Capítulo XI

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Blanche había borrado todo rastro de su olor de la piel. Ya no estaba marcada por su aroma y eso lo había molestado mucho. Que usara jabón para limpiar su cuerpo, borrando los recuerdos que él había grabado a conciencia durante la noche, lo enfurecía. Los arañazos, mordiscos y enrojecimientos continuaban visibles, pero el sudor, los fluidos y el aroma se había perdido por el desagüe.

Gruñó, irritado. Ella se pegó a la pared de azulejos, como si quisiera fundirse a ella.

—¿A dónde piensas ir, Blanche? —susurró, inclinando la cabeza para rozar sus labios.

Estaban hinchados y rojos, se estremeció al recordar la fuerza con la que la mujer había apretado la boca en torno a su erección; un escalofrío le bajó por la espalda, avivando su lujuria. Lo había devorado con frenesí, chupándolo con tanta fuerza que lo había dejado seco.

—Una noche fue lo prometido, señor Wolf. Ahora debo volver a casa. Con mi marido.

Se vio invadido por unos celos irracionales. Blanche no podía estar hablando en serio, después de lo que habían compartido, ella no podía marcharse con su esposo como si nada hubiera sucedido. Como si no se hubiera corrido con tanta fuerza que sus gritos habían estado a punto de romper el cristal de las ventanas.

Intentó tranquilizarse, pensar al modo de los humanos. Si por él fuera, sometería a aquella mujer hasta hacerla suya. Se presentaría en casa de ese marido torpe y combatiría con él a muerte por la atención de la hembra. La ley de la naturaleza, él era un alfa, nadie lo había derrotado jamás.

Colocó las manos sobre la pared, encerrado el cuerpo de Blanche entre sus brazos y se apretó a ella hasta que sus cuerpos se fundieron. Ella suspiró entrecerrando los ojos y Wolf supo que se había humedecido. Por encima del olor del jabón, percibía el intenso aroma de su esencia femenina.

—¿Por qué quieres volver, Blanche? ¿No estás bien conmigo? —preguntó sobrevolando sus labios.

Ella respiró con fuerza.

—Porque es lo que prometí, señor Wolf. Una noche —insistió.

Sí, aquella había sido la promesa. Una noche para enamorar a Blanche, para convertirla en una mujer ardiente que anhelara sus caricias, que se derritiera bajo su contacto, que no deseara otra cosa que complacerle. Tragó saliva. ¿Acaso no lo había conseguido? ¿Acaso él, Wolf, el líder más poderoso entre los suyos, no había cautivado a la señorita Moon?

—Yo no quiero que vuelvas.

Se amonestó mentalmente. ¿Cómo había podido decir aquello? Había sonado a ruego, a súplica patética. Él nunca imploraba misericordia por nada, ni siquiera por una hembra. Blanche se removió, su cuerpo resbaladizo se frotó contra su torso, provocando que la lujuria se desperezara.

—Debo volver —dijo ella muy despacio—. Cumplí mi promesa, le di lo que quería de mí y ahora debo afrontar lo sucedido.

—¿Y qué ha sucedido?

Se apretó más contra ella, hasta que la aplastó contra la pared. El cuerpo de Blanche se puso tenso, su piel se erizó y el agua resbaló por sus tensos músculos. Ahora era más fácil frotarse contra su cuerpo. Sin darle tiempo a responder, metió una rodilla entre las de Blanche y apretó el duro muslo contra su sexo. Ella jadeó, sus pupilas se dilataron y la humedad que brotó de sus pliegues le empapó la pierna.

—Hemos tenido sexo, señor Wolf. Nada más —susurró.

El rubor de sus mejillas no coincidía con el tono de su voz. No había sido solo sexo, Wolf lo sabía; los dos lo sabían.

—No, Blanche. No sólo hemos tenido sexo. Hemos follado. Hemos retozado. Hemos sudado y gritado juntos. Te has corrido sobre mi boca igual que yo lo he hecho dentro de ti, dentro de tu boca y dentro de tu sexo. ¿Te has corrido sobre la boca de tu marido alguna vez? —preguntó irritado.

El señor Wolf y la señorita Moon ©जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें