, y nos metió prisa.

Aquel día teníamos muchas cosas que hacer y poco tiempo. Al levantarme, y después de desayunar, me fui a la peluquería, donde me lavarían el pelo y me peinarían. Sería un recogido sencillo, con algunos mechones de pelo sueltos y levemente rizados, y algunas florecillas en el recogido. Quería algo sencillo, fresco, y Puri, mi peluquera de toda la vida lo consiguió.

Al llegar a casa de mis padres empezaron los nervios de verdad. Me senté en el tocador de mi antigua habitación. Aquel cuarto que había sido testigo de mis alegrías y de mis tristezas, aquella estancia me había visto crecer, llorar por amor y conseguir todos mis propósitos. Y en aquel momento era el último instante en aquel sitio siendo soltera, dejando atrás todos los momentos vividos. Me maquillé de manera natural: una sombra con destellos plateados y un poco de iluminador en los pómulos, seguido de un colorete de color melocotón y un bonito rosa nude en mis labios. Entonces tragué saliva. Había llegado el momento.

La ceremonia se hacía en el Santuario de Gràcia, en Llucmajor, un pueblo en la comarca del Migjorn de Mallorca que se caracterizaba por su terreno seco. Pero la iglesia era preciosa y para mí significaba mucho. Llegábamos tarde, montados en un Mercedes antiguo, alquilado, que fue el regalo de bodas de Marco a su fiel amigo.

Al llegar al santuario mi padre apretó mi rodilla, que temblaba de los nervios. Ya no había marcha atrás.

Fuera me estaban esperando el padre de Álvaro y mi madre, y entraron sonrientes. La marcha nupcial empezó a sonar y escuché el crujido de los bancos al levantarse la gente. Y entramos. Sonreí tímidamente y miré hacia adelante. Allí estaba Álvaro, sonriente y mirándome embelesado. Y entonces lo supe: aquello no era ningún error.

La ceremonia fue preciosa y muy íntima, lo que queríamos para nuestra boda. Y nos dirigíamos a la fiesta posterior, que la celebrábamos en una casa rural, en la que los familiares y amistades más cercanas también pasarían la noche allí.

No es porqué fuera mi boda... pero fue sensacional. Todos los invitados se lo pasaron muy bien, la cena fue fabulosa y la fiesta con música de los 70, 80 y 90 fue del gusto de todos. Yo no podía separarme de Álvaro, que me mantuvo pegada a él durante toda la noche. No me creía todo lo que me estaba ocurriendo, ¡nos habíamos casado! Él era el hombre de mi vida, con el que quería estar para siempre, tener hijos y vivir en una casa grande y llena de vida. Y aquello era el inicio de todo eso y más. Mi vida ya tenía todo el sentido que necesitaba: una familia que me quería, unos amigos espectaculares y un marido al que no podía querer más.

A las seis de la mañana entrábamos en nuestra habitación. Íbamos algo achispados, pero estábamos felices a rabiar. Álvaro se acercó a mí y, con las manos torpes, empezó a desabrocharme el precioso vestido de novia de corte imperio. Yo no podía evitar partirme de la risa, ni Álvaro tampoco.

- Venga Blanca, vamos a ponernos serios – decía, mientras volvía a romper a carcajadas.

Después de varios minutos, la seriedad volvió en mí y pude ver la mirada de amor que mes estaba dirigiendo Álvaro. El vestido se deslizó por mi cuerpo, dejando al descubierto mi cuerpo cubierto por un precioso conjunto de encaje blanco que hizo que mi ya marido suspirara.

- Eres preciosa.

Suspiré y le miré a los ojos.

- Espero que me veas preciosa el resto de nuestras vidas.

Volveré, te lo prometo #NikéAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora