Capítulo 1: Un Ángel de la Vida

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Tomé la mano hermosa de mi hija y la observé con atención, la suavidad de su piel, la forma perfecta de cada uno de sus dedos, cada uña creada con maestría sin igual, cada pequeño rasgo en el lugar perfecto para plegar la piel con el movimiento de sus músculos diminutos, en el simple acto de acariciar mi rostro.

Cada detalle de estas manos está tan delicadamente cuidado que sería imposible para cualquier científico o artista tratar de reproducirlo, siquiera entenderlo y apenas imitarlo.

Ella estaba dormida profundamente cuanto toqué suavemente su mano, la movió un poco sin salir del sueño. Se acomodó hacia mi lado y pude admirar su rostro inocente, esculpido por la mano creadora del Señor. Fue en ese momento en que vinieron a mi mente algunas de las tristes noticias que vi en los medios de comunicación y en las redes sociales del Internet:

...abortos realizados con el objetivo de comercializar los órganos de los niños muertos. Clínicas abortistas que asfixian a los niños que, por error, nacen vivos. Apoyo y promoción casi sin límites a la fecundación in vitro. Legalización del matrimonio homosexual y la pretensión de cambiar el concepto de familia. Violencia en los hogares y todo nivel de la sociedad. Hambruna, guerra y destrucción por el ansia de poder. Aprobación de la eutanasia bajo la idea de muerte digna...

Esa es la lucha de la actualidad, no son suposiciones, sino la realidad que publica la prensa. Una filosofía social que atenta contra la vida y la familia, en un momento en que se rinde culto a la muerte y los anti-valores camuflados como derechos de la modernidad y la libertad. Falsas ideologías que confunden a personas de toda clase social y que han inundado los medios masivos.

No puedo evitar sentir un dolor profundo, imagino la crueldad de quienes dejan niños abandonados en la intemperie, o en un sanitario y huyen. Siento el pecho apretado de la angustia y el enfado, siento la soledad espantosa de un mundo que mata a sus bebés, sin contemplación.

Cerré mis ojos y una lágrima resbaló inevitablemente por mi mejilla.

¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! ¿Qué puedo hacer para evitar tanta muerte y tanto dolor? ¡Todas esas muertes inocentes!

La habitación se oscureció como si hubieran apagado las luces o todavía más, era como una tiniebla o una oscuridad que asfixiaba mi corazón y me enloquecía por completo. Un temor que presionaba mis sienes y me quería hacer desfallecer, en especial cuando me dí cuenta que no podía ver a mi hija, ni podía ver siquiera mis propias manos. Pensé que seguramente me había quedado ciego.

Justo en ese momento un resplandor iluminó el cuarto, la luz era cálida y reconfortante, de tonos rojizos y amarillos, muy pura, muy tranquilizadora. Volví a buscar a mi hija pero ya no la vi, la habitación estaba vacía. No estaba ella, ni los muebles ni nada en lo absoluto. ¿Habré muerto? El lugar seguía llenándose de luz, cada vez más intensa. Pero la angustia anterior iba desapareciendo poco a poco y las dudas parecían lejanas. Casi con seguridad había muerto.

La luz rodeó cada milímetro del lugar y una silueta se apareció ante mi, pensé que el momento de mi juicio personal había llegado. Con calma pude distinguir una figura más claramente. Era un ser maravilloso, parecía una mujer muy alta y muy esbelta, con dos grandes alas que nacían en su espalda y sobresalían mucho por encima de su cabeza.

Cuando llegó a mi lado quedé fascinado con su sonrisa. Su belleza angelical no tenía comparación con los seres mortales. La gloria de Dios resplandecía en todo su cuerpo inmaterial, sus ojos dorados tenían una profundidad insondable, muestra de una sabiduría más que ancestral.

Me habló y su voz me resultó más dulce que el agua de un suave arroyo recorriendo sobre piedras redondeadas, no he escuchado nunca una canción humana superior en belleza armónica que la melodía de su voz.

El Ángel de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora