00:00 am

4.9K 236 3
                                    

- Tienes que doblar en la próxima curva - digo.

- Ya lo se, lo acaba de decir la mujer con acento.

Hacía ya mas de 20 minutos que estábamos viajando en el coche hacia la casa de mi abuela. En ese tiempo no habíamos dejado de discutir por direcciones. La verdad es que ninguno de los dos tiene idea de cómo llegar, y tuvimos que colocar el GPS de mi teléfono celular para guiarnos. Sin embargo, parece ser que mi querida abuela vive en un lugar fuera de la ciudad, entre las dos únicas calles que el GPS no reconoce y no logra ubicar.

- Iremos lo más cerca que podamos y preguntaremos cuando estemos allí. - me dice.

- Está bien... pero, lo importante en esto, ¿tu puedes conducir? - pregunto.

- ¿Estas diciendo si tengo permiso de conducir? ¿Rompes mi propio coche y preguntas si tenía permiso? - me lanza una mirada y luego vuelve la vista a la calle.

- No, claramente no. Pregunto si no haz bebido lo suficiente para que nos arresten. O para que tengamos un accidente.

- No he tomado ni una gota, Margo. - me mira otra vez. Cada vez que me mira no dejo de pensar en los ojos azules que tuve a centímetros antes y como de rara me sentí.

- ¿De veras? - hago una mueca frunciendo el ceño - Que raro.

- No es raro. Simplemente quedé en ser conductor designado. Verás, Carl bebió y condujo la semana pasada y terminó atrancado contra un cesto de la basura. No fue grave, pero nos asustó a todos, y prefiero que eso no vuelva a pasar. - sus manos estaban en el volante, cada tanto soltaba una para arreglar la posición del espejo retrovisor y luego volvía a mirar la carretera.

Increíble. Realmente estoy algo fascinada, aunque jamás se lo diría. Quizá no es un imbécil la totalidad del tiempo, quizás se turna y tiene sus momentos en los que es, digamos, no tan imbécil.

No sabía que decir así que sólo asentí y me concentré a mirar hacia afuera. Las calles, los carros, las luces. Todo era más bonito de noche; las sombras tapan cualquier imperfección y hacen que todo parezca mágico y a la vez algo tétrico. Vuelvo la vista hacia Dean, pensando que quizás sea la noche lo que me hace sentir rara con él.

- Oye, nos estamos quedando sin gasolina - habla y me saca de mis pensamientos - ¿podrías buscar en el GPS la estación más cercana?

Toco unos botones y nos aparecen los centros de recarga más cercanos que tenemos. 

- ¿Un kilómetro y medio? ¿Ésa es la más cercana? - digo mirando la pantalla.

- Estamos saliendo de la ciudad, no es como si fuera a haber una en cada esquina.

- Bueno, discuulpame por no tener idea de donde están las malditas estaciones - digo en todo sarcástico - Sólo espero llegar.

Sí, bueno, no se porque habré dicho eso. Hicimos un kilómetro y el auto murió. Literalmente. No iba para adelante ni para atrás. Ni una gota de gasolina.

Dean lo empujó hasta el costado de la carretera hasta que quedó bastante al costado, fuera del alcance de los autos. Abrió el baúl y rebuscó un rato hasta que encontró un bidón de al menos 5 litros, vacío.

- Tómalo - me dice - Caminaremos hasta la estación, cargaremos la gasolina en el bidón y volveremos aquí. 

- Te sale bien dar órdenes - dije por lo bajo

- ¿Tienes otra idea? - preguntó mientras cerraba y trababa el baúl. - Al menos sé cerrar un carro y no romperlo en el intento.

- ¡¿Vas a reprocharme lo del coche toda la noche?! - le grito

No dijo nada, sólo comenzó a caminar y yo lo seguí. Ya no había casas, todo era campo y árboles, estábamos en plena autopista, caminando, en plena madrugada.

No hablamos mucho en el medio kilómetro, larguísimo, que tuvimos que caminar. Sólo un par de frases como "Cuidado el agujero allí" y "¿te crees que no lo vi?"

Llegamos a la estación, que era pequeña, con lugar para tres autos máximo, un pequeño baño y una maquina de hielo. Era la única luz que había en el medio del campo oscuro, y por lo tanto, estaba abarrotada de bichos de luz y otras cosas que preferiría no ver. Lo cierto es que le tengo fobia  a cualquier insecto, sobre todo los que vuelan, porque siento que se me meterán por la boca o por cualquier otro lado.

- Voy a pasar al baño - le digo a Dean, que estira la mano para tomar el bidón y luego se lo da al chico que trabaja en la estación.

Como se puede esperar, el baño está sucio y la lampara que brilla esta hasta la punta de pequeños bichos que vuelan cerca de ella. Me miro al espejo y me arreglo un par de pelos parados que tengo. 

Cuando me dispongo a salir, tomo la manija de la puerta y abro. La cierro y veo que, a unos cincuenta metros de mi, se encuentra Dean, con el pelo brillando bajo la luz de la estación y concentrado en el bidón, ahora lleno de liquido celeste. Se me vuelve a ocurrir que me gusta como se ven las cosas en la noche.

Pero mis pensamientos se distraen cuando siento el cosquilleo en el dorso de mi mano.

No.

No. No. No.

Giro la cabeza lentamente, y si, ahí está, en el maldito dorso de la mano, un gran insecto parecido a una cucaracha, enorme, negro, con alas listas para volar y unas antenas que se mueven hacia mi.

Lo primero que hice fue soltar el grito más fuerte y agudo que quizá solté nunca. Cierro los ojos y hecho a correr en dirección a Dean lo más fuerte que puedo. Agito la mano frenéticamente detrás de mi y estoy totalmente convencida de que el insecto ha comenzado a volar hacia mi y en cualquier momento lo tendré sobre el rostro. 

Me cubro el rostro con las manos mientras grito y corro, hasta que me golpeo con algo tieso y más alto que yo. Unas manos me toman de los brazos y hundo el rostro en el pecho de la persona sobre la que estoy, impidiendo que cualquier insecto me toque la cara.

- ¡Margo! ¿Que te ha pasado? - la voz de Dean suena grave y preocupada a centímetros de mi oído. 

- ¡Lo tengo sobre mi! - el grito se sofoca en la tela de su camiseta, y se hace un silencio por unos instantes, para luego sentir que el pecho de Dean pega unos pequeños y entrecortados saltos, y me doy cuenta de que se está riendo.

Separo la cabeza lo suficiente para mirarle la cara y si, efectivamente, está riéndose.

- ¡¿Que te pasa?! - le grito. - ¡No es gracioso!

Veo que para de reír lentamente, aunque su sonrisa y sus ojos brillantes siguen ahí, y pisa el suelo con fuerza. Cuando corre el pie, veo que ha asesinado al maldito asqueroso repugnante insecto que me ha atacado y me siento libre de nuevo. Y aun así, enfadada.

- ¡No me puedo creer que hayas gritado así por eso! - vuelve a reír, esta vez más despacio.

- ¡Se me subió encima! - espeto, y veo que se sigue riendo de mi - ¡Vete a la mierda!

Me suelto de su agarre, sus manos que seguían cerca de mi hombro, y camino rápidamente hacia la dirección por la que vinimos, hacia el auto. Idiota, tengo razón cuando digo que sólo sirve para ser un imbécil.

- ¡Margo, ven, lo siento! - corre hasta alcanzarme pero no lo miro, sigo caminando,cada vez más rápido, y me sigue el ritmo.

Sólo quiero volver al coche, encontrar esos malditos papeles, volver al hospital, y finalmente a mi casa. Y que esta noche termine lo antes posible.










En sólo una nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora