Capítulo II

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La señorita Moon se mordió el voluptuoso labio inferior por tercera vez aquella noche en un exiguo intento por apaciguar la inquietud arremolinada en su vientre; se repitió, por cuarta o quinta vez, que solo se trataba de una cena con el señor Wolf, tan solo una simple cena a modo de disculpa por haberla besado descaradamente en el baño de la mansión de los Grey durante la fiesta. Recordó que ni siquiera tendría que haber estado allí, no le gustaban las fiestas, se lo había dicho un montón de veces a Robert, y él lo sabía. Pero como señora de Robert Doug, afamado cirujano y amigo de la familia, debía asistir para dejar a su marido en buen lugar, que todos vieran que ella era una bonita y educada esposa, criada por la elitista familia Moon. Era una mujer con pedigrí...

El flamante automóvil que el señor Wolf había enviado para buscarla se detuvo a pocos metros del restaurante. Al menos, pensó con alivio al ver el lugar, estaría rodeada de gente y no tendría que lidiar a solas con alguien como el señor Wolf, un hombre que le provocaba escalofríos sólo con pensar su nombre. Todavía recordaba la forma en que la había mirado, descaradamente y de forma tan ardiente en mitad de un montón de gente; luego la había arrinconado en el baño y había estado a un paso de meterle las manos bajo la falda. Qué irresponsable había sido ella al no detenerle antes, qué temeraria, qué descarada. Incluso se había aferrado a su chaqueta y había abierto los labios para él. ¡Qué indecente! Blanche sintió que se le habían prendido las mejillas y respiró hondo. El señor Wolf era un hombre sucio y lascivo, pero era un caballero. Si aceptó reunirse con él fue, simplemente, para aceptar sus disculpas y dejarle claro que entre ellos no había ocurrido nada, tan solo habían cometido un desliz y algo así no se volvería a repetir nunca. Jamás. Por supuesto que el calor que le inflamaba los pensamientos cada vez que recordaba su boca exigente y sus viriles labios no tenía nada que ver con él. Como cabía esperar de ella, no deseaba de ese modo al señor Wolf porque ella ya tenía a su marido. Y, por supuesto, tampoco existía ninguna relación con ese hombre y las malas noches de los últimos días, noches en las que pasaba las horas removiéndose inquieta en la cama y despertando con el cuerpo temblando, cubierta de sudor y un dolor pulsante e insoportable entre las piernas. El señor Wolf no tenía nada que ver con todas estas reacciones en su cuerpo. Nada. Ni siquiera era el culpable de que rechazara las caricias de su marido...

El chófer personal del maldito señor Wolf abrió la puerta trasera y el frío de noviembre enfrió su rostro ya caliente, aclarándole los pensamientos. No se sentía atraída por el señor Wolf. Por supuesto que no. Se deslizó suavemente por el cuero de la tapicería e ignoró con presunción la mano que el empleado le tendía para ayudarla a salir. Tantos buenos modales (la invitación, el coche, hasta un ramo de flores) empezaban a ponerla de los nervios, su marido no era tan atento, era más bien práctico, pero eso no hacía mejor hombre al señor Wolf. El chófer cerró la puerta y la siguió hasta la puerta del restaurante, adelantándose rápidamente para abrir y cederle el paso al interior del lujoso local. Blanche lo fulminó con la mirada y el conductor le sonrió tocándose el ala de la gorra negra del uniforme. Tal muestra de arrogancia económica por parte de aquel estúpido rico le empezaba a resultar muy cargante. Ya dentro, el chófer, por fin, regresó al coche y el maître se aproximó con su elegancia y sus buenos modales a la señorita Moon para conducirla junto al señor Wolf.

La mesa que él había reservado para la cita estaba en el piso superior, un lugar especialmente acondicionado para ofrecer intimidad a los comensales. Blanche quiso morir de calor cuando descubrió que cenarían apartados de los demás clientes en una mesa situada junto a un espléndido mirador que ofrecía una sobrecogedora vista del patio ajardinado y la luna llena de aquella noche, cuya luz impactaba directamente sobre los platos y las copas.

Y sobre los hombros el señor Wolf.

Se encontraba de pie, con las piernas separadas y las manos detrás de la espalda, los hombros rectos y la espalda estirada. Un traje negro a medida se cenía a su poderoso cuerpo como una segunda piel, enfundándolo en elegancia, rectitud y soberbia. La señorita Moon se estremeció y, durante un momento, creyó que no se sostendría por las piernas. Un aluvión de sensaciones invadió su espíritu cuando se encontró con la mirada del señor Wolf: Penetrante y ardiente. No tuvo ninguna duda de cuál era el sentimiento que ese hombre profesaba por la señorita Moon: pura, llana y posesiva lujuria. No era una mirada sucia, era una mirada ardiente y apasionada. Se mordió el labio inferior, de nuevo, para calmar la ansiedad que le contrajo el vientre y le paralizó las piernas. Un rugiente e implacable deseo le recorrió el estómago, deshaciéndose en lenguas de fuego por su cuerpo. Blanche supo en ese mismo instante que el señor Wolf conocía exactamente las sensaciones que recorrían su cuerpo y descubrió, para su horror, que disfrutaba viéndola así, deshaciéndose lentamente por él. Se le encendió la cara y él sonrió con aprobación, observando atentamente el color rojo de sus pómulos. Ella sintió que el centro de su cuerpo comenzaba a palpitar y su piel se prendió como una hoguera hasta abrasarle la garganta. No fue capaz de articular una sola palabra, de su boca solo surgió un hondo suspiro. En cuestión de segundos su mente empezó a divagar y a fantasear igual que la primera vez que le vio en la fiesta, solo que esta vez no había nadie para sacarla de su estado de enajenación.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora