Capítulo 51

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Lunes 23 de abril de 2007, 21:20 - Cuestión de confianza

Después de un duro día de trabajo, justo al salir del edificio donde tengo la oficina, el conocido zumbido ha vuelto a mi mente. Pero esta vez, tal como me había asegurado «La Voz», la molestia ha sido menor. «Ya lo echaba de menos», he pensado irónicamente.

Me he despedido de la portera, que entraba en ese momento, y he salido a la calle. ¡Qué calor, joder! Cuando me disponía a quitarme la americana, «La Voz» ha penetrado en mi cerebro con una advertencia:

«Siento una presencia anómala cerca. Viene hacia ti. Deberías...».

La conexión se ha cortado de repente, dejando tras de sí el eco agónico de su voz y un dolor de cabeza tan intenso que casi me tumba. Cuando el mal ha remitido he abierto los ojos lentamente, y no he necesitado más de dos segundos para saber a qué se debía aquella «presencia anómala».

Todo a mi alrededor estaba en blanco y negro, la gente de la calle estaba paralizada, convertida en estatuas de carne y hueso, y el sol había perdido toda su fuerza; ya no necesitaba quitarme la americana.

–Ya puedes salir, Perro Negro –he dicho, buscándole con la mirada entre la gente inmóvil. El sonido de una puerta de coche abriéndose ha precedido a su aparición. Ha descendido del taxi con la parsimonia que le caracteriza, y con su sonrisa Profidén. Esta vez Perro Negro vestía como un alto ejecutivo, con maletín incluido.

–¿Ya nos conocemos, eh? –ha bromeado, subiéndose a la acera sin mover ni un músculo de la boca, manteniendo su eterna sonrisa de joker negro. En ese instante me he dado cuenta de que empezaba a perderle el miedo. No he contestado y he esperado a

que se situara frente a mí. Entonces le he mirado fijamente a los ojos levantando la cabeza, desafiante.

–Te propongo un trato –ha dicho de repente, desviando la mirada hacia el maletín. Al bajar la mía lo ha levantado un poco, mostrándomelo y acariciándolo con la mano libre, como quien muestra algo de gran valor–. Si me prestas a tu novia durante tres días te daré el contenido de este maletín.

Nuestras miradas se han vuelto a cruzar y recuerdo haber pensado en ese momento que algún día le destrozaría esa sonrisa suya tan odiosa; algún día no muy lejano.

–Es broma, amigo Daniel –ha susurrado acercándose a mi cara. No me ha gustado nada ese «amigo» salido de su sonrisa de sal–. Intentaba suavizar un poco las cosas entre nosotros. Jamás compraría el amor de una mujer.

–¿Qué coño quieres? –he preguntado, hasta los cojones ya de aguantar sus juegos.

–Venga, venga... Tranquilízate. Las cosas no son como crees. No soy tu enemigo. Ni yo, ni ninguno de mis hermanos. A pesar de que te metiste donde no debías, al final recapacitamos y decidimos olvidar el agravio. No tuviste la culpa y lo sabemos. Sólo actuaste como consideraste oportuno en ese momento. Cualquiera puede equivocarse… ¿Somos humanos, no? –aquella pregunta olía a juego sucio, a las trampas de un fullero, a secretos sin pronunciar. Y a la vez olía a esperanza, a un nuevo día, a una vida mejor.

–¿Qué es lo que quieres de mí? –he insistido. Su presencia, sumada al intenso frío que azotaba todo a su alrededor, me hacía perder la paciencia a la vez que me destrozaba los nervios; no es nada agradable hablar de gilipolleces a varios grados bajo cero con un negro de más de dos metros que además no mueve los labios al hablar. No es una experiencia que le desee a nadie, la verdad.

–Bien, vayamos al grano pues, si es lo que quieres –diciendo esto, se ha inclinado de nuevo hacia mí y ha empezado a hablar en susurros frente a mi rostro–. Sé que has estado con el viejo. Seguramente te habrá hablado de Jesucristo, de Pedro y de sandeces como las penurias que sufrieron los desheredados de la Tierra. Me apuesto lo que hay en el maletín a que ya te ha mostrado su biblioteca, ¿me equivoco?

Los dos hemos mantenido la mirada fija en los ojos del otro unos segundos, en silencio, y luego ha continuado, bajando aún más el tono de voz:

–He venido a darte un consejo, Daniel, y espero que luego no me vengas llorando, pidiéndome ayuda o perdón por no haberme creído.

»Ese viejo te instruirá y te ayudará a comprender aquello en lo que te estás convirtiendo, te mostrará maravillas que nunca has creído posibles. Te aconsejará en los momentos malos y te prestará su fuerza cuando desfallezcas. Con el tiempo se convertirá en un segundo padre para ti… Y en el momento en que no exista ni una grieta, ni una sombra que amenace tu confianza en él, te clavará una daga oscura y ponzoñosa en el corazón y te abandonará en el rincón más sucio de la ciudad.

Me he quedado de pie donde estaba, quieto, soltando volutas blancas de aire condensado cada vez que espiraba. Escasos centímetros separaban nuestros rostros. Sus ojos, de un tono verde amarillento muy claro me observaban con curiosidad, como si se

preguntaran qué haría yo a continuación.

Y de repente ha desaparecido.

Un par de minutos después, en los que no me he movido del lugar tratando de analizar aquel encuentro, me he quitado la americana y me he dirigido a la estación. Volvía a hacer calor.

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora