Capítulo 6 (primera parte)

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—Déjame ver eso, Annie —dijo Paty tomando el plasma con los apuntes para el próximo debate. 

—Espera.

Annie señaló el texto con su dedo y dibujó una línea imaginaria en el aire hasta el ProCom de Paty, para que conservara una copia. Se encontraban en la habitación de la peliverde, terminando los deberes escolares. 

Paty encendió una lámpara y leyó:

—Algunos estudiosos afirman que la idea de unificación global de Erol fue implantada por los humanos recién llegados del espacio, pues fueron ellos quienes proveyeron las armas para el asalto y la nave que llevó a los Sacerdotes capturados al exilio. Otros están seguros de que los humanos estuvieron involucrados con la desaparición de Aeviniah. 

—¿Qué te parece? —preguntó Annie, mientras cepillaba su cabello frente al espejo. 

—Mmm… Necesita una cita textual o una fuente fidedigna. No podemos decir “algunos estudiosos”, sería un argumento más contundente si mencionáramos a algún antropólogo famoso. Además, sabes que te lo rebatirán diciendo que lo sucedido a puertas cerradas hace dos mil beltas no tiene base sólida.

—¿Qué me dices de las teorías de apresurar nuestro ingreso a la Comunidad para ejercer influencia sobre nosotros? 

Paty suspiró mientras sopesaba la relación entre las ideas.

—Podría decir que desde tiempos inmemoriales la mitología humana contiene figuras aladas o ángeles, y los encontraron en Eloah —propuso Annie—. Sabían que estaba prohibido interferir en nuestro desarrollo como civilización, por eso escenificaron ese accidente. Al final, la “falta de intención” los salvó de sanciones por parte de la Comunidad Galáctica. Luego, habiendo hecho amistad con los norteños y habiéndose enterado de la existencia de una piedra capaz de inmortalizarlos…

—Mmm, podría ser. ¿Dónde se habrá metido Bridget que no llega? Se hace tarde para el concierto.

Cada cuarenta días, la Filarmónica de Eneviah los obsequiaba con un recital.

—Le preguntaré a mamá.

Annie se puso en pie y salió al recibidor. Encontró a William despidiéndose de su madre. Aguardó a que el maestro saliera.

—Tu hermana se ha ido a dormir temprano esta noche, Annet —anunció Daphne—. ¿Ya están listas?

Era una noticia inesperada para Annie. 

—Ya casi —respondió después de un momento de consternación. No había pasado por alto el gesto del anciano ni la forma de comunicarse en voz baja—. Iré a decirle a Pat que ya nos vamos.

                                     * * *

Bridget despertó porque la alarma de su reloj de muñeca sonó. Estaba contraída en posición fetal, aterida, pero a la vez sudorosa. Tardó unos segundos en comprender que había pasado toda la noche en el mismo lugar. 

«¡Diosa! Mi familia debe estar preocupada, ¿por qué sigo aquí?».

 O bien ya se arrancaban las plumas buscándola o William, habiendo averiguado donde estaba y que no corría peligro, había decidido mantenerse al margen, tranquilizado a las madres e informado a la verdadera sobre lo ocurrido. En cuyo caso, Daphne habría recibido una mentira plausible: que durmió en casa de los Obrien, con su sobrina, Patty, o que había subido temprano a sus aposentos y enviaba sus disculpas.

Naturalmente, estaba desconcertada, no comprendía el razonamiento de su maestro. De haber querido, William no habría tenido dificultades para encontrarla y llevarla a su cama. El anciano se había abstenido de ayudarla. ¿Por qué? Si esperaba que ella aprendiera algo de la experiencia, había fracasado: en verdad, no veía la moraleja. 

O quizá era prematura esa conclusión.

Bridget asomó por la rendija: el muchacho ya no estaba. Como era de esperarse, tampoco había guardias cerca. Se calzó las botas y mientras las ataba, fue repentinamente consciente de la hora. No era la primera vez que sonaba la alarma, las cuatro veces anteriores no la había escuchado. Y llegaría tarde a clases, otra vez. 

Al ponerse en pie, sufrió un mareo, lo que le hizo considerar la posibilidad de pasar por el centro médico. ¿Pero, qué haría con el examen de Geografía?  Necesitaba los créditos para el promedio del periodo. Ya suficientes problemas tendría para explicar la pérdida de su ProCom y sus deberes y, por supuesto, lo del libro rojo. Se preguntó si su experiencia cercana a la muerte contaría para suavizar la reacción del maestro.

Corrió al ascensor de carga, desembarcó en el piso tres, se escurrió hasta una puerta oculta, avanzó un trecho por el oscuro entramado de cables, mediante otra puerta secreta ingresó al aula en la que supuestamente tomaba clases privadas y de ahí salió a los pasillos regulares: otro camino que había aprendido. Al menos, en los pisos inferiores el espacio entre paredes era más ancho, como de un metro, lo que se traducía en caminos secretos más holgados. Cien pasos adelante el ascensor central la llevó hasta el décimo piso donde se encontraba el condominio de los Britter. Caminó tan rápido como sus menguadas fuerzas le permitieron, pensando qué diría si se topaba con Daphne antes de averiguar qué le habían informado; la dama no estaba. Bridget soltó el aire contenido. Fue a la habitación de Annie, también vacía.

El vestido con el que había dormido tenía una marca húmeda de transpiración en la espalda y en el cuello, como si lo hubiera usado para el entrenamiento. Tomó uno de los de Annie, volvió sobre sus pasos y corrió hasta el aula. 

                                                                       * * *

Potenkiah, la piedra de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora