De lo Inerte Nace la VIda Parte4

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-Señorita, la llamo a la hora que me pidió.  

La voz grave y serena se colaba en mis oídos mientras correteaba por un huerto de fresas. Tenía seis años y lucía dos coletas sobre mi diminuta cabeza mientras masticaba con deleite cada fruta que recogía. La voz de Fede irrumpía en mi tierno sueño desde el otro lado de la puerta.

Dimos un brinco de la cama que casi me hizo caer al suelo y miré a Emma riéndome y haciéndole un gesto de silencio con el dedo índice sobre mi pícara sonrisa.

-Señorita, ¿me ha oído, o entro a despertarla? 

-Nooo, digo, sí, estoy despierta-exclamé bulliciosa-No hace falta que entres, Fede, gracias. Ahora bajaré.  

-De acuerdo señorita.

Oímos cómo se alejaba por las escaleras y empezamos a reír como dos adolescentes despavoridas que se regodeaban de su travesura.

-¿Qué hago, me voy?-Sugirió Emma mientras intentaba levantarse.

La sujeté de una pierna, y la arrastré hacia mí como si fuese una muñeca de trapo enredada entre las sábanas que la protegían de mis penetrantes miradas.

-¿Dónde vas a ir tú, sin mí?  

Nos sumimos en un cálido abrazo y nuestras lenguas volvieron a ser las incitadoras de un juego sucio de palabras que trajo consigo la repetición del episodio ocurrido momentos antes de dormirnos. 

Una vez más, la hice mía y me sentí suya como de nadie. Di gracias por ese regalo, y mirándola sin apartar los ojos le abrí mi corazón. 

-Emma, supongo que pensarás que es casi imposible pero así lo siento y te lo digo. Te quiero-y me escondí bajo su cuello. 

Se produjo un ingrato silencio que descompuso mis pilares en trizas. No supe porqué esa muda respuesta ni tenía el valor de preguntárselo, pero me inundó una sensación de vacío abismal. Tras unos minutos de descanso sobre la cama, Emma se levantó al baño y se fue vistiendo mientras me miraba desde la distancia. No articulaba palabra pero su rostro delataba cierta satisfacción. La observé detenidamente cómo se ponía los pantalones con una seguridad impecable. Realizó un gesto de comprobación que me derritió: se volvió de espaldas al espejo y, ojeándose las nalgas, dio una palmadita con descaro. Cuando estaba acabando de acicalarse el cabello frente al espejo del aseo, me dispuse a darme una ducha para despejarme y eliminar ese olor a sexo que no quedaría demasiado bien en una reunión de trabajo. Al pasar tras ella, decidí respetar su espacio y no rozarla lo más mínimo por miedo a su reacción. Pero para mi sorpresa, se volvió levantándome con ímpetu del suelo y, tras balancear su cabeza para apartarse el cabello de la cara y reposarlo sobre su espalda, me besó con frenesí.  

Tras aquel golpe de pasión entré en la ducha y desde ahí empecé a hablarle sobre la cita que tenía en el Krijs a las tres; ya no me preocupaba su silencio ante mi rebelión de sinceros sentimientos. 

Le confesé lo nerviosa que estaba, pues aún no había preparado ningún guión que me ayudase a desenvolverme con soltura y garra.

-Nat, ¡pero si son las dos y media!

Salí de la ducha acelerada y, casi sin hacer uso de la toalla, abrí mi armario con el deseo de ser rápida y original en mi elección. 

Emma me contemplaba atónita, sin saber qué hacer ni qué decir. Intentaba mostrar preocupación y seriedad, pero mi apariencia debía ser de lo más cómica pues se le escapa una tímida risilla entre sus llenos y rosados labios.

-No te agobies, Nat. Con la moto estamos en el Krijs en veinte minutos, quince si me lo permites-explicó a modo de tranquilizarme. 

-Vale, eso solucionado-contesté-Pero, ¿que leches me pongo, Emma?-añadí corrompida por los nervios. 

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