Treinta y uno. (3era. Parte)

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—La leucemia de la señorita Mía está avanzada.

—Eso ya nos dijo el médico ayer —repitió mi esposa, cansada de oír la misma respuesta.

—Permítame terminar —indicó—, necesitamos saber que tipo de cáncer posee, lo antes posible y sobretodo, necesitaré estudiar más su caso, señorita —sentenció el médico—, una aspiración de la médula ósea y una biopsia… lo mejor es que sea ya de una vez —dijo ahora mirándome—, el tiempo corre y eso puede ser peligroso.

Mía pasó nuestra primera noche en Seattle en el hospital. Le hicieron lo que el médico Isaacs había ordenado. Recuerdo que cuando le insertaron la aguja a Mía para extraerle muestras de su médula, gritó como nunca. Mi corazón se hizo añicos por no saber ayudarla. Quería salir corriendo de ahí, lo suficiente lejos como para no escucharla sufrir pero al mismo tiempo quería estar ahí y hacerle saber que todo estaría bien.

Pasaron dos días para que los resultados de los análisis salieran, era una espera eterna. Por momentos pensaba que el tiempo se había detenido y me frustraba no poder hacer nada. Comprendí que en ese instante de nada servía ser heredero de uno de los más grandes corporativos de seguros del país, era un simple mortal al fin y al cabo.

Finalmente, al segundo día, el doctor nos visitó con los resultados. Su semblante era sombrío.

—¿Y bien? —preguntó Mía, calmada.

—La señorita tiene leucemia mieloblástica aguda —tragué saliva—, es un extraño tipo de cáncer que afecta a muy pocas personas —admitió—. Se trata de una enfermedad bastante peculiar que si se atiende a tiempo, la mayoría de los pacientes se recuperan después del tratamiento con el que actualmente se cura. Lamentablemente sólo es si se trata a tiempo.

—Esto no fue tratado a tiempo —sentenció mi esposa con un semblante impasible.

—Necesitaremos un transplante de médula ósea —dijo sin más preámbulo.

—¿Es sencillo de encontrar? —le pregunté, asustado.

Había escuchado de la novia de un cantante, un tal Tyler Adams cuya novia había fallecido en la espera de un corazón. Sí, eran cosas totalmente distintas pero el mero hecho de pensar que ni él, con la fama y dinero que tenía, no había podido hacer nada.

—Un familiar suele ser compatible, un hermano preferentemente.

—Es hija única —gemí.

—Ian, tranquilo —me dijo mi esposa—, lo encontraremos.

El doctor nos explicó que realmente debíamos hallar al donador compatible lo más pronto posible. Según los estudios el cáncer estaba tan avanzado que existía el riesgo de que hubiera complicaciones y se desarrollara ahora un cáncer metastático, o sea que las células cancerosas se propagarían a otros órganos del cuerpo.

Mientras tanto, en lo que nos poníamos en contacto con la familia de Mía, Edward había dicho que al día siguiente mi esposa sería a su primera quimioterapia para tratar de eliminar las células cancerígenas que se apoderaban poco a poco de su cuerpo.

Esa noche llamé a los padres de Mía y les di la noticia por teléfono, sé que no era la mejor manera pero me urgía que fueran a Seattle para que se hicieran los estudios y que le dieran la médula a mi amada.

Los papás de mi esposa llegaron al día siguiente y tan pronto como llegaron fueron a realizarse los exámenes, mientras que yo me aferraba a la esperanza de que alguno de ellos fuera compatible con Mía y que pudieran donarle la médula lo antes posible.

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