Capítulo IX

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Una corriente de energía fluyó por el cuerpo de Blanche. La bestia de Wolf se rebulló en su interior, acicateando sus instintos primarios, anunciándole como un trueno en mitad de la noche que algo las defensas de la mujer se había resquebrajado por completo. La euforia y la necesidad formaron una bola de fuego en su vientre, ella acababa de darse cuenta de que no había marcha atrás, que después de aquella noche de sexo y pasión, nada volvería a ser igual. Wolf se movió con la mente puesta en la siguiente embestida, en las sensaciones que lo invadían cada vez que golpeaba el interior de la mujer y ella se retorcía con los ojos brillantes y la boca entre abierta, emitiendo una sutil pero embriagadora mezcla de gemidos, jadeos y lamentos.

Estaba hermosa, el cuerpo rebosando placer, hinchado, las mejillas rojas y la piel brillando de sudor. Wolf había fantaseado con lo increíble que podía llegar a ser cuando el placer regara sus sentidos, pero nunca la belleza de una mujer lo había espoleado hasta el límite de su propia cordura, porque nunca había visto a una mujer como Blanche.

Estaba perdiendo el control de su parte humana. A duras penas mantenía las riendas de su bestia, ansiosa por devorar cada gramo de decencia que todavía quedara en el cuerpo de la señorita Moon. Ella puso los ojos en blanco, corriéndose sin control, sus muslos vibrando de éxtasis. Wolf apretó los dientes sintiendo sus contracciones estrujándolo dolorosamente, sin dejar de mover las caderas, penetrándola de forma posesiva. Estaba a punto de alcanzar su propio clímax, apenas faltaba el último empujón, y no lo deseaba. Su orgasmo pondría fin a aquella danza y anhelaba un poco más de tiempo.

—¡Blanche! —bramó.

Ella volvió en sí y le miró con los ojos echando chispas, dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo en aquella locura.

—Me duele... Yo... no sé... —decía— No pares te lo ruego... no...

Wolf la ignoró y aceleró, observando como el asombro volvía a superponerse al gozo. Separó sus muslos aún más manteniendo sus piernas en alto, rodeando sus tobillos con unas manos que casi parecían garras.

—Aliviate. Acaríciate —apremió.

Ella asintió, jadeando, y soltó las sábanas para apretarse las manos contra el cuello y el pecho. Wolf clavó la vista en su cuerpo mientras ella se tocaba los pechos, su parte racional registró los temblores cuando Blanche sintió el escozor de su tacto sobre sus pezones oscuros y tirantes, igual que registró el deseo que crepitaba en su cuerpo. Asombrado y encantando, contempló a la mujer acariciarse los pechos doloridos, esbozando una sonrisa extasiada. Respiró fuego cuando ella se apretó el vientre y bajó los dedos hacia el lugar en el que sus sexos se frotaban con tanto ímpetu que se les había levantado la piel. Con dedos tímidos acarició sus pliegues empapados y empezó a frotarse el inflamado clítoris. El placer subió, creció como la marea y Blanche sucumbió a otro orgasmo emitiendo un chillido agudo que le encrespó los nervios. Alentado por la lujuria, se apartó de ella, abandonando su interior de golpe. Ella se encogió, como si en lugar de haber salido de ella, le hubiera arrancado un puñal. Quizá así fuera, por el dolor que le recorrió las entrañas al ver cómo se estremecía con una deliciosa convulsión, apretándose los muslos el uno contra el otro.

—Date la vuelta —rugió.

Ni siquiera esperó a que obedeciera, él mismo la hizo girar sobre el colchón, le levantó las caderas y embistió como un salvaje. Ella lanzó un grito, mitad furia mitad placer, curvando la espalda. Wolf comenzó a mover las caderas más rápido, hundiéndose en ella con pasión y desenfreno, dispuesto a romper aún más sus barreras. Cuando ella se sostuvo con las manos y las rodillas para seguirle, deslizó las manos por su vientre y se dirigió hacia sus muslos para acariciar su sexo anegado y palpitante. Blanche emitió unos deliciosos jadeos y Wolf observó como se tensaba mientras el orgasmo crecía dentro de ella, hasta explotar.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora