Capítulo VI

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Nunca en su vida se había sentido tan avergonzada ni arrepentida. Arrojó lo que acababa de suceder a un rincón de su mente y puso una barrera para impedir que el recuerdo regresara a su memoria. Sin embargo su cuerpo aún conservaba aquel acto tan lascivo, sus muslos empapados se rozaban al caminar y la falta de ropa interior causaba dulces corrientes sobre su sexo desprovisto de cualquier protección.

Se sintió débil de voluntad, indefensa ante el deseo de un hombre que no era su esposo, esclava de sus propios sueños y esperanzas. El señor Wolf acababa de ser testigo de su ansiedad y de sus anhelos, por eso también se sentía avergonzada. Él la había humillado con una caricia, su cuerpo había explotado sin control, había entregado algo muy íntimo a Wolf y no se trataba solo de su placer. Él la había visto tal y como era, ¿qué más sería capaz de entregarle Blanche si decidía pasar la noche con él?

Salió al pasillo para mezclarse con el grupo de gente que abandonaba los palcos al finalizar la función. Corrió escaleras abajo consciente de que Wolf podría seguirla en cualquier momento, intentando pensar en alguna excusa que darle para no resultar irrespetuosa con él. Lo llamaría por la mañana, con la cabeza despejada, después de hablar con Robert sobre lo que acababa de pasar. Sí, lo hablaría con su marido. No podía seguir así con él, no podía seguir sintiéndose tan desdichada. No quería un amante, no quería traicionar a Robert, no quería ser la mala en este cuento.

«Oh, ¿y qué más da eso?», pensó al llegar al vestíbulo. Se detuvo junto a una columna, con la respiración agitada y las mejillas ruborizadas. Se envolvió con el abrigo y se abrazó el cuerpo al sentir unas corrientes de placer aflorando en su piel. El fuego que sentía en las entrañas no se había extinguido, ni mucho menos; se había avivado con más fuerza. La atracción por Wolf no había menguado, ni siquiera el sentimiento de culpabilidad podía vencer aquel deseo enfermo por el hombre que había puesto su mundo del revés. Tenía que marcharse. Tenía que escapar de su influencia, todavía podía notar en sus pechos las caricias que él le había proporcionado y en su nariz aún perduraba el aroma de la tierra y de la hierba.

Cuando dio un paso hacia la puerta, él la cogió por el brazo.

-No te vayas, Blanche -susurró él-. Me prometiste una noche. No faltes a tu palabra porque yo no voy a faltar a la mía.

Se giró por completo para enfrentarle. Le ardía la garganta, los pechos, el clítoris, su cuerpo entero palpitaba por él.

Al mirarle a la cara se preguntó si siempre había sido así de atractivo. El cabello negro como una noche sin luna, los mechones envolviendo un rostro de facciones cuadradas, los ojos como calderos de oro fundido, la piel dura y curtida, los dientes blancos y grandes. Una sombra de barba cubría sus mejillas, sus cejas eran dos pobladas líneas sobre el arco de sus ojos envueltos en gruesas pestañas. Y el traje que vestía era elegante, abrazando un cuerpo tan perfecto que incluso se intuía su musculatura. Blanche soltó un trémulo suspiro al imaginarse apretada contra aquellos músculos, sus carnes blandas y tiernas bajo la solidez de un cuerpo tan imponente como una montaña.

Robert, su esposo, era incluso más alto que el señor Wolf. Siempre le había parecido un hombre inmenso. No sabía por qué pensaba ahora en Robert cuando lo que en realidad deseaba era estar desnuda debajo de Wolf. Desnuda, húmeda y temblando de placer.

-Señor Wolf... -empezó a decir-, no soy capaz de mantenerme en pie -dijo al final.

Con la elegancia de un caballero, Wolf rodeó su cintura y cogiéndola por el brazo, la ayudó a salir del teatro.

-No deberías haber salido corriendo, Blanche.

-No debería haber venido con usted -contestó ella con la voz estrangulada.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Where stories live. Discover now