De lo Inerte Nace la Vida Parte1

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"¿Llevas tacones?-le dije con esos ojos picarones y esa mirada chispeante que más tarde entendería...-. Si quieres, voy y me los quito-me contestó con aires de grandeza; sin darse cuenta, que ya estaba coqueteando conmigo".

La tarde estaba apacible. Una temperatura idónea que invitaba a pasear por esas calles vacías, exentas de la humanidad que la altera sin apreciar su silencio, sin valorar cada rayo de luz que sus grosos y centenarios cipreses permitían escapar entre sus hojas. Por qué no, la tarde era digna de dejarse envolver con sus largos y vastos paisajes, sus casas empedradas, como si de refugios se tratase.  

La verdad es que Hastell presumía de ser uno de esos escondites donde amantes desvocados dejaban ver su pasión, a veces amor, sin disimulo alguno. Un lugar lleno de magia, discreto en su arquitectura pero descarado en su vegetación. Interminables prados de alfalfa, se unían con el cielo para regalar a sus enamorados visitantes las puestas de sol más conmovedoras, jamás plasmadas por pintor alguno en su lienzo. Tan sólo con una cámara de altura podría uno llevarse a casa un trocito de aquel paraíso.

Nunca olvidaré aquellas vacaciones que se prolongaron hasta bien entrado octubre. En aquella tarde de otoño y nostalgia, unas hojas, ya inertes, revoloteaban al compás del viento girando sin parar, simulando una bandada de pájaros bailando jovialmente. Jamás pude imaginar que aquel espectáculo de danza tan pintoresco pudiese alzarme con el primer premio del Certamen de Fotografía " Full-Picture" de San Pits.

Premio, que traería consigo la desgracia familiar jamás contada en los Goibs.

Llamaron a la puerta. 

-¿Quién es?  

-Señorita, su padre ha llamado. Su vuelo ha sido cancelado y no le aseguran poder volar esta misma noche.

Al fin y al cabo, ya estaba acostumbrada a la tan esperada ausencia de mi padre y, como era de esperar, para mi resultaba todo un placer dejarme llevar por uno de los rincones que cada año Hastell reservaba para mí; haciendo de cada verano una estampa diferente.  

No sé si era yo la que en cada paseo arrastraba sentimientos de distinta índole y eso me inspiraba una visión un tanto particular y diseñada a mi antojo, o que, verdaderamente, esos paisajes variaban como si de un bosque encantado se tratase y unos enanitos dulces y entregados trabajasen para sorprender cada año a sus más fieles visitantes.

-Gracias Fede.  

-¿Desea alguna cosa más, señorita? 

-No, gracias...-le contesté algo desganada-no prepare cena, hoy saldré, añadí antes de dejarlo marchar.

Federico era como un ángel pero sin alas. Un regalo del cielo que en las navidades de mi octavo cumpleaños se dejó caer en nuestras vidas; como por capricho del destino. De procedencia agreste, persona culta y de buen agrado, nada que envidiar a los de mi clase; sin decoros ni artificios. Limpio, puro, humilde, dado a los demás, haciendo de cada problema ajeno, como el suyo propio.

Aún recuerdo el día que me lo presentaron como nuestro nuevo ayudante; así gustaba mi madre llamarlo. Nunca como lo que realmente era: un mayordomo en toda regla. Yo me encontraba en mi habitación, como cualquier tarde de invierno donde la nieve y la apresuración del sol en marcharse impedían hacer vida en la calle; y menos a una mocosa de tan sólo ocho añitos. Podía pasar horas y horas "creando". Así lo llamaba yo.  

-Mamá, ¿puedo ir a mi habitación a crear?  

Mi madre, que ya sabía lo que le esperaría después, sonreía dulcemente y asentía con un gesto casi a cámara lenta.-No sin antes darme un beso, cielo-me decía alzando ambos brazos y requiriendo los míos. Siempre tan comprensiva, tan entusiasta ante todo lo que su pequeña hacía o decía. 

De lo Inerte Nace la Vida Parte1Where stories live. Discover now