Capítulo 7

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África cabalga carretera abajo, en dirección al centro del pueblo. Si se hubiese acordado a tiempo, se hubiera recogido el pelo y ahora sus rizos negros no le molestarían tanto. Frena a Pan y lo lleva al paso por las calles de Villafranca. No tarda mucho en llegar hasta un edificio de piedra, pequeñito, que casi podría confundirse con una modesta capilla antigua. Dicha construcción no es otra cosa que el reducido centro de salud. La veterinaria se baja del caballo y con las riendas en la mano, se adentra en el interior del edificio. La gente murmura y observa atónita al magnífico animal que sigue a la veterinaria del pueblo.

—¡África! No puedes entrar aquí con el caballo —exclama Mari Fe, la administrativa del centro.

—Te dejo gratis las dos próximas desparasitaciones de tu gato, Mari Fe —dice ella con un tono tal que la pobre mujer hubiese sido incapaz de negarse de cualquier manera.

—Y un bote de champú...

—Eso al cincuenta por ciento —añade África.

Los pacientes de la sala de espera se ríen por lo bajo y miran a la veterinaria; unos con admiración y expectación y otros con ganas de embutirla en una camisa de fuerza.

Pan relincha y ella se asegura de que no haya nadie tras las patas traseras del animal, por si las moscas.

Javier del Pozo sale de la consulta con la lista en la mano y recita los siguientes tres nombres, pero nadie osa mover el culo del asiento ante la que está apunto de montarse en el centro de salud de Villafranca.

África carraspea sonoramente obligando al doctor a desviar la mirada hacia ella.

Javier, que lleva una mañana demasiado surrealista para su gusto, se choca con unos ojos grandes y castaños que lo miran con agresividad. Pero que le resultan vagamente familiares. El instante que dura el cruce de miradas se hace eterno para ambos. Él no puede evitar fijarse en aquella mujer en su conjunto. Lleva unas botas de montar embarradas y un vaquero entallado que marca perfectamente su cintura. Y... Lleva en la mano las riendas de un caballo. Un caballo que está en la sala de espera de su centro de salud. Con sus cuatro patas, y todo.

—Hay que joderse... —murmura, cual mantra.

África le sostiene la mirada, retadora. Curiosamente también siente esa extraña sensación de familiaridad. ¿Dónde ha visto antes a ese hombre?

—Le ruego que saque a ese animal de la sala de espera, señorita —arranca a decir Javier, procurando que no le tiemble la voz.

—¡Oh! Por supuesto, vamos Pan.

África sonríe sarcástica mientras pasa caminando junto al médico e introduce al caballo en la misma consulta.

—Voy a tener que llamar a seguridad —amenaza entonces el doctor del Pozo, quien advierte con cierta impotencia que está perdiendo el control de la situación.

—¿A quién? ¿A Paco? ¿Sabe que su mujer vino a preguntarme por un lunar el otro día a mi consulta veterinaria?

—¡La del lunar! ¡Es usted! ¡Usted le dijo a esa mujer que tenía que enviarla al dermatólogo!

África se da cuenta de que medio pueblo está observando la escena a través de la puerta abierta de la consulta.

—Cierre la puerta —ordena ella.

—Ni lo sueñe. Márchese ahora mismo.

—Cie-rre-la-puerta. AHORA.

El médico obedece sin pensarlo. Respira hondo y se sienta en la silla, como si se tratara de un paciente más. África lo imita, sentándose frente a él. Pan relincha y Javier se sobresalta.

Siempre hay un roto para un descosido // Cristina González 2017 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora