Capítulo 15

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Pese a trabajar con agujas y jerinquillas, África odia los pinchazos... Sobre todo, cuando es ella quien los recibe.

—Ya está —dice el enfermero—. Vía colocada.

Pero está demasiado cansada y dolorida como para quejarse. A estas alturas, la cabeza y los músculos le fastidian mucho más que mil agujas juntas.

El helicóptero comienza a coger altura y Javier se agarra a la barandilla que tiene a mano y cierra los ojos. La veterinaria está tumbada en la camilla y tiene la frente perlada de gotitas de sudor. También ha cerrado los ojos.

El viaje no resulta demasiado largo. Veinte minutos es lo que tardan en aterrizar en la azotea del hospital y ni dos en sacar a África del helicóptero para llevarla hacia las urgencias. Javier procura estar cerca de ella en todo momento. Cada vez la ve más postrada y desvitalizada. Las ojeras comienzan a marcarse más alrededor de sus ojos oscuros y el sudor la envuelve por completo.

La trasladan a una cama de la observación de urgencias y le entregan un pijama limpio del hospital. Javier sale por fuera de la cortina que le proporciona algo de intimidad y espera a que ella, con las escasas fuerzas que le quedan, se cambie de ropa.

—Ya está, Javi —dice ella con la voz apagada.

Él traspasa la cortina blanca de nuevo. África ya está en la cama y se ha tapado con las mantas. Sigue tiritando.

—Supongo que ahora te pondrán algo para la fiebre —susurra él.

—No te vayas todavía, por favor —le pide ella.

Javier la mira, sorprendido.

—¿Quién ha dicho que me voy a ir? Tal vez sí, me iré a la sala de espera para sacar un sándwich de la máquina y luego volveré.

África se ríe. Despacio y bajito, pero se ríe.

—Es verdad, ¿por qué has venido a verme?

Javier de pronto recuerda que el motivo de su visita a la veterinaria fue su cabreo monumental por el maravilloso precio que el estupendísimo Rafa le había hecho para la intervención del cachorro.

—Porque... Eh... Quería preguntarte si es normal que me vayan a cobrar mil trescientos euros por operar a Bistec —responde él.

África lo mira con una expresión extraña.

—Lo voy a pagar, claro... Entiendo que el animal necesita que le arreglen la pata...

—¿Mil trescientos?

—Sí, eso he dicho.

—¿Sólo la operación?

—Se supone que incluye las revisiones y las pruebas hasta el alta.

Entonces el rostro de África se relaja y suspira.

—Ah, entonces está bien. Es buen precio.

Pero el médico se exalta, sin querer, al oír esas palabras.

—¿Buen precio? Le voy a tener que pedir un préstamo al banco.

—Oye, ¿y qué te crees que costaría operar a una persona si no lo cubriera la seguridad social? ¡Mucho más!

—Ya, ya...

—Disculpen, ¿África?

Una mujer joven, con bata y fonendoscopio y un cabello rubio brillante les sonríe. Los ojos azules de Javier se encuentran con los verdes de ella.

—Olga —dice él.

Javier palidece, pero África está demasiado agotada como para darse cuenta.

—Javi —dice la doctora—. ¿Qué... Qué haces aquí...?

Ambos guardan silencio unos segundos sin saber qué decir. África los observa y llega a la conclusión de que se conocen y de que, quizá, no se alegran de verse el uno al otro.

—Es mi vecino, me ha traído al hospital —dice África—. Ha sido muy amable.

—¿Ya no vives en Madrid? —le pregunta atónita al médico, también atónito.

—No, me mudé —contesta él secamente—. Ahora el asunto es África... Creo que tiene meningitis, si te sirve de algo.

La expresión de la tal Olga parece recomponerse un tanto, sin embargo Javier tiene todos los músculos en tensión.

—Ah, sí. Hola África, soy la doctora Olga Sánchez, te atenderé aquí en urgencias hasta que te suban a planta. Voy a hacer una buena historia clínica.

—Os dejo solas, voy a la máquina a coger algo de comer... —se despide él.

Y se va con la mandíbula apretada y la respiración agitada. Olga mantiene la serenidad mientras África frunce el ceño. Sabe que algo pasa pero se encuentra muy enferma y débil como para indagar en ese momento.

La guapísima doctora de iris verdes y cabello brillante y ondulado comienza a hacer el interrogatorio. Es cariñosa y simpática. Parece inteligente.

—Vamos a hacerte una punción lumbar y una analítica. Pero como tienes náuseas, primero vamos a mirarte el fondo de ojo. ¿De acuerdo?

—Sí.

—Muy bien, ahora te traigo el consentimiento para la punción —informa ella—. Ya verás como te irás sintiendo mejor con la medicación.

Después, Olga le dedica una sonrisa sincera a África y se despide. Sin embargo, a la veterinaria le parece oír voces en el exterior de la cortina. Cierra los ojos e intenta dormir, pero el sonido llega a sus oídos y no puede evitar escuchar algo que, en teoría, no es asunto suyo.

—No sabía que vivías aquí, podríamos quedar algún día, creo que necesitamos hablar, Javi.

—No tenemos nada de qué hablar —responde él—. Lo mejor es que vayamos cada uno por un camino distinto y con suerte no nos volveremos a encontrar.

—Javi tenemos que hablar de eso... Hace ya mucho tiempo y es necesario reconciliarse con el pasado, no podemos estar toda la vida atormentándonos.

—Eso lo dices porque no era tu hermano.

Silencio. África entreabre los párpados. Pero al sentir la cortina moverse, los vuelve a cerrar.

—Bueno, adiós —se despide Olga del médico.

Él no responde. Sólo la ve alejarse hacia el control, y sentarse frente a un ordenador. Una pequeña lágrima se resbala por la mejilla de la doctora, pero se la limpia rápidamente con la manga y retoma su trabajo como si no hubiera pasado nada.

Javier atraviesa la cortina y vuelve al lado de la veterinaria.

—¿De qué la conoces? —pregunta África con la misma voz que tendría una guitarra si se le hubiesen roto un par de cuerdas.

—De la universidad —responde Javier sin aportar ningún detalle adicional y en un tono lo bastante áspero como para dar por zanjado el tema.

África guarda silencio y decide dormir. Se siente como si tuviese una Black and Decker taladrándole las sienes y el malestar y la tiritona aún están en auge.

—¿Cómo te encuentras? —rompe Javier el silencio.

La mira muy serio y concentrado. Pone su mano masculina sobre la frente llena de sudor de ella y frunce los labios.

—No estoy en mi mejor momento —responde África.

—Espero que no tarden mucho en hacerte la punción —dice él—. Necesitas tratamiento.

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Y el siguiente... Perdón por que sea tan cortito pero... Han pasado ciertas cosas claves y el capítulo ya era de por sí autoconclusivo  :)

Un beso!!

Siempre hay un roto para un descosido // Cristina González 2017 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora