Treinta y siete.

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Los padres de Noelle no reaccionaron de la misma manera en que yo lo hice. Se alteraron un poco y hubo un dejo de drama en ellos, supongo que olvidaron por un momento que su hija había regresado y que lo único que necesitaba era que la ayudáramos a recordar.

Elena en cambio se mostró contenta y prometió regresar el siguiente fin de semana.

Y respecto a Noelle, bueno ella estaba bien. Al principio se mostraba reacia a que yo estuviera cerca. Supongo que le parecía muy viejo y me tenía desconfianza, pero  con el paso de los días y durante el transcurso de mis diarias visitas, me tuvo muchísima confianza.

Ante mis ojos, más allá de mi prometida, Noelle era una niña pequeña que redescubría el mundo y lo maravilloso de todo es que seguía siendo la chica testaruda y terca de quien me enamoré.

No me atreví a mencionarle acerca de nuestro compromiso, al menos no por el momento, aún conservaba la esperanza de que los recuerdos regresara a su cabeza y que ella volviera a ser la misma. Tampoco le dije nada acerca de sus cicatrices a pesar de ser víctima de sus constantes preguntas acerca de eso. Recuerdo aún la primera ocasión en que me lo preguntó.

Denisse se había marchado a su casa y yo me había quedado al cuidado de Noelle. Ella estaba riendo en su cama viendo un programa de televisión. Al día siguiente el médico la iba a dar de alta y podía notar que el ambiente estaba relajado.

Mi prometida apagó la televisión y volteó a verme, sonriendo.

Yo estaba sentado en uno de los sillones de la alcoba con "Rayuela" entre mis manos. Era un libro magnífico.

—¿Ahora qué lees?

—A Cortázar.

—Suena un poco aburrido.

—Eso dices porque nunca sales de Víctor Hugo —me burlé.

—Es el mejor.

Dejé a un lado el libro y la miré, expectante. Por su expresión deduje que quería decirme algo.

—Suéltalo.

—¿Cómo sabes que te quiero decir algo?

—Ante mis ojos eres un libro abierto, ¿sabes?

Sonrió.

—Es sólo que... Hoy mientras me bañaba, vi muchas cicatrices  en mis brazos, en mis piernas y en mi abdomen. No es que no las haya visto antes, es sólo que nunca me has dicho qué me sucedió.

—No lo consideré importante —dije con tranquilidad—. Son marcas de guerra.

—Deja de decir tonterías —rió—. Ya en serio.

—Son marcas de guerra.

Por supuesto que mi explicación no le bastó y siguió preguntando en distintas ocasiones. En todas esas veces contesté lo mismo.

La relación entre ella y yo siguió evolucionando y creciendo como ninguna otra. Para Noelle era su mejor amigo, era aquel que le contaba historias maravillosas de su pasado y que la hacía olvidar por completo los problemas que le aquejaban.

Cada día, después de volver del trabajo la iba a visitar a su casa. Ella me recibía con un abrazo y me informaba de todo lo que había hecho en la escuela, lo que había aprendido y lo que iba a hacer al día siguiente. En esos días noté algo distinto en ella si la comparábamos con la Noelle antes del accidente.

La nueva Noelle tenía un intenso amor por la vida y sonreía como nunca. En ocasiones pienso que fue porque no recordaba nada de su pasado, nada que la atormentara y sus fantasmas habían desaparecido para no volver jamás. Supongo que ella encontró su redención en el olvido.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora