Capítulo XV

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Se estaba comportando como un cabrón sin escrúpulos, pero no quería perder esta batalla sin luchar por su mujer. Ella se había sentido muy sola y no podía culparla por buscar el amor en brazos otro hombre. Dolía, pero bien pensado, Robert no había luchado por ella con la energía necesaria. Ahora estaba dispuesto a hacer todo lo posible por retenerla.

Incluso ponerle un afrodisíaco en la copa de vino. Era jugar sucio, pero Wolf tampoco había jugado limpio.

La situación era la que era. Blanche estaba tocada por la Maldición de la Cordera, un espíritu que solo buscaba satisfacción personal porque estaba ávido de emociones. El destino había querido que ella naciera marcada, cada vez que el alma de la Cordera se agitaba, el alma Blanche se desplazaba hacia una especie de limbo en el cual permanecía durante todo el tiempo que la Cordera tomaba el control de su cuerpo. Cuando regresaba, no recordaba nada de lo sucedido, solo sentía la suave y placentera satisfacción de los orgasmos que la Cordera había exigido. Hasta la maldición no quedaba plenamente saciada no permitía a Blanche regresar.

Robert había intentado retener a la Cordera para negociar. Había hablado con ella en multitud de ocasiones, le había exigido, gritado y suplicado, pero solo vivía por y para sus caprichos. Jamás cedería a las exigencias de nadie.

Cuando Blanche y él se conocieron, estaban en la universidad. Ella pertenecía a una familia de élite, era preciosa, divertida y tenía un gran corazón. Se enamoró como un imbécil y durante un tiempo pensó que ella no le correspondería. Además, dada la naturaleza de Robert, temía acercarse a ella. Pero en cuanto conoció a los padres de la muchacha, éstos estuvieron encantados de que saliera con él. Los animaron a seguir adelante y cuando se dio cuenta, se había casado con Blanche, la mujer de su vida.

Pero había cometido un error de novato y es que no había leído la letra pequeña del contrato. Blanche estaba maldita y sus padres conocían perfectamente la situación de su hija. Y la de Robert también. Él había deseado ser su marido, pero se convirtió también en su guardián.

Su labor consistía en aplacar a la Cordera y complacerla en todo lo que deseara. Lo hizo llevado por la compasión, amaba a Blanche y no quería abandonarla a su suerte para que cayera en manos de algún cazador u otro hombre sin escrúpulos que le hiciera daño. Tampoco quería que ella sufriera con la verdad acerca de su naturaleza y nunca se lo reveló y así habían pasado los años hasta llegar a esto.

Blanche buscaba satisfacción en Wolf. La Cordera buscaba satisfacción en él.

Vaya mierda.

El cuerpo de su esposa estaba relajado sobre la silla. Ella estaba consciente, pero la droga no le permitía hacer ningún movimiento. Robert besó sus rodillas grabándose la sensación de su suave piel en los labios, temiendo necesitarlo en el futuro. Si ella lo abandonaba se vería obligado a vivir de los recuerdos y no quería. No se había sacrificado de esa manera por ella para que ahora llegara un lobo y se llevara el mérito.

—Robert —susurró ella, con la voz pastosa.

Con un suspiro de pesar, cogió en brazos a su mujer y la llevó a la habitación. Abría y cerraba los ojos, luchando contra el narcótico. Cuando estaba drogada, la Cordera no podía tomar posesión de Blanche, por lo que Robert sabía que en ese momento, la mujer que tenía en sus brazos era Blanche y no otra.

La depositó sobre la cama y le quitó la camiseta.

El deseo inundó su sangre con fuerza. Observó el cuerpo de Blanche, tendido sobre las sábanas, como si fuera la primera vez que la contemplaba desnuda. Había hecho el amor con la Cordera unas horas atrás, pero no con su mujer, y quería perderse entre sus calientes muslos y escuchar cómo gemía su nombre.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora