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Hemos estado conduciendo por un buen rato en silencio, escuchando la emisora de música pop que he elegido al azar en la radio del carro. Bueno, de hecho, Dean es el que conduce. Estamos aproximadamente a mitad de camino de la casa de mi abuela. No nos hemos dicho ni una palabra desde que abandonamos la estación de servicio, cuando Dean se burlo de mi. Y si, quizás exageré, no fue la gran cosa. 

Lo raro es que se porque me enojé tanto. Creo que en mi mente se estaba creando la idea de que Dean no era tan malo, ni tan imbécil como creía. Y cuando se rió de mi, recordé que si lo era y me molesté conmigo misma por haber dudado un segundo de ello.

De todas formas, queda un gran tramo que conducir, y por supuesto la vuelta al hospital, y he quedado como una chiquilina al enfadarme así, por lo que decido sacar un tema de conversación, para que vea que puedo ser lo suficiente madura para dejar pasar el inconveniente.

- Mis padres se volverían locos si supieran que estas conduciendo su auto sin permiso - digo - y que yo estoy en él.

- Yo creo que se caerían de culo si se enteraran que Patrick está en el hospital y nadie les ha dicho nada - respondió - Pero, en cuanto a lo del carro, no les molestaría, les caigo bien.

- ¿A sí? - una pequeña exhalación de sorpresa sale de mi boca mientras formo una mueca divertida - ¿Como sabes que les caes bien a mis padres?-

-  Porque sí. Soy amigo de tu hermano desde los quince años y en ese tiempo he compartido más almuerzos y tardes con ellos que con mis tíos y primos. -

- Ajá. - digo y concentro mi vista hacia la autopista oscura, ya que se que es verdad y no tengo nada que replicar. Mis padres quieren a Dean, lo invitan a quedarse a comer y, cuando está en casa, los escucho mantener una conversación sobre cualquier tema por un buen rato, quizás más tiempo del que yo lo haría.

- Además, a la única que no le gusto en tu familia es, bueno, a ti. - dice, y ahí si volteo rápidamente la cabeza hacia él.

- ¿Y como sabes tu si me gustas o no? ¿Tienes.. la bola de cristal o algo? - ya me encuentro a la defensiva. Sí, claro que no me gusta, pero no pensé que él lo sabía, o que me lo tiraría así en el rostro.

- Vamos, Margo. Tu.. te encierras en tu cuarto cada vez que voy, o inventas algo para salirte de tu casa. Nunca hemos tenido una conversación decente, hasta ahora, claro. Y, no creas que lo digo porque me molesta, por que no lo hace, sólo que es la verdad.

Sí, era la verdad. Él lo sabía, yo lo sabía. No nos gustábamos entre nosotros.

- Te seguiría la conversación si no la comenzaras con un comentario ridículo hacia mi - replico y lo imito con su voz gruesa - "Oye, Margo, me he enterado que reprobaste matemáticas, vaya, pensé que el segundo hijo era el inteligente."

Dean deja escapar una risa, sin dejar de mirar hacia la carretera.

- ¡Es un chiste! ¿Nadie nunca te ha hecho uno? Sólo tienes que seguirlos, o replicarlos con algo mejor. No enfadarte y hacer un muñeco vudú con mi cara.

- No tengo un muñeco vudú con tu cara. - vuelvo la vista a la oscura y tétrica fila de arboles que enmarcan la carretera. Un cartel amarillo de "Cuidado, animales sueltos" con el dibujo de una especie de vaca o toro en el centro aparece cada cinco minutos aproximadamente

Dean vuelve a reír, pero esta vez más apagado.


De repente, comienza a llover. Al principio no es más que una llovizna, y no es necesario levantar los vidrios de las puertas. Pero al cabo de diez minutos la lluvia aumenta de tal forma que los limpiaparabrisas no dan a basto y nos obliga a subir las ventanillas si no queremos terminar ahogados en el carro.

Cuando digo que los limpiaparabrisas no dan a basto, significa que aunque tiren frenéticamente el agua hacia los costados, la lluvia es tan fuerte que no se ve absolutamente nada. No hemos tenido más que un par de autos en frente nuestro en todo el viaje, y ahora, a falta de luces más adelante, supongo que no tenemos ninguno. Y quizás, si lo tuviéramos, no lo veríamos.

- Maldita sea - dice Dean - no puedo ver nada.

El parabrisas también se ha empañado por dentro, por lo que cojo un trapo naranja que estaba en la guantera y me estiro sobre el asiento de Dean para limpiar su área. Estamos tan cerca que un poco más y podría sentir su aliento. Vuelvo y limpio también mi lado del vidrio. Aunque la lluvia es fuerte,el empañado desde adentro es un gran problema. Es una especie de humo gris que cubre desde el interior del auto los vidrios y dificulta la visión casi tanto como el agua.

- Reduciré la velocidad, ¿está bien?  y si empeora aparcaremos. - me dice.

Realmente íbamos muy rápido, ya que necesitamos llegar a tiempo al hospital para que el seguro cubra todos los gastos, y reducir la velocidad no hace un gran cambio. Estoy odiando esta lluvia, no parece como si fuera a parar y no nos podemos dar el lujo de aparcar toda la noche.

Para cuando hacemos un kilómetro más, el parabrisas se ha vuelto a cubrir de vapor así que tomo el trapo naranja y me desabrocho el cinturón de seguridad para poder limpiar correctamente el sitio de Dean. Cuando lo hago, vuelvo a recostarme en mi asiento al mismo tiempo que él habla.

- ¿Que demonios es eso? - está mirando al frente, con los ojos entornados, algo en la carretera.

Rápidamente limpio el trozo de vidrio  frente a mi asiento y veo lo que él vio. Una masa oscura, sin forma, parada frente a nosotros, a pocos metros de distancia. 

- ¿Es neblina?  - vuelve a hablar. Lo cierto es que con esta lluvia no nos podríamos distinguir ni a nosotros mismos.

- No lo se... - digo, en cuanto nos acercamos más y más a esto. Y de repente recuerdo aquel cartel amarillo que aparecía cada tanto; cuidado, animales sueltos. Abro los ojos de par en par. Me cuesta reaccionar. Estamos a menos de cien metros de la vaca, a punto de estrellarnos. - ¡¡DETENTE!! - grito - ¡¡DEAN, DETÉN EL AUTO YA!!

Me mira asustado durante un instante pero luego sé que pisa los frenos con fuerza, porque mi cuerpo sale despedido hacia adelante. No llevo cinturón de seguridad, y el impacto es grande, creo que voy a pasar por el parabrisas cuando un brazo se cruza sobre mi cuerpo en forma horizontal y me tira con fuerza para atrás, aplastándome contra mi asiento. Todo ocurre en pocos segundos, pero se hace eterno. Aunque Dean pisó los frenos, el auto no se detiene del todo aún, resbala un poco por la lluvia, y creo que no vamos a lograrlo, que vamos a chocar al animal y salir, esta vez si, despedidos del auto. 

Pero Dean tira del volante hacia un lado, y el carro da una vuelta y se incrusta entre los pastizales que hay a un lado de la carretera. 

El auto se detiene. Mi pecho sube y baja rápidamente. El brazo de Dean ahora está estirado en mi regazo, inmóvil. Miro hacia atrás. No hemos embestido a la vaca por un pelo. Vuelvo la vista y veo que mi compañero está con su otro brazo en el volante, igual de inmóvil que el otro, igual de asustado que yo.




En sólo una nocheWhere stories live. Discover now