La hora de la verdad

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LA HORA DE LA VERDAD

•Ya debes irte… – susurre por centésima vez con su  cabeza apoyada en mi frente mientras ambos estábamos sentados en la cama de la fría habitación.

•Es que no me quiero ir… – respondió con pesar.

Tome su rostro entre mis manos y le acaricie de manera lenta, como memorizando en mis huellas los detalles de cada línea. El me mira fijo y me pierdo en su expresión, acerca sus labios para fundirse nuevamente con los míos. Debía admitir que por más que le dijera que se retirara deseaba que no lo hiciera, porque eso significaría que me dejaría sola y entonces el miedo haría su aparición para no desaparecer.

Finalmente se puso en pie. Sin pronunciar más palabras deposito un beso en mis labios, otro en mis mejillas y por ultimo en mi frente, siempre acariciando mi rostro. Me mantuve con los ojos cerrados, tratando de calmar mi pulso pues ahora no estaba acelerado por su presencia o por su ausencia sino porque el miedo hizo su aparición.

Temblaba de arriba abajo. No me arrepentía de nada de lo que había hecho, de eso estaba segura. Pues sin importar las decisiones malas, aquellas me llevaron a los momentos buenos luego de las tormentas… como ahora mis últimos 60 minutos, aunque el dolor cada vez era insoportable. Mire el suero que ya colgaba por el garfio incrustado en la pared y me percate de que Jorge estaba sentado en el sillón a lado de la cama mirando en dirección a la ventana.

•No te escuche llegar – susurre con voz rasposa.

•No quería molestarte – se enfrento a mi – debías derramar esas lagrimas en silencio, pero las tenias que derramar y sabia que si yo te avisaba de mi presencia no lo harías – y me sonrió abiertamente.

Me limpie las lágrimas con el dorso de la sabana. Suspire profundo soportando el intenso dolor que sentía. Cada vez se hacia mas intenso. Cerré mis ojos como imaginando que eso seria la única solución a semejante dolor. Sentía que por dentro todo se iba derritiendo, sentía el cuerpo arder en llamas. Volví a suspirar, pero esta vez de manera sonora. El pulso nuevamente se me había disparado a causa de la molestia, con mis manos hechos puños volví a tomar una bocanada de aire y pronto sentí como una mano áspera me acariciaban las mejillas.

•Pronto todo terminara – susurro en mi oído.

Solo asentí, pues era lo único que me podía permitir hacer. Pronto el dolor parecía ir menguando, hasta convertirse en algo sutil. Jorge, sentado a mi lado había apresado mis manos con las suyas. Conforme volvía mi pulso a la normalidad sentía como la piel pronto se me iba erizando por partes. Tenía frio. Mucho frio. Pero sabía que solo era miedo.

•Aprendí todo lo que debía aprender, no es así? – pregunte. No me anime a abrir los ojos.

•Solo tú dices basta a tu sed de vida y a tu hambre por cumplir tus sueños…

•Nos falto Disneylandia! – apenas pronuncie, como escupiendo las palabras pues el dolor volvía a atacar.

•Y nuestra alma gemela! – soltó como intentando hacer una broma.

Yo estaba en una posición fetal, pues solo quería que el dolor se marchara. Jorge me había acurrucado en su pecho mientras acariciaba mi cabeza, podía sentir la aspereza de sus dedos largos mientras trataba de tranquilizarme pues también las lágrimas hacían su arribo. Una vez más, el dolor parecía cesar.

•Grita de dolor si debes gritar, llora por amor si quieres sufrir, quédate sin aliento si debes besar o quieras hablar… pero nunca cierres los puños y te tragues tus penas – susurraba – estoy aquí cumpliendo mi promesa, tal como prometimos hace tiempo.

Mañana ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora