Capítulo 14

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Javier sabe que tiene pocos segundos para justificarse de una manera coherente.

—Siempre reviso el historial de mis pacientes. Por si tienen alguna alergia a medicamentos —responde.

Y ha dicho la verdad. Lo que ocurre es que él no esperaba encontrar una crisis de ansiedad en los ficheros antiguos de África.

Ella resopla y deja la copa de vino sobre la mesa.

—Creo que no ha sido buena idea... Esto —dice la veterinaria refiriéndose a ambos dos.

—¿El qué?

—Has invadido mi privacidad. Hay cosas que los amigos se cuentan cuando están preparados para abrirse y tú no has sabido esperar a que saliera de mí. Obviamente tengo mis problemas y seguro que tú tienes los tuyos, pero no era el momento, joder. No lo era.

Se levanta.

—Es tarde, deberías irte —le invita ella a marcharse.

Javier se levanta del sillón. No sabe si responder o nadar y guardar la ropa.

—Creo que no es para tanto, África. Ha surgido así. Las crisis de ansiedad le ocurren a mucha gente...

—¡Ya basta! —grita ella—. No eres mi amigo. Como mucho eres mi médico. Y ni mucho menos vas a convertirme en tu obra de caridad para redimirte de lo que sea que te sientas culpable. Búscate a otra.

Javier se cabrea. No entiende nada. ¿Qué narices le ha ocurrido? ¿Es bipolar? ¿Ciclotímica? ¿Distímica? ¿Exagerada o histérica?

Tal vez haya metido el dedo en la yaga. O tal vez esté con la regla, piensa él. Y no es que sea machista, pero a veces con la menstruación... Las sensibilidades se acentúan.

—No, no basta. Estábamos hablando como personas adultas y normales. Te he hecho una pregunta porque sí, lo leí en tu historia, porque soy tu médico. Y si me he pasado, te pido perdón, no volverá a ocurrir.

—No, no volverá a ocurrir. De verdad, quiero que te vayas, necesito estar sola —dice ella.

Antes de salir por la puerta, Javier se gira y dice:

—No necesito obras de caridad para redimirme. A lo mejor la que las necesita eres tú y por eso no dejaste que me tirara del puente. Adiós, África.

Y se va.

                                                                                 ***

La veterinaria se queda en pie, en el salón. Los perros ya están dormitando en sus respectivas esquinas. El vino se ha quedado a medias y se está calentando. Pero ella no le presta atención a la botella de lambrusco. Javier ha cerrado la puerta con un sonoro portazo, lo cual la ha hecho sobresaltarse. Ahora sólo mira en esa dirección, como si los acontecimientos fuesen a rebobinarse en cualquier momento para volver al punto de partida.

Por un instante, piensa que ha sido muy exagerada al contestar de esa forma...

—No, lo que me ha molestado no ha sido que haya leído el historial... Lo que realmente me ha sentado mal ha sido que me preguntara de esa forma tan directa. Es demasiado personal y no nos conocemos tanto... ¿Quién se ha creído que es...? —está hablando sola.

Boomer levanta la oreja momentáneamente, pero después vuelve a dormir. La pequeña Sol está gimiendo en sueños.

África decide subir al piso de arriba. Deja las copas de vino y la botella tal cual están en la mesita de café. No se siente con fuerzas para recoger. Cuando llega a su buhardilla convertida en dormitorio, se desviste y se pone un camisón de algodón blanco con un bonito estampado floral. Dobla sus vaqueros y los deja encima de la silla, lo mismo con la blusa. Es de esa clase de ropa que se ha puesto lo suficiente como para no mezclarla en el armario con las prendas limpias, pero que aún no está lo bastante usada como para lavar. Debería de existir una especie de armario para esa ropa que está en tierra de nadie.

Siempre hay un roto para un descosido // Cristina González 2017 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora