010 | Rito

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MALCOM

—Kansas —la llamo otra vez—, levántate.

Me arrepiento de haber dejado a sus amigas en casa de Harriet, pero no tuve elección. En cuanto la rubia detuvo el Jeep frente a un pórtico y dijo que cuidaría de la alcohólica, tuve que marchar. No sabía cómo volver a casa de Bill, pero claramente no pediría indicaciones teniendo en mi poder un aparato electrónico con Google Maps. Veinte minutos tardé en llegar a la casa de los Shepard, veinte minutos en los cuales me la pasé ordenando alfabéticamente todos los adjetivos calificativos que se me ocurrían para Mercury: altanero, imbécil, petulante, imbécil, irritante, ególatra, imbécil.

Tal vez no estén ordenados alfabéticamente, pero teniendo en cuenta que me acaban de dar un puñetazo que me descolocó parte del cerebro y que creo que tuvo repercusiones en el hemisferio izquierdo, el que está relacionado con la parte verbal y también se ocupa de la aritmética y la lógica, no voy a preocuparme por recordar el orden de las letras del abecedario. Y ahora, mientras deseo que esta noche acabe, intento sacar a una somnolienta Kansas del asiento trasero del coche.

—Kansas, despiértate —insisto sacudiendo con suavidad su hombro.

Ella parece tener un sueño bastante profundo porque ni siquiera se mueve y, si se hubiera dejado los pantalones de pijama y la arrugada camiseta de Pearl Jam, tal vez la hubiese dejado dormir en el Jeep. Pero ahora que está con unos jeans que parecen cortarle la circulación —pero que vale aclarar que resaltan su trasero—, y una camiseta cubierta de lágrimas y mucosidad de Jamie, creo que será mejor que se baje. Además, esa posición no aparenta ser nada cómoda. Está acurrucada contra el asiento, prácticamente con su boca pegada al cuero, con sus piernas flexionadas y el cuello torcido.

—Te va a agarrar tortícolis —advierto.

Permanece inmutable mientras me hundo las manos en el pelo. Hace diez minutos que intento despertarla de la forma más amable y suave posible, pero francamente parece un oso pardo en pleno apogeo de hibernación. Estoy cansado, adolorido y que sea la una de la madrugada no ayuda.

Por suerte, hoy es mi día libre y no pienso dormir mis ocho horas diarias. Voy a dormir nueve, porque con todo lo que he presenciado esta noche, me lo merezco.

—¿Sabes qué? —espeto a la castaña—. Estoy harto de esto, dormirás en el coche.

Cierro la puerta del Jeep y trazo el camino hasta la entrada de la casa, pero me detengo en cuanto recuerdo que el padre de Kansas está ahí dentro. Si la encuentra durmiendo en el Jeep, sabrá que le di las llaves, y eso implicaría diez millas a la redonda y otro posible puñetazo proporcionado por el entrenador. Además, hace algo de frío. Puede que yo esté acostumbrado al clima de Londres, pero vi a Jamie y a Harriet con los botones de la chaqueta hasta el cuello. Kansas solo tiene una camiseta que lo único que hará será darle un resfriado. Lo último que quiero es pasar el fin de semana nadando entre papel y mucosidad, tomando sopa y viéndola estornudar mientras esparce sus gérmenes por cada rincón de la casa. A parte, es un hecho que el virus del resfriado sobrevive más tiempo sobre superficies inanimadas impermeables, como el metal, el plástico y la madera.

Mi primer partido con los Jaguars es mañana. No voy a dejar que me contagie un virus y me obligue a quedarme en la banca, no mientras tenga la oportunidad de probarme frente a estos estadounidenses y opacar al innombrable número siete.

—Última oportunidad —digo regresando y abriendo la puerta del Jeep—. Muévete, Kansas. Réveille-toi!

Ella permanece inmutable, así que paso un brazo por su espalda y otro por debajo de sus rodillas, la levanto y cierro la puerta con el pie, asegurándome de no rasgar la pintura. Por primera vez estoy contento de que esté dormida, porque de otra forma me lanzaría una de sus características miradas por tocar su coche.

TouchdownWhere stories live. Discover now