Capítulo XXII

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Robert apoyó la frente sobre la de Blanche. Podía sentir su miedo, el terror que le helaba la sangre. Su cara estaba pálida, triste, las ojeras eran visibles como si alguien le hubiera golpeado el rostro y dejado espantosas marcas. Y en parte, era el propio Robert el que había dibujado esas oscuras señales en sus párpados, sin dejarla descansar ni un solo minuto, convenciéndola de que él era el único hombre de su vida.

Era un completo imbécil.

Blanche no era la Cordera. Blanche necesitaba otras cosas y empezaba darse cuenta, con mucho pesar, que se había equivocado en todo. Tenía un deber que cumplir, una misión, pero no solo se trataba de la seguridad física de su mujer, sino también de su estabilidad mental. Y entre Wolf y él la estaba volviendo loca. El puñetero señor Wolf, derrochando impaciencia y demandando exigencias. Pero quizá era su ímpetu lo único que podría salvar a Blanche, porque Robert ya no sabía qué más hacer.

El sexo no era la solución. Había sido una estupidez pensar que sí, pero no lo había querido reconocer. En el momento en que vio a su mujer entregada al beso de Wolf, lo vio demasiado claro. Un guerrero debía saber cuándo tenía que dejar de luchar, cuándo una batalla estaba perdida. Por mucho que le doliera, por mucho que fuera una puñalada para su orgullo, por mucho que creyera que tenía derecho a estar con su mujer, tenía que admitir que no podía cambiar el resultado si seguía cometiendo los mismos errores.

Le dio un abrazo, recostándola contra su pecho. La sintió temblar bajo sus manos, producto del miedo. La bestia de Wolf había chocado contra la suya y la presencia de dos seres sobrenaturales había provocado el terror en Blanche. Después de todo, seguía siendo una frágil mujer humana y su maldición no la convertía en inmune al pavor. El instante en que le revelara su verdadera naturaleza o la naturaleza de Wolf, probablemente se desmayaría. Y aunque habían vivido juntos diez años, la bestia de Robert había permanecido adormecida durante la mayor parte del tiempo, así que no se había podido acostumbrar a ella.

Tenía que contárselo todo. Explicarle quién era él, qué era ella; pero no hablaría por Wolf, eso era asunto del lobo y a Robert no le correspondía revelar su secreto.

Besó las mejillas de Blanche y acunó su rostro con las manos.

—Cielo, abre los ojos, por favor.

Ella parpadeó, tenía los ojos brillantes por las lágrimas derramadas en silencio y el fulgor acuoso de su mirada lo removió por dentro.

—Creía que estabas trabajando... yo estaba durmiendo cuando él llamó a la puerta y pensé que eras tú... lo siento.

Observar la culpabilidad que atormentaba a Blanche le dolía mucho más que cualquier traición. Ella era demasiado buena y estaba muy perdida.

—No te disculpes. Me marché hace ocho horas, espero que hayas podido descansar.

—Un poco... —murmuró ella.

Le dio un beso en la frente. Cerró la puerta de la casa, cogió de la mano a su mujer y la arrastró con él hacia el salón, dónde le pidió que se sentara. Estaba cansado, exhausto, esa semana estaba siendo infernal. Había decidido coger unas largas vacaciones en el hospital y, sin embargo, había acudido a una emergencia. Había interrumpido su relación con Blanche en un momento en el que ella lo necesitaba por completo. Y había hecho progresos, habían hecho el amor por toda la casa, la había complacido, le había enseñado que él también podía satisfacer todas sus fantasías.

Se sirvió un vaso de agua y para Blanche, un poco de whisky. Tenía que tranquilizarla de alguna manera y el alcohol relajaría su estado de nervios. Se acercó al sofá y se sentó a su lado, tendiéndole el vaso. Ella lo aceptó en silencio y lo apuró de un trago. Enseguida se le saltaron las lágrimas y comenzó a toser.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Where stories live. Discover now